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Notas al vuelo en cuaderno Moleskine® .

Oswaldo Reynoso en Clarín

Oswaldo Reynoso. Fuente: revistañ

Las reperscusiones de la edición argentina de En octubre no hay milagros (ediciones El Andariego) de Oswaldo Reynoso continúan. La revista Ñ, del diario Clarín, le hizo una extensa entrevista el fin de semana pasado. "El narrador de las cantinas" lo llaman (sus amigos y el Superba saben que es cierto... pero yo lo llamaría más "el narrador de los chifas" porque ir a un buen chifa con don Oswaldo es una experiencia gourmet inolvidable) y lo consideran un escritor referente del "realismo peruano" junto a Julio R. Ribeyro y Mario Vargas Llosa. Oswaldo recibió a sus entrevistadores argentinos con un diccionario ("Diccionario razonado de vicios, pecados y en­fermedades morales") en la mano. Otra estampa muy reconocible para quienes lo conocemos. La primera vez que conversé con él, tenía el diccionario Duden. Les dejo algunas preguntas:

Cuando en 1965 se publicó en el Perú su novela "En Octubre no hay milagros" se generó un escándalo de proporciones y los críticos lo acusaron de marxista rabioso...
Sí, y hasta quemaron el libro en la procesión de El Señor de los mi­lagros y luego hubo una petición firmada por varias personas pi­diendo al ministro de Educación que me anularan el título de pro­fesor y me prohibieran el ingreso a cualquier aula y por eso después publiqué otro libro que se llama El escarabajo y el hombre en donde retomo el trabajo con la lengua po­pular. Recuerdo que en la presen­tación de ese libro sólo pronuncié estas palabras: "me cago en los críticos del Perú y sin ninguna excepción", lo que por supuesto provocó más escándalo, y eso es lo que les digo a los jóvenes escri­tores que van a mi casa: que si son verdaderos creadores no les debe importar la crítica, porque, por lo general, es una referencia pero no puede ser una guía definitiva para los futuros creadores,

Hay como un consenso en la crítica de que los principales antecedentes de la novela ur­bana en el Perú son algunas experiencias vanguardistas en la narrativa de los años 20. La novela "Duque" de Alfredo Diez Canseco y "La casa de cartón" de Martín Adán. ¿Coincide con esa visión?
Por supuesto, yo recibí esa in­fluencia. Lo que sucede es que Duque es una novela un poco clandestina, y La casa de cartón una novela de vanguardia que permanece también casi oculta y que solamente llega a algunos lec­tores, hasta que en la década del 50 se hace una publicación masi­va. Pero yo tuve la suerte de leer estas dos novelas cuando era muy joven y lo que más me impresionó fue el lenguaje. Aunque de todas maneras si bien tomaron algunos elementos del habla popular, o temas como la homosexualidad, aparecen en sus relatos como al­go artificial. No era la primera vez que en la literatura peruana se to­caba en forma directa el tema de la homosexualidad, anteriormen­te ya había algunas novelas, pero en forma muy recatada. Hasta el año 60 tanto ese lenguaje como un tema como la homosexuali­dad estaban un poco al margen. Lo fundamental de mis obras es el empleo del lenguaje, asumir vi­vencialmente el lenguaje popular, la jerga, entendida como lenguaje poético. La jerga aparece como una necesidad expresiva de mis personajes para crear el ambiente y su propia problemática. Porque anteriormente los escritores del Perú eran muy pudorosos, escri­bían dentro del estándar de las formas cultas. Cuando un perso­naje, de acuerdo con su extracción social o el conflicto que tenía que resolver soltaba una grosería, los narradores, antes de la década del sesenta, ponían la letra inicial de la palabra en mayúscula seguida de punto suspensivos. O si no hay un cuento muy interesante de un escritor que es también el inicia­dor de la literatura urbana en el Perú que se llama Congrains Martín que habla de dos niños de clases muy bajas que viven en un cerro y bajan a la ciudad. La pala­bra más gruesa que emplea uno de estos personajes es "caray". Cuando yo lo leí pensé: ¿Pero qué le ha pasado a Congrains que no puso carajo?

Una especie de autocensura...
Sí, autocensura. Entonces en mi libro Los inocentes no es que yo quisiera innovar el lenguaje, sino que mi impulso de creador me lle­vó a presentar los personajes no solamente por la descripción físi­ca o por problemas interiores sino fundamentalmente por el lengua­je. En ese momento no se hablaba de la oralidad, entonces en mis relatos no hay un registro gráfico fidedigno del lenguaje popular, sino una reelaboración de ese lenguaje para darle cierto valor li­terario sin renunciar a la esencia misma del habla popular.

¿El hecho de no haber escrito durante casi diez años lo hizo dejar de sentirse un creador?
No, aunque no escribía me agra­daba concurrir a cantinas, a cafés y ahí contaba muchas cosas que luego no he llegado a escribir... y en todo siempre fui un narrador de cantina, de bar, en las aulas, en los patios de las universidades y solamente cuando una situación me parecía que estaba muy bien hecha, la llevaba a la escritura. Es lo que me pasó con Los eunucos inmortales .

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