MOLESKINE ® LITERARIO

Notas al vuelo en cuaderno Moleskine® .

Prohibido admirar

3.02.2010
Crucifixión de Messina. Fuente: crucifixión

La apurada versión de John Berger. Fuente: revista Ñ

John Berger no es solo un excelente escritor sino también un gran pintor, conocedor además de teorías y conceptos pictóricos que literalmemente "tiñen" su obra a través de imágenes, descripciones o reflexiones. Uno esperaría que un hombre de su talla intelectual no debería tener problemas con los "guachimanes" (léase guardias, vigilantes celadores o lo que quieran) de los museos. Pero no. No hay nada peor que intentar interactuar con los museos clásicos llenos de cartelintos que prohiben fotografíar, beber o comer. Y reproducir. Esto es lo que le pasó a Berger -en sus propias palabras- visitando The National Gallery de Londres.

Estaba en Londres el Viernes Santo de 2008. Temprano por la mañana decidí ir a la National Gallery a ver la "Crucifixión" de Antonello da Messina. Es la pintura más solitaria que conozco de esa escena, la menos alegórica. En el trabajo de Antonello –y hay menos de cuarenta pinturas que se le atribuyen sin discusión alguna– hay un especial sentido siciliano de presencia que es desmedido, que rechaza toda moderación o autoprotección. Se puede escuchar lo mismo en estas palabras que dijo un pescador de la costa cercana a Palermo y que Danilo Dolci registró hace unas décadas."Hay veces que veo las estrellas por la noche, sobre todo cuando salimos a buscar anguilas, y me pongo a pensar. '¿El mundo es en verdad real?' No puedo creerlo. Si hay calma, puedo creer en Jesús. Si alguien insulta a Jesucristo, lo mato. Pero hay veces que no creo, ni siquiera en Dios. 'Si es cierto que Dios existe, ¿por qué no me da un respiro y un trabajo?'" [...]

Encuentro la "Crucifixión" de Antonello con facilidad, colgada al nivel de los ojos, a la izquierda de la entrada a la sala. Lo que resulta tan notable de las cabezas y los cuerpos que pintó no es sólo su solidez, sino la forma en que el espacio pintado circundante ejerce presión sobre ellos y la manera en que éstos luego resisten esa presión. Es esa resistencia lo que les da una presencia tan concreta e indiscutible. Después de mirar un largo rato, decido tratar de dibujar sólo la figura de Cristo. Algo a la derecha de la pintura, cerca de la entrada, hay una silla. La hay en toda sala de exposición, y es para los vigilantes oficiales de la galería, que observan a los visitantes, les advierten si se acercan demasiado a una pintura y contestan preguntas. [...] Los vigilantes siempre tienen dos o tres salas a su cargo, por lo que van de una a otra. La silla junto a la "Crucifixión" por el momento está vacía. Después de sacar mi cuaderno, una lapicera y un pañuelo, coloco con cuidado mi mochila sobre la silla. Empiezo a dibujar. Corrijo error tras error. Algunos triviales. Otros no. La cuestión más importante es la escala de la cruz en la página. Si eso no está bien, el espacio circundante no ejercerá presión alguna y no habrá resistencia. Dibujo con tinta y me humedezco el dedo índice con saliva. Mal comienzo. Doy vuelta la página y empiezo de nuevo.No voy a cometer el mismo error otra vez. Cometeré otros, por supuesto. Dibujo, corrijo, dibujo. Antonello pintó en total cuatro Crucifixiones. La escena a la que más volvió, sin embargo, fue a la de Ecce Homo, donde Cristo, liberado por Poncio Pilatos, se ve expuesto a las burlas y oye a los sumos sacerdotes judíos pedir su crucifixión. Pintó seis versiones, todas ellas retratos de la cabeza de Cristo sufriente. Tanto el rostro como su pintura son firmes. La misma tradición lúcida siciliana de poner a prueba las cosas sin sentimentalismo ni complacencia.¿El bolso que está en la silla es suyo? Miro a un lado. Un guardia de seguridad armado mira con severidad y señala la silla. Sí, es mío. ¡No es su silla! Lo sé. Puse el bolso ahí porque no había nadie sentado. Lo retiraré de inmediato. Levanto el bolso, doy un paso a la izquierda hacia la pintura, me pongo el bolso entre los pies, en el piso, y vuelvo a mirar mi dibujo. Su bolso no puede estar en el piso. Puede revisarlo. Aquí está la billetera y estas son cosas para dibujar, nada más. Abro el bolso. El guardia se da vuelta. Dejo el bolso en el suelo y empiezo a dibujar otra vez. A pesar de su solidez, el cuerpo que está en la cruz es muy delgado. Más delgado de lo que se puede imaginar antes de dibujarlo. Se lo advierto. Ese bolso no puede seguir en el piso. Vine a dibujar esta pintura porque es Viernes Santo. Está prohibido. Sigo dibujando. Si insiste, dice el guardia de seguridad, llamaré al supervisor. Levanto el dibujo para que pueda verlo. Tiene cuarenta y tantos años. Macizo. De ojos chicos, u ojos que achica al adelantar la cabeza. Diez minutos, digo, y termino. Llamaré al supervisor ya mismo, dice. Escuche, contesto, si hay que llamar, llamemos a alguien del personal de la galería, y con un poco de suerte van a explicar que no hay problema. El personal de la galería no tiene nada que ver con nosotros, dice entre dientes. Somos independientes y nos ocupamos de la seguridad. ¡Seguridad, las pelotas! Pero no lo digo. Empieza a pasearse lentamente de un lado a otro, como un centinela. Yo dibujo. Ahora estoy dibujando los pies. Cuento hasta seis, dice, y luego llamo. Se acerca el celular a la boca. ¡Uno! Me lamo el dedo para hacer el gris. ¡Dos! Corro la tinta sobre el papel con el dedo para marcar el hueco oscuro de una mano. ¡Tres! La otra mano. ¡Cuatro! Avanza hacia mí. ¡Cinco! Póngase el bolso al hombro. Le explico que, dado el tamaño del cuaderno de dibujo, si hago eso no podré dibujar.¡ El bolso al hombro! Lo levanta y lo sostiene ante mis ojos. Cierro la lapicera, tomo el bolso y digo mierda en voz alta. ¡Mierda! Abre los ojos y mueve la cabeza sonriendo. Lenguaje obsceno en un lugar público, anuncia, nada menos. Vendrá el supervisor. Distendido, da lentas vueltas por la sala.Dejo caer el bolso al suelo, saco la lapicera y echo otra mirada al dibujo. La tierra tiene que estar ahí para limitar el cielo. Con unos pocos toques indico la tierra. En una "Anunciación" que pintó Antonello, la virgen está de pie ante un estante en el que hay una biblia abierta. No hay ángel. Un retrato de la cabeza y los hombros de María. Los dedos de las dos manos colocados sobre el corazón están abiertos como las páginas del libro profético. La profecía pasa entre sus dedos. Cuando el supervisor llega, se para, brazos en jarra, más o menos detrás de mí, y anuncia: Abandonará la galería escoltado. Insultó a uno de mis hombres, que estaba haciendo su trabajo, y gritó palabras obscenas en una institución pública. Ahora va a caminar delante de nosotros hasta la salida principal. Supongo que sabe el camino. Me escoltan escaleras abajo hasta la plaza. Ahí me dejan, y suben con energía los escalones, ya cumplida la misión. Aquí está el dibujo.

