Charles Schulz, un niño de aspecto tímido y ordinario como el mismo Charlie Brown. Fuente: new yorker Hace un tiempo
comenté lo buena que está la carátula de la biografía de Charles Schulz,
Schulz and Peanuts, que ha escrito David Michaelis y publicado Harper Collins. Mencioné además la reseña de Michiko Kaktuni. Lo que no podía imaginar era que esa simpática biografía era una bomba de tiempo para los familiares del creador de
Peanuts (conocido en castellano como "Snoopy") quienes acusan a Michaelis de haber distorsionado todo. Gracias al lector mexicano Patricio López llego a esta página de
cartoon en que reseñan la pelea. También encontré en el diario "Clarín" un eco de la discusión:
Dice la nota: "Una biografía sobre el creador de Snoopy, Charles M. Schulz, salió esta semana a la venta en Estados Unidos y desató polémica. En Schulz y Peanuts, David Michaelis retrata al autor como un hombre tímido y solitario que utilizaba sus dibujos de niños para describir una vida de profunda melancolía. Luego de una investigación que le llevó seis años, Michaelis asegura que era un hombre que se sentía inadvertido y sin amor. Su conclusión surge luego de realizar más de doscientas entrevistas y tener acceso a los papeles familiares. Además, el biógrafo analizó las 17.897 tiras cómicas que Schulz escribió y dibujó. La familia, a través de una entrevista en la revista Newsweek, se mostró en desacuerdo con la imagen que el libro muestra sobre el caricaturista: "De haber sabido que éste era el libro que David iba a escribir, no habríamos hablado con él", dijo su hijo Monte Schulz. Fallecido en 2000, a los 77 años, Schulz abordó un estilo minimalista en el dibujo, que significó una nueva era del cómic y para su autor el mote de genio. Para Michaelis, "lo que nos enseñó Peanuts es que la contradicción y la ambigüedad forman parte de la vida, al igual que la felicidad y la dulzura". Y además agregó: "Tratar de ver a Charles Schulz sólo como una de las cosas es privarle de ser el hombre y el genio que realmente fue."
Por otra parte, las reseñas elogiosas al libro no paran de llegar. Por ejemplo, la semana pasada en
The New Yorker ni más ni menos que John Updike
le hace una rendida reseña que concluye con este párrafo cuyas conclusiones suscribo:
“Peanuts,” of course, was more than a running autobiographical tease, as the reader can reassure himself by leafing through the lavish “Peanuts Jubilee” or its less lavish, rather jumbled successor, twenty-five years later, “Peanuts: A Golden Celebration.” The elegant economy of the drawing and the wild inventiveness of such pictorial devices as the towering pitcher’s mound and the impossible perspective of Snoopy’s doghouse keep the repetitiveness, talkiness, and melancholy of the strip a few buoyant inches off the ground, and save it from being fey. With the introduction, in 1970, of Snoopy’s friend the tiny yellow bird Woodstock, Schulz gave himself access to a whole fresh realm of tenderness; a sort of parenthood at last crept into the strip, where human parents are invisible. And yet, in the end, it was the woeful personal undercurrent—the frozen memory of a grade-school loser’s unshakable existential angst, a child alone behind his unrecognizably bland face—that set “Peanuts” apart and attracted the devoted loyalty of millions, including future celebrants like the artists Chip Kidd and Chris Ware and writers like Jonathan Lethem and Jonathan Franzen. As Schulz said, most of us are better acquainted with losing than with winning. “Peanuts” was a unique creation, a comic strip at bottom tragic.
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