El gran Julio Ramón Ribeyro ríe después de leer su cuento post-mortem titulado "Homenaje en Riva Agüero". Foto. Caretas Cuando he asistido a Congresos Literarios fuera del país encuentro un denominador común: la mayoría de escritores no peruanos me preguntan por Julio Ramón Ribeyro. Ribeyro tiene una fama creciente fuera del Perú; es un escritor de culto, el autor que todos se precian de haberlo leído. Si Mario Vargas Llosa o Alfredo Bryce Echenique son los referentes obligados, el caso de Ribeyro es distinto: A él se le admira, se le cuida, se comparte solo entre buenos lectores. Y yo, debo decir, me siento tremendamente orgulloso, no por ser peruano, sino porque me considero un "ribeyriano" a carta cabal. Por eso, me
da pena enterarme en la revista CARETAS de un extraño homenaje que se le hizo en el Instituto Riva Agüero de la PUCP donde participaron Alonso Alegría, Jorge Valenzuela y Richard Cacchionne. El sobrino de Ribeyro, Juan Ramón, comenta en "Caretas" la cantidad de desatinos que se dijeron esa noche. Por ejemplo:
"El profesor Jorge Valenzuela, a través del cuento "Junta de Acreedores" trató de demostrar que Ribeyro es autor del fracaso, y que a pesar de estar considerado como neorrealista no lo es, ya que a diferencia de los representantes de esta tendencia que se solidarizan con los personajes, Ribeyro los despoja de toda su humanidad y los degradaba con sarcasmo.
En primer lugar, habría que dudar del método de crítica que genera una idea general luego de la lectura de un sólo cuento, más aún de un autor tan prolífico como Julio Ramón Ribeyro. En segundo lugar, ¿de dónde sacará Valenzuela aquella
norma según la cual el "Neorrealismo" implica que el autor, o narrador, se solidarice con sus personajes? ¿Eso sucede siempre? Primera noticia. Quizá ha visto demasiado
Ladrón de bicicletas de Vittorio de Sica. Pero el Neorrealismo tiene demasiadas aristas como para reducirlas de ese modo. Por lo demás, creo que ya es tiempo de quitarse de la cabeza aquello de que Ribeyro es un escritor "sobre el fracaso". ¿Realmente fracasan todos sus personajes? Creo que no. Hay varios aprendizajes en la obra de Ribeyro. Cuentos canónicos como "Al pie del acantilado" o "Silvio en el Rosedal", por ejemplo, permiten una lectura diferente. Quizá el hecho de que la obra total se llame
La palabra del mudo (título impuesto por el editor Milla Batres, según tengo entendido) manipula la lectura.
Cuentos de circustancias, otro de los títulos que usó Ribeyro para una colección de realtos, me parece más acertado para definir la totalidad su obra.
La exposición de Richard Cacchionne es resumida por Juan Ramón así:
[...] dijo que el autor provenía de una familia oligárqueica y por ello tenía un pensamiento retrógrado del siglo XIX, racista y que pensaba mal del indígena.
Intentar explicar, por el pasado familiar de un autor, la ideología subyacente en su obra es un error de crítica gravísimo. Llamar "racista" a Ribeyro por exponer, justamente, con enorme acierto y solvencia, el racismo de la sociedad peruana (en cuentos como "Alienación" o "De color modesto") es una nueva equivocación horrorosa. Es confundir al mensajero con el mensaje. Por ejemplo, bajo esa lógica, al leer "El marqués y los gavilanes", podría deducirse que Ribeyro, al ridiculizar al "oligarca" como un demente que no puede ver la realidad, es racista contra los blancos. Y aunque la crítica lanzó por ahí una frase célebre que a Julio Ramón le gustaba repetir ("Ribeyro es nuestro mejor escritor del siglo XIX"), para mí es una frase infortunada. Ribeyro es un escritor de su siglo. Y no solo por sus cuentos sino por sus insuperables
Prosas Apátridas o sus
Diarios e incluso sus ensayos
, aspectos de sus obras lamentablemente soslayados por los comentaristas. Las reflexiones en sus prosas y diarios son las de un hombre que observa el siglo XX como un siglo en decadencia, no la de un decimonónico positivista entusiasmado con el progreso. Pero, sobre todo, el radical escepticismo de Ribeyro es una de las características más notables de la literatura del XX; ese escepticismo riega todos sus textos como el gran unificador, incluso más que el cacareado fracaso. Cuentos sobre el absurdo como "La insignia" o cuentos con complicadas técnicas literarias como "Carrusel" solo pueden responder a un autor post-Kafka o post-Joyce. ¿Ribeyro un autor del siglo XIX? ¡Bah!