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Rezar también ayuda (decálogos literarios)

2.26.2010
Tips for writers. Ilustración: Illustration: Andrzej Krauze. Fuente: the guardian


No creo en los decálogos literarios. Me parecen absurdos, falsos. Y como diría no sé quién, la décima regla debería decir siempre "No hagas caso a los 9 anteriores", del mismo modo como cuando uno sube a un avión lo primer que te dicen es qué hacer en caso de una catástrofe aérea. Sin embargo, es cierto que decálogos hay muchos y seguirán existiendo. Ezequiel Martínez, en su blog "En Minúscula", me ganó la primicia sobre esta nota en The Guardian titulada Ten rules for writing fiction. Invitaron a participar a autores como Elmore Leonard, Diana Athill, Margaret Atwood, Roddy Doyle, Helen Dunmore, Geoff Dyer, Anne Enright, Richard Ford, Jonathan Franzen, Esther Freud, Neil Gaiman, David Hare, PD James, AL Kennedy. Les dejo aquí las mejores de estas recomendaciones ("cotillón de respuestas" las llama), seleccionadas y traducidas por el querido Ezequiel:

No trates de esperar un "lector ideal". Puede haber uno, pero el/ella está leyendo a otro. (Joyce Carol Oates)

Reescribe y edita hasta lograr la frase / el párrafo / la página / el capítulo / la historia más feliz. (Annie Proulx)

No te rindas. (Ian Rankin)

Lo más cercano a una regla es un post-it pegado en la pared frente a mi escritorio que dice "Faire et se taire" (Flaubert), que yo misma traduje como "¡Cállate y sigue adelante con eso". (Helen Simpson)

Trabaja en una computadora que no tenga conexión a internet. (Zadie Smith)

Nada de sexo, drogas o alcohol mientras estés trabajando. (Colm Tóibín)

También puedes hacerlo todo con un whisky. (Anne Enright)

Rezar puede funcionar. (Margaret Atwood)

Cásate con alguien que ames, que piense que es una buena idea que tú seas escritor. No tengas hijos. (Richard Ford)

Escribe en tercera persona a menos que ofrezcas una primera persona cuya voz sea distintiva e irresistible en sí misma. (Jonathan Franzen)

Lee mucho y con discriminación. La mala escritura es contagiosa. (PD James)

Escribe. (Neil Gaiman)

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Rushdie sale del escondite

Salman Rushdie. Fuente: ábrete libro

¡Finalmente! Era obvio que esto debía suceder. Salman Rushdie ha decidido contar la historia de su famosa fatwa y las consecuencias en su vida. Seré el primero en conseguir ese libro que narrará una de las muestras más intolerantes contra un escritor desde el juicio a Oscar Wilde. Dice la nota:

El autor de Hijos de la medianoche (premio Booker) siempre ha sido parco en explicaciones sobre ese periodo, pero ahora, a sus 62 años, se declara dispuesto a escribir "una historia que es sólo mía". Ha contribuido a motivarle la exposición que estos días le dedica la Emory University en Atlanta, con un despliegue de sus papeles personales, cartas, cuadernos, fotos, dibujos e incluso manuscritos inéditos que concibió durante esos 10 años de semirreclusión. El futuro libro no precisará de las reconocidas dotes de Rushdie como fabulador, porque los hechos que desencadenó la fetua superan el dramatismo de cualquier ficción: su traductor japonés fue asesinado, sus colegas noruego e italiano escaparon a sendos atentados y otro, frustrado, contra su traductor al turco acabó con violentos disturbios en aquel país.

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Harry vs Willy

2.18.2010
J.K. Rowling acusada de plagio. Fuente: el país

Obvio, todos quieren una tajada del best seller más alucinante de los últimos años. Esta es solo una demanda más que tendrá que pelear JK Rowling contra los ambiciosos herederos de un autor desconocido que publicó un libro llamado ridículamente Willy el Brujo. ¿Y saben qué? No será la última vez que la demanden ¿Y saben qué más? Las ganará todas. Dice la nota:

La autora de Harry Potter, J.K. Rowling, ha sido demandada por un presunto plagio de ideas de la obra Willy el brujo, del escritor Adrian Jacobs, británico como ella, ha indicado el representante de la parte demandante. Max Markson, representante legal del fideicomisario de la herencia de Jacobs, un autor de cuentos infantiles poco conocido que falleció en 1997, indicó que Rowling ha sido incluida en la demanda interpuesta en junio pasado contra Bloomsbury Publishing, la firma editora de los libros de Harry Potter. La incorporación de Rowling a la demanda original se tramitó el pasado miércoles en un tribunal de Londres después de que Paul Allen, el fideicomsario de Jacobs, advirtiera que el plazo para denunciar a la famosa escritora de Harry Potter no había prescrito, como en principio se pensó. En su comunicado hecho público en la ciudad australiana de Sídney, donde tiene su bufete, Markson apunta que se trata de un caso de miles de millones de dólares que dependerá del fallo que dicte el tribunal. Por su parte, el fideicomisario de Jacobs destaca en una nota que cuentan con "el asesoramiento legal de un experto" y que creen que se trata de "un caso sólido". "Unicamente hemos añadido a J.K.Rowling, ahora Mrs. Murray, a nuestra demanda contra Bloomsbury al descubrir una causa legal para actuar contra ella". Bloomsbury Publishing negó en junio de 2009 que Rowling hubiera plagiado "partes importantes" al escribir el libro "Harry Potter y el cáliz de fuego", que se había publicado en 2000, unos tres años después de Willy el brujo. Fue la cuarta entrega de la serie del niño mago, de la que se han vendido más de 400 millones de copias en todo el mundo y que es una franquicia cinematográfica. La parte demandante clama que la trama de Harry Potter y el cáliz de fuego copiaba ciertos elementos del argumento de un tomo de Willy el brujo, incluidas una competición de magos y la idea de los hechiceros viajando en tren. Según la parte demandante, Jacobs había buscado los servicios del agente literario Christopher Little, quien después lo fue de Rowling. Jacobs falleció pobre en un asilo de Londres el mismo año en el que se publicó su libro Willy el brujo, de 36 páginas y que tuvo escaso éxito.

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¿La generación de oro sigue brillando?

1.22.2010
Illustration: Ian McEwan, Martin Amis and Julian Barnes Photo: Andy Watt/Folioart. Telegraph


Mientras que la editorial Anagrama sigue creyendo en el llamado Dream Team de la narrativa británica, reconozcamos que un poco deslucida en la actualidad, y publica la última de Julian Barnes Nada que temer, en Telegraph.uk no les perdonan nada a los que califica como "generación de oro" Los acusa de agotados, recopila sus fracasos, los llama "divos" y acusa a la crítica de falocentrista. Sin embargo, confiesa que no serán fácilmente desplazados. Nada que temer, como diría Barnes. Los viejos-jóvenes todavía están en la danza, eso es un hecho. Yo leo todo lo que escriben, aunque mi entusiasmo no es el de antes. El artículo de Alex Clark se titula: Martin Amis, Ian McEwan: does the golden generation still glitter? Lo copio entero porque está buenísimo:

Despite his previous professions of distaste for the comic novel, one might almost suspect Ian McEwan of using fiction to make a joke at our expense – or even his own. At the end of last year, an extract of his forthcoming novel, Solar, appeared in the New Yorker magazine and immediately posed the reader a question: is literature at its most useful – or is it indeed only useful – when you are trying to get someone into bed? In the extract, we learn that the novel’s protagonist, a Nobel Prize-winning physicist, a serial marrier and dedicated philanderer, makes his first significant youthful romantic conquest by convincing the object of his affections that he is an aficionado of Milton and, to boot, that he has little time for the hoary old opposition of art and science: “All knowledge interested him, he said; the demarcations between subjects were mere conveniences or historical accidents or the inertia of tradition.” Mastering art by dint of furious mugging up and a little rational thought makes Michael Beard, we hear, feel “intellectually free” (even though his first wife eventually walks out on him after having her consciousness raised). Unseasonally speaking, we might accuse McEwan of being a turkey voting for Christmas. The novel, to be published here in March, has been billed as a satirical look at climate change and was germinated on a trip to the Arctic to observe that very phenomenon, in which McEwan saw that the vagaries of group behaviour might provide a useful insight into our tricky relationship with the planet. But McEwan’s recurrent concern with the uses and abuses of fiction – in evidence in perhaps his most widely read novel, Atonement (2001), hung on a narrative trick revealed only at its conclusion, and in the thrillerish denouement of 2005’s Saturday, which juxtaposed violence with Matthew Arnold, provides an intriguing portrait of a novelist consistently interested in the purpose and potential of his form. At the same time, McEwan has also pulled off that rare feat in the world of the literary novel – writing books that appeal to a large and loyal readership while also garnering attentive and, even when mixed, serious reviews. In the flood of novels to be published in the opening months of the decade, Solar stands out, alongside Martin Amis’s The Pregnant Widow and Peter Carey’s Parrot and Olivier in America, as among the most eagerly anticipated. Together with Julian Barnes and Kazuo Ishiguro, both of whom had books out last year, these writers can be seen as the lasting success stories of a generation of writers who rose to prominence in the Seventies and Eighties and who have emerged – in that impossible parlour game of second-guessing posterity – as those with at least a fighting chance of being read in a few decades. But what does that tell us about our literary landscape, its recent past and its likely future? There is, in the first instance, an obvious point to be made about the peculiar nature of literary celebrity. Of the writers mentioned above, it is Amis and McEwan whose books are most breathily previewed and whose pronouncements on a range of topics, most noticeably both writers’ comments on Islamic fundamentalism, have been widely reported and minutely dissected; added to which, Amis in particular has frequently seen his private life come under scrutiny. In a culture in which it is debatable whether any writer is ever really “famous” – Amis’s most recent tangle with the press came when he had the temerity to question the writing talents and physical attributes of Katie Price, a celebrity nonpareil – Amis and McEwan come the closest Britain has. In Amis’s case, the (not entirely literary) reasons are clear enough: the combination of a famous writer father, an early determination to include an awful lot of sex in his work and the odd diary-friendly interlude such as expensive dental work is enough to create a reputation for controversy and notoriety. For McEwan, there is something a little more subtle at play, with widespread media attention only arriving in the past few years. It was Saturday, set against the anti-Iraq War demonstrations of 2003 and frequently adopting something close to a documentary style, that catapulted its writer on to the national news; it was as if we felt that here was a writer to whom we could entrust the task of telling us what was going on, in a language that we could understand. That level of recognition does not, however, guarantee blanket approval. McEwan has seen his fair share of negative reviews, most notably when fellow novelist John Banville wrote a vehemently dissenting review of Saturday in The New York Review of Books; it was, he said, “a neoliberal polemic gone wrong”, its author demonstrating “a disturbing tendency towards mellowness”. Last year, the critic James Wood, writing in the London Review of Books in far more generally approving terms, drew attention to McEwan’s predilection for narrative manipulation and wrote suggestively about the reader’s own collusion with it. But if McEwan sometimes finds himself on the receiving end of a less-than-enthusiastic critical reception, Amis must surely wonder who will be first to take a potshot. After the brief respite of his memoir, Experience (2000), which appeared to surprise critics with its candour and painstakingly delineated emotion, Amis came in for a drubbing when he published the novel Yellow Dog in 2003, with Tibor Fischer even writing that he feared being seen reading it on the Tube. The Pregnant Widow, which is set in an Italian castle in 1970 and centres on the sexual adventures of a group of young men and women, has been described in advance as a discussion of feminism; whether Amis’s detractors, who accuse him regularly and with highly arguable accuracy of misogyny, view it that way remains to be seen. There is much less to fear, one imagines, for Peter Carey, whose new novel is a re-imagining of the American adventures of Alexis de Tocqueville; following the ambitiously fractured narrative of political extremism in his last novel, His Illegal Self, it suggests a writer whose fascination for oddballs and off-kilter stories ensures a resistance to easy categorisation. It is a truism that any examination of a group of writers generally concludes that they have little in common; those who dedicate their lives to creating literary fiction are usually striving to isolate their own voices rather than to tune in to others’. If Amis and McEwan repeatedly attract the noisiest attention, it is both a testament to the steadfastness of their ambition – McEwan’s commitment to exploring his fascination with the intervention of chance calamity into ordinary and otherwise ordered lives, for example, or Amis’s bravura probing of the possibilities and limits of his pyrotechnical style – and an interesting commentary on our own attitudes towards the contemporary novel. Despite the critical and commercial success of her Man Booker Prize-winning novel Wolf Hall, and the consistently exceptional quality and curiosity of her earlier work, Hilary Mantel has not often been spoken of in the same breath as the triumvirate of McEwan, Amis and Julian Barnes; similarly, A.S Byatt, Rose Tremain and Pat Barker, even though their work has pleased both prize juries and large numbers of readers. It is hard not to see a gender bias at work here, though not only that; one wonders if there is a suspicion of a certain sort of narrative complexity. It is hard to consider the work of such diverse writers as Howard Jacobson, John Banville, Sebastian Barry or the late Gordon Burn and judge them to be lesser talents than their more volubly discussed contemporaries; but in each, there is a less immediately apparent artistic agenda that can almost be seen as a greater willingness to immerse themselves in the ambiguities and meandering byways of the form. But if all the writers who are loosely grouped together as contemporaries can be credited with invigorating the novel over the past 30 or 40 years – and with freeing it from some of the dead-ends that conventional realism had pulled it towards – then what of the coming generation? Easy though it is to come up with a list of novelists in their thirties or forties – many of whom featured, like their predecessors, on Granta’s once-a-decade list of the Best of Young British Novelists – it is also true that the literary landscape is much altered. Now, writers such as David Peace, Zadie Smith, Sarah Waters, A.L Kennedy, Nicola Barker and Andrew O’Hagan, to name but a few, must operate in an environment where there is far less opportunity for critical discussion and far more pressure on a writer to perform well earlier in their career. And these are the writers who have already enjoyed a large measure of success – including not only the approval of reviewers but also the attentions of screenwriters keen to map their work onto another medium or the imprimatur of television book clubs. For an even newer generation of writers to flourish – and for us to discover who will be the next Ishiguro or Barnes, Amis or McEwan – the reading public must first keep faith with the novel, in all its time-consuming and often puzzling variety, whether or not that reading experience takes place electronically or on old-fashioned paper, and whether or not it comes accompanied by an author’s podcast or online interview. In the meantime, during the coming weeks critics and readers will determine the success or otherwise of a clutch of heavyweight new novels. Whatever the verdicts, the longevity of their creators can hardly fail to impress.

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Sarah Water en Compostela

Sarah Waters. Fuente: club de lectura lgtb

El próximo jueves 28 de enero la escritora inglesa Sarah Waters estará en Santiago de Compostela para recibir el VI Premio Novela Europea Casino de Santiago, por su novela Ronda nocturna. A las 18.30 horas se celebrará un encuentro con la autora, abierto al público, en el Casino. Anagrama apostó por ella pronto y ha publicado las cuatro primeras novelas de la autora, cada vez con mayor éxito. La buena noticia es que The Little Stranger, que fue finalista del Booker este año, está en vía de traducción y se publicará en el primer trimestre del 2011.

El próximo día 28 de enero tendrá lugar la entrega del premio correspondiente a la séptima edición de este certamen literario. Será para Sarah Waters, autora de la novela Ronda nocturna. Tras la entrega, se celebrará un encuentro abierto con la escritora al que están invitados todos los lectores de la capital de Galicia. Ronda nocturna es una novela ambientada en el Londres de la Segunda Guerra Mundial, en concreto en el año 1944, con tres protagonistas femeninas. Con este libro, la autora se alejó de los títulos que la lanzaron a la fama y por los que fue nominada a varios premios, todos ellos ambientados en la época victoriana.

Además, aún no han puesto la corona a Saraha y desde ya los compostelanospueden empezar a votar por el premio 2010. Los candidatos son de temer: Festina Lente, de Marcos S. Calveiro; La casa de los encuentros de Martín Amis; Pólvora negra, de Montero Gled; El accionista mayoritario, de Petros Markaris, y Caos calmo, de Sandro Veronesi.

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El año del short story

12.29.2009
fuente: wikimedia commons

Mientras que en el mundo hispanohablante cada vez es más difícil insertar en el mercado un libro de cuentos, el mundo anglosajón está disfrutando de un renacimiento del relato corto. Al menos así lo piensa el blogger de The Guardian Chris Power quien califica el 2009 como el Año del Relato Breve. Estas son sus razones:

2009 has proved that rumours of the death of the short story – so often forecast that almost every review of almost every collection seems duty-bound to repeat and thus propagate it – are greatly exaggerated. The consensus running through the end-of-year reviews is that it's been a vintage year for short fiction, and I agree. I come here to praise the short story, not to bury it. Starting at the top, one of the world's greatest living short story specialists, and one of its greatest writers full-stop, took the 2009 Man Booker International prize. Canadian Alice Munro published her 14th collection, Too Much Happiness, earlier this year. A powerful grouping of stories more violent than her normal work, it shows her enormous talent remains undiminished as she nears her ninth decade. Mavis Gallant is already well into hers, and while no new work is forthcoming an edition of her previously uncollected stories, The Cost of Living, has just been published. As for the brand new, this year saw collections from big names such as Kazuo Ishiguro, Ha Jin, Chimamanda Ngozi Adichie, James Lasdun, and this parish's own AL Kennedy. [...] This has also been an excellent year for debuts. I read David Vann's Legend of a Suicide and Wells Tower's Everything Ravaged, Everything Burned back to back, and while their shared interests – hunting, ichthyology, destructive rages, divorce, abuse and guns – might lie heavily on their readers' psyches, the quality of the writing precludes any chance of leaving them depressed. Both superb, Vann's book in particular suggests the arrival of a significant talent; one who can marry tremendous plot twists to an appealingly downbeat style that fans of Carver and Cormac McCarthy alike will thrill to. [...] Of course, all this jubilation would be Panglossian without some acknowledgement of the short story market's real and present downsides. In the US it's commonplace for short story writers to get a deal for their first collection only on the proviso that a novel follows, a business practice that casts short story-writing as apprentice work. In the UK it's worse still, with story collections treated like dirty secrets to be snuck out in disguise (pace Penguin's strategy with Vann), with only a determined study of the back cover revealing the truth. And I don't know if it's a case of reading practices following publishing's lead or vice versa, but I'm constantly surprised and disheartened by the number of readers who tell me they don't read short stories, as if they were a homogenous type that could be not to your taste like, say, policiers. I do see more reason to celebrate than to mourn, however. Radio 4 broadcasts nearly 150 stories a year; the Atlantic's recent decision to sell short stories via its Kindle store inspires hope for a vibrant market for individually sold shorter works, while flash fiction and sites dedicated to the short story continue to proliferate online. This year saw the US publication of the Collected Stories of Lydia Davis, a particular favourite of mine, whose sharp, hilarious, often minuscule fictions have long had a small but dedicated following. She's the next subject in the short story series I've been writing for the last couple of years, and in the words of the New Yorker her body of work "will in time be seen as one of the great, strange American literary contributions, distinct and crookedly personal." Hamish Hamilton have just picked up the UK rights, so British readers as yet unfamiliar with her will soon have an even better chance to find out how good she is. It looks like 2010's already shaping up to be another good year.

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REGALO DE NAVIDAD: Paul Auster

12.23.2009
Como un regalo navideño a los lectores de Moleskine Literario, les ofrezco este especial gráfico aparecido en The Guardian titulado: Auggie Wren's Christmas Story por Paul Auster, illustrated por ISOL y editado por Faber and Faber.



'Auggie and I have known each other for close to eleven years now. He works behind the counter of a cigar store on Court Street in downtown Brooklyn, and since it's the only store that carries the little Dutch cigars I like to smoke, I go in there fairly often.'



'It turned out that Auggie considered himself an artist ... As I flipped through the photo albums and began to study Auggie's work, I didn't know what to think ... all the pictures were the same.'





'He suddenly interrupted me and said, "You're going too fast. You'll never get it if you don't slow down." He was right of course. If you don't take the time to look, you'll never manage to see anything.'



'Earlier that same week, a man from the New York Times called me and asked if I would be willing to write a short story that would appear in the paper on Christmas morning... I told him I would give it a try. The moment I hung up the phone, however, I fell into a deep panic.'





'I found myself unburdening my troubles to Auggie. "A Christmas story?" he said after I had finished. "Is that all? If you buy me lunch I'll tell you the best Christmas story you ever heard."'


'"It was the summer of seventy-two," he said. "I don't think I've ever seen a more pathetic shoplifter in my life ... He took off like a jackrabbit ... I chased after him for about half a block, and then I gave up. He'd dropped something along the way, and since I didn't feel like running any more, I bent down to see what it was. It turned out to be his wallet ... Robert Goodwin. That was his name. ... I felt kind of sorry for him.'




'"Every once in a while I'd get a little urge to send it back to him, but I kept delaying and never did anything about it. Then Christmas rolls around and I'm stuck with nothing to do."'




'"I finally get to the apartment I'm looking for and ring the bell. Nothing happens. I assume no one's there ... and just when I'm about to give up, I hear someone shuffling to the door ... 'Is that you Robert?'"



'"She has to be at least eighty, maybe ninety years old, and the first thing I notice about her is that she's blind. 'I knew you'd come, Robert,' she says. 'I knew you wouldn't forget your Granny Ethel on Christmas.'"'




'"What I did next was positively crazy and I've never forgiven myself for it. I go into the bathroom and stacked up against the wall next to the shower, I see a pile of six or seven cameras. Brand-new thirty-five-millimetre cameras, still in their boxes ... I figure this is the work of the real Robert."'


"I felt so bad about stealing the camera, I hadn't even used it yet. I finally made up my mind to return it, but Ethel wasn't there anymore."'

'"And now you've got your Christmas story, don't you?"

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Las carátulas del 2009

Chronic City, UK edition, design by Miriam Rosenbloom

How to Be Inappropriate, design by Alvaro Villanueva

Columbine, design by Henry Sene Yee

The Book of Dead Philosophers, design by John Gall:

The Penguin Book of Gaslight Crime, illustration by Jaya Miceli

El blog The Book Design Review ha elegido una lista de las mejores carátulas del 2009. No hay un orden de prioridad. Los lectores, además, pueden votar por sus favoritas. Las tres carátulas que ilustran este post son mis cinco candidatas. Ya voté por ellas. A ver si se animan también uds. a votar.

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Los más vendidos de la década

Dan Brown espera poder vencer, en su campaña navideña, a Roger Heargreaves. Fuente: The Guardian


Esta nota en The Guardian pone las cosas en su real dimensión. ¿Cuáles son los libros más vendidos de la década? Obviamente, la saga de Harry Potter se lleva el primer lugar. Pero, como dice la nota, hay algunas sopresas en los primeros 100 puestos. Por ejemplo, William Shakespeare en el puesto 45, entre los best-seller Joanne Harris y Carol Vorderman, es el único longseller de la lista. Stepehn King se desploma al puesto 27 y Tolkien alcanza, raspando, el puesto 25. ¿Y cómo le ha ido a los Dream Team británicos? Nada bien. Solo Ian McEwan aparece entre los primeros 50, en el puesto 37. Lo mejor de la lista: la cantidad de libras esterlinas que vende cada uno. Para asustarse.