Finalmente, la parte más extensa del artículo en "Caretas" se refiere a las palabras, también desafortunadas, de Alonso Alegría (quien
escribe una columna respecto al tema hoy en Perú21). Resume así el sobrino Juan Ramón lo que dijo el dramaturgo:
Alonso Alegría comenzó su ponencia [...] diciendo que ningún narrador puede hacer buen teatro ya que, para escribir una obra de este género había que ser dramaturgo, y en consecuencia las dos obras de Ribeyro Atusparia y Santiago el pajarero carecían de valor. esbozó luego una feroz crítica contra Ribeyro porque se regodea con el fracaso [...] Respecto a su actuación política dijo que hizo lobby por Alan García para defenderlo por la matanza de los penales y que tuvo una posición ambivalente respecto de su amigo Vargas Llosa. Finalmente, vaticinó que como el país iba saliendo de la crisis y el fracaso iba dejando de ser parte de la idiosincracia del país, en los próximos años ya nadie leería a Ribeyro.
En primer lugar, me parece un desatino recordar (para menospreciar su obra literaria, además), descontextualizándola, la actitud política de Julio Ramón Ribeyro durante los años de Alan García. Coincidentemente, un enemigo declarado de Alonso Alegría, el maoísta Miguel Gutiérrez, en
Un mundo dividido, usó la misma estrategia para subestimar la obra de Ribeyro. Parece que en el Perú resentido, envidioso y chismosón, a la hora de contar chismes mal contados no existen banderas políticas. Ciertamente, Ribeyro y Vargas Llosa tuvieron diferencias (que están expuestas en las memorias de Vargas Llosa
El Pez en el agua) pero sé que las solucionaron en privado, como debe ser. Alegría pretende "ponerse" extemporáneamente del lado de Vargas Llosa, a quien califica de "amigo". ¿Con qué sentido? ¿Qué necesidad hay de airear ese tema en un homenaje a un narrador extraordinario en su aniversario? Estoy seguro de que si Vargas Llosa y no Alonso Alegría hubiera estado presente, por respeto y admiración a un escritor notable, jamás hubiera comentado esa anécdota de una manera tan arbitraria y descontextualizada. En segundo lugar, Alonso Alegría activa desde hace años una campaña personal para instaurarse como el único dramaturgo importante del Perú. Decir que Ribeyro es un mal dramaturgo (y vamos a pasar por alto la inferencia difícilmente defendible "ningún narrador puede ser buen dramaturgo") es como subrayar en un homenaje a Usaín Bolt, campeón plusmarquista de 100 metros planos, nunca ha ganado una medalla en salto alto. Lo que está en discusión es su marca mundial, no su salto alto. Lo que se discute en Ribeyro es la calidad de su obra, sin necesidad de diseccionarla en géneros. Y bueno, posiblemente es cierto y las obras dramáticas no estén a la altura de sus cuentos y sus prosas. Pero eso significa poco en el contexto de una obra solida y compacta como la de Ribeyro. Por ello, no puede decirse que esas obras "no tienen valor" porque, cuando un autor es tan complejo y sofisticado como Julio Ramón Ribeyro, todas las obras contribuyen a la comprensión de su
summa literaria. Ribeyro (y quizá eso le afecta al dramaturgo de
El cruce sobre el Niágara) no es el autor de una sola obra celebrada, sino de una
obra total que incluye distintos géneros, entre ellos la dramaturgia. Desdeñar su obra dramática es perder el objetivo, que debería ser la lectura global de su obra. Resaltar la menor calidad dramática de un narrador espléndido como Ribeyro en su homenaje solo puede ser una provocación gratuita, movida por el deseo compulsivo de llamar la atención o la mala leche.