Author Books Sold (Value)

1 JK Rowling 29,084,999 (£225.9m)

2 Roger Hargreaves 14,163,141 (£26.6m)

3 Dan Brown 13,372,007 (£74.1m)

4 Jacqueline Wilson 12,673,148 (£69.9m)

5 Terry Pratchett 10,455,397 (£77.2m)

6 John Grisham 9,862,998 (£65.9m)

7 Richard Parsons 9,561,776 (£49.2m)

8 Danielle Steel 9,119,149 (£51m)

9 James Patterson 8,172,647 (£53.8m)

10 Enid Blyton 7,910,758 (£31.2m)

11 Bill Bryson 7,409,656 (£61.2m)

12 Patricia Cornwell 7,355,180 (£49.8m)

13 Jamie Oliver 7,244,620 (£89.5m)

14 Daisy Meadows 7,149,788 (£24.1m)

15 Ian Rankin 6,848,039 (£44.3m)

16 Julia Donaldson 6,621,594 (£33.7m)

17 Alexander McCall Smith 6,609,779 (£40.6m)

18 Francesca Simon 6,564,681 (£31.6m)

19 Bernard Cornwell 6,297,911 (£45.5m)

20 Roald Dahl 6,169,406 (£33.8m)

21 Martina Cole 6,021,960 (£41.7m)

22 Philip Pullman 5,544,376 (£35.8m)

23 Stephenie Meyer 5,487,313 (£32m)

24 Maeve Binchy 5,476,134 (£37.6m)

25 J R R Tolkien 5,280,406 (£50.6m)

26 Delia Smith 5,269,783 (£58.7m)

27 Stephen King 5,268,577 (£38m)

28 Marian Keyes 5,029,363 (£31.7m)

29 Jeremy Clarkson 4,913,989 (£35.1m)

30 Josephine Cox 4,651,166 (£24m)

31 Sophie Kinsella 4,528,095 (£27.7m)

32 Jodi Picoult 4,514,620 (£24.1m)

33 Terry Deary 4,495,655 (£21.6m)

34 Anthony Horowitz 4,304,041 (£23.6m)

35 Lemony Snicket 4,220,508 (£23.9m)

36 Andy McNab 4,123,633 (£30.4m)

37 Ian McEwan 4,040,887 (£27.7m)

38 Wilbur Smith 3,871,484 (£30.1m)

39 Michael Connelly 3,785,330 (£23.5m)

40 Sebastian Faulks 3,782,665 (£27.5m)

41 Kathy Reichs 3,514,087 (£22.2m)

42 Helen Fielding 3,473,003 (£22m)

43 Cecelia Ahern 3,422,899 (£19.5m)

44 Joanne Harris 3,392,198 (£21.2m)

45 William Shakespeare 3,333,670 (£17.8m)

46 Carol Vorderman 3,315,641 (£11.2m)

47 Chris Ryan 3,289,855 (£21m)

48 Lee Child 3,274,928 (£20.2m)

49 Dave Pelzer 3,217,905 (£20.2m)

50 R L Stine 3,096,584 (£13.1m)

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very drastic

12.22.2009
Fuente: viajejet

En The Literary Saloon dan una muestra más de que la crisis ha llegado a la industria literaria en todo el mundo. En Inglaterra se ha acordado entre los agentes literarios y los editores que el adelanto de publicación para un autor nuevo se cotice solo en £500 en promedio. Menos adelantos y menos autores, ese es el principio básico. Así habla la Crisis.

Advances for some literary fiction débuts have dropped to as little as £500, according to agents and publishers. Advances of £1,000 or £2,000 are becoming increasingly common although other débuts still command good figures. Rebecca Hunt’s Mr Chartwell was sold to Fig Tree at auction last month as part of a two-book deal worth more than £100,000. Jonathan Cape editor Alex Bowler said offering only £500 as an advance was "very drastic" but added: "We don’t want to put too much [money] up front in a market like this. You reduce what you are paying and you reduce the list." Derek Johns at A P Watt said: "It certainly used to be the case that anything below £10,000 was unacceptable" but that in some instances agents now had to consider those offers. "You have authors who start low and build like Francesca Kay whose An Equal Stillness got a modest advance. She’s now sold 25,000 copies through Nielsen BookScan and the publisher has 53,000 in print." Hamish Hamilton publisher Simon Prosser said people were less inclined to take risks. "If a book is really good, it’s likely that more than one publisher thinks that and you have competitive auctions. But across the board, people are more cautious and are cutting lists." Meanwhile, Peter Straus of Rogers, Coleridge & White said there was "a slight upturn" with publishers planning their schedules for 2011. "It’s not totally doom and gloom and editors are more keen to buy," he said.

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El Código Shakespeare

William Shakespeare. Fuente: getty/cbc news

La biografía de William Shakespeare no deja de sorprender aún a sus biógrafos más documentados. Cada año aparece algún dato nuevo. Ahora, resulta que era católico y que estuvo en secreto en Roma. Hay un criptograma de por medio, por si acaso. A ver quién se anima a escribir "El Código Shakespeare". Dice la nota:

El mayor dramaturgo de la época isabelina, el inglés William Shakespeare (1564-1616), era un criptocatólico que pasó además algunos años en Italia, según puede deducirse de varias inscripciones en un libro de peregrinos. Así lo afirma el padre Andrew Heaton, vicerrector del Venerable English College, un seminario romano para curas católicos ingleses, que ha organizado una exposición en ese centro. El libro está firmado en 1585 por un tal "Arthurus Stradfordus Wigomniensis" y se menciona además en él que un tal "Gulielmus Clerkue Strafordiensis" llegó a ese seminario en 1589, informa hoy «The Independent». Según el vicerrector, el primer nombre puede descifrarse así: "(El compatriota) del (rey) Arturo de Stratford (en la diócesis) de Worcester" y el segundo es simplemente "Guillermo el Amanuense de Stratford". Hay una tercera mención de 1587 en el libro de peregrinos que reza "Shfordus Cestriensis" y que, según Heaton, puede querer decir "Sh(akespeare de Strat)ford (en la diócesis de) Chester". Las menciones en ese libro coinciden con unos años en los que el paradero del autor de «Hamlet» sigue siendo un misterio: Shakespeare abandonó su Stratford natal en 1585 y reapareció en 1592 en Londres, donde comenzó su carrera de dramaturgo. "Hay varios años en la vida de Shakespeare de los que no se sabe nada", dijo Heaton, según el cual lo más probable es que hubiera visitado entonces Roma como católico clandestino.

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Lea lento

12.17.2009
Fuente: Frank Baron/ the guardian

Qué bueno que los redactores de la página web de Ñ se dan una vuelta, siempre, por The Guardian y sus blogs. Ahora, comentan un post de Evan Maloney acerca de la lectura veloz y sus consecuencias. Acabo de hacerme mi propio regalo navideño y tengo como 10 libros en la mesa de noche para leer. Y aunque la tentación es leerlos uno por día, como si fueran series de TV, voy a disfrutarlos. Así resume Ñ el post de Evan Maloney:

¡Cuántos libros leyó este año? ¿Cuántos este mes? ¿Cuántos en un día? ¿Cuántos en una hora? En una época en que la velocidad es una virtud prolijamente cuantificada y la eficiencia manda: ¿Tenemos que aprender a leer de nuevo, a leer más rápido?Algo de esto se preguntaba ayer, en un blog del diario inglés The Guardian, el escritor australiano Evan Maloney. Maloney empezaba su artículo citando un caso extremo: el crítico Harold Bloom. Bloom decía que, en sus buenas épocas, podía leer hasta 1.000 páginas por hora. ¡Mil páginas por hora! "Podía haber digerido Jane Eyre durante la hora de almuerzo y todavía hubiera tenido tiempo para masticar la mitad del Ulises antes de volver a sus clases", se ríe Maloney.Pero fuera de estos fenómenos, Maloney ofrece un dato: el lector medio avanza por la prosa a razón de 250-300 palabras por minuto, lo que no suele dar ni siquiera una página en el tiempo en que Bloom habría acabado 16. Y cuanto más rápido lee ese lector promedio, menos entiende. Para qué, se pregunta el autor, para qué apurarse en leer, salvo para fanfarronear de todo lo que se ha leído. La cuestión, entonces, será cómo se han leído esos libros, prestando cuánta atención."La mayoría de los cursos de lectura veloz le enseñan a la gente a leer las palabras sin formarse la imagen mental de los sonidos correspondientes", dice Maloney.Hay otro tipo de método de lectura veloz, cuenta el australiano. Consiste en detectar las palabras clave de cada oración, de un golpe de vista, e ignorar las otras. Maloney dice que trató de hacerlo, leyendo Ana Karenina, de León Tolstoi. Especialmente en los pasajes en que uno de los personajes, Levin, despliega sus teorías. "Una parte de mi mente se concentraba en los pensamientos y acciones de Levin", dice. "Pero otra parte se dedicaba al proceso de lectura veloz. '¿Cuáles son las palabras clave?', me preguntaba". A veces, esta pregunta lo distraía completamente y Maloney notaba que había leído varios párrafos sin retener nada.Claro, el problema es la noción de lectura veloz, de lectura de palabras clave, aplicado a la literatura. ¿Acaso los grandes novelistas del mundo pasaron años sufriendo por el tono y el ritmo de cada palabra para que un lector posmoderno, preocupado por hacer rendir su tiempo pase por ellas en diagonal? "No creo", responde Maloney. "La lectura veloz puede ser una herramienta efectiva para documentos de trabajo, textos escolares y cartas de amor no correspondido, pero la prosa de la gran literatura debería ser saboreada ... ¿no? Parte del placer de la lectura viene de 'escuchar' a nuestro paladar psíquico pronunciando las palabras en el oído de la mente".No se trata solamente, claro, de este placer estético. Además, si uno no es Harold Bloom, probablemente pierda gran parte del sentido de una obra si se apura por terminarla rápido. "Leer velozmente es como tratar de apreciar una vista de París andando por sus calles a 200 kilómetros por hora", dice Maloney.Sí, termina Maloney esta es la era en que medimos la velocidad de una conexión a Internet en fracciones de segundo y expresamos sentimientos en SMS escribiendo cosas como "tkm" (te quiero mucho). "Pero no estoy convencido de que debamos ajustar nuestros hábitos de lectura a la velocidad de la vida moderna. En cambio, la lectura debería ser un placer en el que el tiempo se olvida, aunque sea por un momento".

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Una leve pero visible cicatriz

12.15.2009
Vladímir Nabokov en Suiza. Fuente: tha guardian

Hace unas semanas comenté el artículo de Martin Amis sobre The Original of Laura, de Vladímir Nabokov, que apareció en The Guardian bajo el título: "The problem with Nabokov". Ahora, el ADN Cultura traduce el artículo de Martin Amis, al que considera una "lección magistral de literatura" Vale la pena. Aquí unos fragmentos de nabokov según Martin Amis, un nabokvniano arrepentido (al menos de algunas de sus obras), que confiesa -entre otros desaires- no haber podido terminar de leer Ada o el ardor (él se lo pierde) y que ésta, junta a otras novelas, dejan una "leve pero visible cicatriz" en la obra de Nabokov:

[...] He leído al menos media docena de novelas de Nabokov al menos media docena de veces. Y al menos media docena de veces he intentado leer Ada (o el ardor: una crónica familiar) y fracasado rápidamente. Mi primer intento fue hace unas tres décadas. Lo dejé después del primer capítulo, con una curiosa sensación, una suerte de hormigueo negativo. Más o menos cada cinco años (eso se convirtió en un esquema regular), volvía a intentar leerla, y al cabo de un tiempo empecé a razonar la dificultad: "Pero esto está muerto", me dije. La curiosa sensación, el cosquilleo negativo, me resulta ahora, por supuesto, desdichadamente familiar: es la respuesta del lector a lo que parece ocurrirles a todos los escritores cuando sobrepasan la expectativa de vida consignada por la Biblia. La irradiación, la capacidad de dar vida, empieza a marchitarse. El verano pasado me fui de viaje con Ada y me encerré con el libro. Y tenía razón. Con 600 páginas, que duplican o triplican la categoría usual en la que Nabokov compite, la novela es lo que los detectives de homicidios llaman un "reventón". Es un cadáver arrojado al agua que se encuentra en la etapa de máxima hinchazón. En 1939, cuando apareció Finnegans Wake, fue recibido con cauteloso respeto... o con "elogios suscitados por el pánico", según palabras de Jorge Luis Borges. Ada cosechó muchos elogios suscitados por el terror y de hecho, las semejanzas entre las dos óperas magnas son profundas. Nabokov designó al Ulises como su novela del siglo, pero describió a Finnegans Wake como, según la oportunidad, "informe y aburrida", "un libro frío como un pescado", "un trágico fracaso" y "un ladrillo espantoso". Ambas novelas procuran hacer una virtud de la autoindulgencia irrestricta; nos dan la espalda, por así decirlo, y se repliegan en sí mismas. El talento literario tiene diversas maneras de morir. Tanto en el caso de Joyce como en el de Nabokov, vemos una decisiva pérdida de interés por el lector... una pérdida del sentimiento de reciprocidad, de la cortesía. Los placeres de escribir, dijo Nabokov, "corresponden exactamente a los placeres de leer", y las dos actividades son en cierto sentido indivisibles. En Ada, ese lazo se afloja y se debilita. En Nabokov hay cierta debilidad por lo "patricio", tal como lo denominó Saul Bellow (Nabokov el émigré clásico, Bellow el clásico inmigrante). En las novelas puramente "rusas" del primero (me refiero a las novelas escritos en ruso que no tradujo el propio Nabokov), los personajes masculinos, en particular, tienen una tendencia a magnificarse a sí mismos: son más grandes y más audibles que la vida. No caminan, sino que "marchan" o "dan grandes zancadas"; no comen ni beben, sino que "mastican" y "trasiegan"; no se ríen, sino que "rugen de risa". Están muy lejos de ser los furtivos y vacilantes neurasténicos típicos de la corriente principal de la narrativa anglófona: son musculosos (y dotados) galanes, que ganan todas las peleas y enamoran a todas las chicas. Para ellos, el orgullo no es un pecado capital sino una virtud cardinal. Por supuesto, no podemos prescindir de esta vena de Nabokov: nos da, en otras obras, su magnífica prepotencia cómica. En Lolita, se pretende que esta soberbia cualidad sea divertida, en otras obras, es un rasgo que la ironía no alcanza a proteger. En Ada el nabobismo (cualidad referida a cualquier hombre importante, influyente o adinerado, un "pez gordo"; nabob es un europeo que hizo fortuna en las colonias, especialmente en India) se combina desastrosamente con una ninfolepsia que es pródiga y monótonamente satisfecha sin mayores problemas. Al principio de la novela, la propia Ada tiene 12 años y Van Veen, su primo (y medio hermano), tiene 14. Cuando Ada crece, en la adolescencia, su hermanita Lucette también está a mano para animar las "vigorosas citas" de ambos. Encima de todo eso, fluye una casi fantasía sobre una cadena internacional de burdeles de elite donde niñas jóvenes, de hasta 11 años, pueden ser "mimadas y mancilladas". Y el padre de Van, de 60 años, (de manera casual, pero típica) tiene una amante que apenas llega a los dos dígitos: tiene 10 años. Este libro interminable está escrito en una prosa densa, erudita, aliterativa, llena de juegos de palabras, que satura; y cada personaje, sin excepción, suena como el difunto Henry James. Al igual que Finnegans Wake, Ada probablemente "funcione" y "esté a la altura": el decodificador multilingüe, si le dedica tiempo suficiente y no tiene nada mejor que hacer, podría llegar a desenmarañar sus complejos sistemas y simetrías, sus solitarios y engorrosos laberintos, y sus nostalgias pegajosas. Sin embargo, lo que ambas novelas indican claramente es que carecen de cualquier atisbo de tracción narrativa: patinan y se desbarrancan, simplemente no pueden seguir el camino. Y además, en el caso de Ada, hay algo totalmente ajeno, una sensación de monstruosa autorización, de señorío irrestricto y delirante. Moralmente, ése es el mundo que anhelaba el tortuoso Humbert: un mundo en el que "nada importa" y "todo está permitido". [...] Esto nos lleva a Cosas transparentes (novela a la que incómodamente volveremos) y ¡Mira los arlequines!, así como los más o menos insignificantes volúmenes que estamos revisando. "LATH!" (Look At The Harlequins!), como la llamaba el autor, así como llamaba "TOOL" a The Original of Laura, es el canto de cisne de Nabokov. Tiene algunos estruendos maravillosos y destellos de colores sobrenaturales, pero es duro de oído y de visión reumática; y el tema de la niñita es ahora apenas algo más que un logo... parte del mobiliario de Nabokov, como los espejos, los dobles, el ajedrez, las mariposas. [...] Por sí solas, El hechicero, Lolita y Cosas transparentes podrían haber constituido una luminosa y desconcertante trilogía. Pero no quedaron solas; por el puro peso numérico, por la pura repetición, las novelas sobre la ninfolepsia empiezan a contagiarse entre sí... sufren de contaminación cruzada. Con gratitud tomamos de ellas todo lo que podemos, pero... ¿En qué otro lugar del canon encontramos una fijación tan rebelde? ¿En la espantosa comezón de Lawrence, tal vez, o en las turbias transposiciones sexuales de Proust? No, uno debe aventurarse hasta los márgenes de la literatura -Lewis Carroll, William Burroughs, el marqués de Sade- para encontrar un énfasis equivalente: un énfasis puesto sobre actividades que correcta y eternamente consideramos imperdonables. En la ficción, por supuesto, nadie sufre daño alguno; la falla, como dije, no es moral sino estética. Y no pretendo insinuar nada al señalar que la obsesión de Nabokov con las nínfulas tiene un paralelo: la repetitiva indiscreción de su obsesión con Freud ("el vulgar mundo, raído, fundamentalmente medieval" del "charlatán de Viena", con "sus resentidos embrioncitos espiando, desde sus recovecos naturales, la vida amorosa de sus padres"). Nabokov atesoraba la anarquía de la vida interior y Freud es vilipendiado porque procuró sistematizarla. ¿Hay algo de rivalidad en este odio? Bueno, a fin de cuentas es Nabokov, y no Freud, quien emerge como nuestro poeta supremo de los sueños (junto con Kafka) y como nuestro supremo poeta de la locura. Pero persiste un reparo producto del sentido común, pese a toda nuestra imparcialidad literaria y crítica: a los escritores les gusta escribir sobre las cosas en las que les gusta pensar. Y, para decirlo de la manera más dura, la mente de Nabokov, durante la última etapa de su vida, no honró suficientemente la inocencia -no honró suficientemente el honor- de las chicas de 12 años. En las tres novelas que acabamos de mencionar defiende con prepotencia su énfasis; en Ada (ese derroche incontinente), en ¡Mira los arlequines! y ahora en The Original of Laura, no lo defiende. Eso deja una leve pero visible cicatriz sobre el leviatán de su obra.