Ahora bien, lo que sí resulta aún más lamentable es aquella conclusión de pitoniso que afirma convencido que en el futuro "nadie leerá a Ribeyro" en el Perú. Hay que ser muy negligente para lanzar una frase de oráculo sobre el siempre imprevisible destino literario de cualquier autor. Pero sustentar esa especulación bajo una teoría "sociológica" es, ya, una falta de respeto. ¿Realmente cree Alonso Alegría que el Perú es ahora un país optimista, donde el
fracaso no existe? ¿Realmente lo cree
ad-portas de un proceso electoral donde la hija de Fujimori tiene un alto porcentaje de votación de personas que no están interesados en el futuro del país sino en el beneficio propio que puede conseguir de un ladrón? ¿Es un país optimista el que produce los sucesos de Bagua? Si Alonso Alegría se ha dejado llevar por las
mini-series sobre bandas de cumbia que salen del fracaso y luego se compran camionetas 4x4, o si cree las estadísticas sobre el "milagro peruano" con que nos bombardea el diario "El Peruano" es su problema. Pero el Perú es un país complicado, dividido, desintegrado, sin instituciones sólidas, racista y, además, con un gran desprecio al arte y la cultura. Un país donde cada uno
jala agua para su molino, donde cada día descubrimos un escándalo político nuevo, donde todos los días nos enteramos de miserias humanas en familias de todas las condiciones sociales, desde violaciones a menores, líos por herencias familiares, jubilados sin pensiones, asesinatos selectivos que incluyen el matricidio. ¿Ese es
el país que va dejando de creer en el fracaso? Incluso si así lo fuera, como acota bien el sobrino Juan Ramón, nadie podría asegurar que se dejaría de leer a Ribeyro, como no se ha dejado de leer a Chejov, Kafka o a Dostoievski. Pero sucede, además, que no es cierto. El Perú sigue siendo el país de frustraciones que retrató con lucidez Julio Ramón Ribeyro. Y más allá del Perú, los seres humanos seguimos siendo esos proyectos fallidos, esos personajes tentados por el fracaso, que con inteligencia e ironía resaltó en sus prosas apátridas. Por eso se lee cada vez más a Julio Ramón Ribeyro, y no solo en el Perú sino en el exterior como señalé al principio. Porque Ribeyro tocó una fibra humana a la que pocos autores acceden. Porque Ribeyro, incluso en sus obras menores como las dramáticas, era un autor consciente de que la verdadera tragedia del ser humano no radica solo en su entorno sino en sí mismo.
Coda.- Como prueba final de que Alonso Alegría está equivocado en hablar de un Julio Ramón Ribeyro fuera de época, propongo este homenaje. ¿Acaso no es un perfecto cuento suyo la historia de una convocatoria a tres peruanos incapaces de entender la buena literatura para hablar, justamente, de las bondades de un autor complejo como Julio Ramón Ribeyro? Este es el cuento
post-morten que debería sellar la exitosa reedición, por Seix Barral-Perú, de
La palabra del mudo (por cierto, el libro más vendido de la feria Ricardo Palma, y el que salvó al stand de Planeta, como para reírse de aquel
Perú triunfalista que no lee a Ribeyro que imagina ilusamente Alonso Alegría). Julio Ramón debe estarse riendo desde las alturas. Las alturas no del cielo donde mora, digo, sino de su enormísimo talento.
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