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Ian McEwan alista nueva novela

Ian McEwan. Fuente: evening standard

Una nueva novela de Ian McEwan está próxima a publicarse
en Inglaterra. Será su novela número 12, la fecha propuesta es Marzo y seguramente no habrá problemas para traducirla a castellano (felizmente, porque no se puede confiar en un país que rebautiza a los Muppets como "Teleñecos") pues se titula Solar. Un capítulo de adelanto apareció recién en New Yorker. Y ya parece claro que McEwan se está metiendo en camisa de once varas con el tema de género. Dice la nota en suplemento Ñ:


El escritor británico Ian McEwan publicará en marzo su próxima y duodécima novela, Solar, que se anuncia ya polémica por políticamente incorrecta.Un día, en una conferencia, el científico afirma que la razón por la que hay un desequilibrio en el mundo de la ciencia entre hombres y mujeres es por las diferencias innatas entre los cerebros de uno y otro sexo. El último número de la revista New Yorker publica en internet un extracto de Solar que cuenta cómo en su juventud Beard sedujo a una guapa estudiante de literatura investigando el tema favorito de ésta, Milton, con gran facilidad, acostumbrado como estaba a las extremas exigencias intelectuales de la física teórica.

Lo que realmente me ha sorprendido de la nota es el chisme sobre los ataques contra McEwan que no han cesado desde que publicó Sábado. Esos ataques no se han reducido a medios impresos sino que John Banville, compañero generacional, se sumó a ellos. Políticamente incorrecto, pues ambos competían en ese momento por el Booker. Dice:

Según el "Evening Standard", McEwan ha sido blanco últimamente de un sinnúmero de ataques especialmente virulentos en internet por su pasada ficción, sobre todo por la novela Saturday, que un comentarista del periódico atribuye en parte a resentimiento de clase y diferencias políticas. McEwan situó la acción de Saturday el día de una marcha contra la guerra en Irak, pero su héroe, el neurocirujano Perowne, que ha tratado a un académico iraquí torturado por Sadam Husein, no se opone a la invasión anglo-norteamericana. El propio McEwan ha atacado en público el extremismo islámico, sobre todo por su actitud hacia los homosexuales y las mujeres. Otro conocido escritor, John Banville, publicó en 2005 una crítica demoledora de Saturday, que sorprendió a todo el mundo al proceder de alguien que competía también por el premio Booker.

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Novelando a Einstein

12.11.2009
Philip Sington. Fuente: alfaguara

No tiene pierde. Coger un personaje histórico, recuperar un capítulo oscuro de su vida, hacer una elucubración, una dosis de thriller y, alá, ya tienes novela. Algunas son, sin embargo o pese a, buenas novelas. Habrá que leer La chica Einstein que acaba de editar Alfaguara. Puede ser. Dice la nota:

Primero se enamoró del científico, de su sabiduría. Luego le persiguieron las grandes incógnitas sobre su personalidad. "Me fascinó el lado oscuro de un genio como Einstein", señala el escritor británico Philip Sington (Cambridge, 1962). Es autor de La chica Einstein (Alfaguara), novela que aborda la parte más íntima del científico. Y que llega tan lejos como a novelar la historia de la hija que el genio abandonó después de nacer para que nada entorpeciese su carrera. El trabajo de Sington combina ficción y relato histórico, aderezados con algunos elementos de thriller. La idea de esta novela surgió, según relata el escritor, cuando comenzó a leer la correspondencia secreta que mantuvo Einstein con la matemática serbia Mileva Maric, su primera esposa: "Las cartas revelan la existencia de una hija de la pareja, nacida un año antes de que se casaran y que fue abandonada". [...] ¿Por qué cree que el científico abandonó a su hija? "Es el precio que tuvo que pagar para conseguir elaborar sus teorías. Él estaba convencido de que debía alejarse de su familia para poder crear. Para él, la vida profesional tenía más valor e importancia que la personal. Para alcanzar sus objetivos debía relegar a un plano secundario a los seres humanos. Lo curioso es que en Estados Unidos, cuando está solo, es cuando menos trabaja su mente".

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La muerte de Jane Austen

12.04.2009
la posible arma del crimen. Fuente: imsc

Durante muchos años, los biógrafos han considerado que Jane Austen murió de la enfermedad de Addison. Pero luego de la lectura de su correspondencia, han averiguado que probablemente el problema fue tomar leche de oveja no pasteurizada. Además, era hipocondriaca. ¿Y ahora cómo podremos leer a Austen? Todo cambia. Nada es lo mismo. Dice la nota:

La cuidadosa lectura de las cartas que Austen escribió en los últimos dos años de su vida y que convencieron a Katherine White de que la autora de "Orgullo y prejuicio" probablemente murió de tuberculosis bovina, que podría haber contraído por beber leche no pasteurizada. La enfermedad de Addison es un trastorno hormonal en el que las glándulas suprarrenales no producen suficiente cortisol y aldosterona. Estas hormonas ayudan a mantener la presión arterial y permiten que otros sistemas cruciales funcionen correctamente. Hasta que se desarrolló un tratamiento en la década de 1950, la enfermedad de Addison fue fatal. Sin embargo, varios de los síntomas principales - incluyendo confusión mental y dolor generalizado - están ausentes en los escritos personales de Austen, dice Katherine White, que timonea un grupo de autoayuda para pacientes de la Enfermedad de Addison en Gran Bretaña. De hecho, en una carta escrita a menos de dos meses antes de su muerte, Austen dijo a un amigo que "Mi cabeza siempre estaba clara, y apenas había tenido algún dolor." [...] La biógrafa de Austen, Claire Tomalin dijo que considera fascinantes estos nuevos análisis. Tomalin dijo que había hablado con un médico que también cuestionó el diagnóstico de la enfermedad de Addison en su propia investigación para "Jane Austen: A Life". En un comentario publicado por The Times de Londres, escribió: Me parece extraordinario que Austen, que murió en 1817, terminó "Persuasión" y que se embarcara en "Sanditon," un fragmento muy divertido en el que se burla de la hipocondría, en la última etapa de su enfermedad. Muestra el sentido del humor que tenía, lo que podía hacer cuando se estaba muriendo.

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Ted en la abadía

12.01.2009
Ted Hughes. Fuente: mailonline

Ted Hughes no solo es el esposo de la poeta norteamericana Sylvia Plath ni la segunda parte de una historia de amor. Es, antes que nada, un extraordinario poeta. Y por eso, muchos escritores, entre ellos el premio Nobel Seamus Heaney, buscan rendirle un homenaje en la Abadía de Westminster. Dice la nota:

Al cumplirse el deseo del poeta de Irlanda del Norte, el Premio Nobel Seamus Heaney, Ted Hughes (1930-1998) tendría una placa en el Rincón de los Poetas de la abadía de Westminster y así sumaría su nombre a un panteón en el que figuran grandes poetas de distintas épocas, desde Geoffrey Chaucer, William Shakespeare, Edmund Spenser o William Blake hasta ya en el siglo pasado, el Nobel TS Eliot.El que fue esposo de la poetisa estadounidense Sylvia Path se convertiría así en el primer escritor en ser recordado allí con una placa desde John Betjeman, a quien aquél sucedió como poeta laureado en 1984, informa hoy el vespertino Evening Standard.Según el periódico, Heaney es uno de los firmantes de una carta al deán de Westminster para que acepte la propuesta. Entre los firmantes figura el poeta laureado vivo Andrew Motion."Ted Hughes merece estar en el Rincón de los Poetas porque fue un poeta visionario con un elevado sentido de su vocación y una obra de gran calidad", dijo Heaney."Desde sus comienzos de escritor, se consideró heredero y guardián de la tierra y la lengua de William Blake o William Shakespeare. Y conforme maduró y ganó poder creativo, su respuesta a su tierra natal indujo en él un sentimiento de responsabilidad por la suerte de todo el planeta", agregó el Nobel.

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John Lennon, la biografía total

11.27.2009
Family Room: John, Sean, Yoko. 1977 Fuente: keno.org

Anagrama ha tenido la maravillosa idea de publicar la biografía de Philipp Norman sobre John Lennon, uno de los espíritus más delicados y necesarios del siglo XX. Son 840 páginas documentadas sobre el complejo mundo de un genio musical. Basta escuchar "Beautiful boy", por ejemplo, dedicada a Sean, para saber que Lennon es de otra madera, de otro mundo. Una reseña en El Cultural de hoy nos recuerda que ahorremos 34 euros este mes. Es un libro imprescindible sobre un artista imprescindible. Dice la reseña:

Norman es un escritor preciso, metódico, minucioso. Un artesano del género biográfico. Justo lo que estaba pidiendo la vida anárquica, estrambótica, desordenada y disipada de Lennon. Juntos han puesto en las librerías la información más amplia, veraz y detallada posible sobre el hombre que escribió “Imagine”. Un libro ambicioso que nos permite aproximarnos como nunca a la mente de Lennon, puesto que desvela no sólo detalles familiares y personales habituales, la mayoría ya conocidos, sino fascinantes pormenores del complejo proceso creativo, la génesis y el desarrollo de sus ideas, de sus sentimientos, de sus canciones [...] Es una larga historia. Philip Norman la cuenta de manera cronológica, con todo lujo de detalles pero de manera sorprendentemente amena. Es capaz de narrar, por poner un ejemplo, el mal beber que tenía Lennon después de describir cada uno de los tragos que tomaba (excelentes vinos, bebidas exóticas, coñacs añejos, whiskies de malta o vodkas rusos): “uno o dos pelotazos convertían al simpático, amable y generalmente razonable John en un John belicoso, malhumorado y cruel, sin percatarse del mucho ruido que hacía, ni de a quién insultaba ni de lo inocente o indefensa que pudiera ser la víctima de su lengua hiriente como un gato de nueve colas”. Lennon era consciente de su irascibilidad, pero culpaba de ella tanto a los otros miembros de los Beatles como a la presión de la fama. Y a los medios. “Unos hijoputas bien jodidos, eso eran los Beatles”, recuerda, “porque tienes que ser un cabrón para triunfar, eso es un hecho. Y los Beatles eran los hijoputas más grandes del mundo. éramos los césares. ¿Quién va a meterse contigo cuando hay un millón de libras a ganar, todos los regalos, los sobornos, la policía y los enrollados?”. [...] La buena noticia para los numerosos seguidores de Lennon que odian a Yoko Ono es que el nombre de la japonesa no aparece hasta la página 451. La mala, que tras leer el libro queda confirmado que John la amó sobre todas las cosas, hasta el punto de sacrificar por ella la estabilidad de los Beatles. Su aparición en la vida de Lennon, en el ecuador de esta biografía, acabó con la magia de la banda más importante de todos los tiempos: definitivamente, Ono sustituyó a Paul Mc Cartney en el puesto de la otra mitad creativa de la banda. “Yo junté a la banda. Y yo la deshice. Es así de simple”, sentencia Lennon. Era el final de los Beatles, la banda que la noche del domingo 9 de febrero de 1964 enfiló la carretera del éxito reuniendo delante de la televisión a 73 millones de personas, “la audiencia televisiva más grande que había habido en Estados Unidos”, para disfrutar de su actuación en el Ed Sullivan Show. Después llegaron los números 1 en las listas, la popularidad desbordada, las excentricidades y las cifras millonarias: sólo en los años 70 vendieron 400 millones de discos, que en los 80 se convirtieron en más de mil millones. Mucho más que cualquier otro grupo de la historia. Tras 786 inolvidables páginas es Sean, el hijo de John y Yoko, quién recuerda los cinco años que vivió junto a su padre en un emocionante capítulo final: “se sentía muy inseguro en todo. La gramática y la escritura, sus conocimientos para escribir y leer música, en todos los modos establecidos del conocimiento de las cosas. Y eso que fue un inconveniente que convirtió en una ventaja. Inventó un modo de escribir canciones desde la inseguridad. Para un hombre, sentirse inseguro y cuestionarse a sí mismo del modo en que lo hizo mi padre en sus canciones es un fenómeno postmoderno. Artistas como Mozart o Picasso nunca lo hicieron”. El cierre perfecto para una biografía grandiosa que, pese a ser necesariamente unidireccional, ilumina toda una época, varios géneros musicales y una forma de vida tan creativa como salvaje. Nunca imaginamos las colosales contradicciones y sombras de un artista cuya asombrosa originalidad musical, y un apasionado compromiso social, coexistían con sombríos desequilibrios emocionales. Y nunca lo hicimos porque jamás estuvimos tan cerca de Lennon como después de leer este libro.

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La letra de Dickens

11.20.2009
Dickens' Dream - Robert W. Buss (1804-1875). Fuente: robert w. buss

A veces ver un manuscrito es más que puro fetichismo. La exposición del manuscrito del famoso cuento de Charles Dickens Cuento de Navidad, aquella ingeniosa historia de Scrooge y los tres fantasmas, demuestra algunas variantes y técnicas literarias interesantes. También nos enteramos que, pese a ser un best-seller de la época (apareció el 17 de diciembre de 1873 y antes de navidad ya había vendido sus 6,000 ejemplares) Dickens no pudo ganar las 1,000 libras que pretendía, sino poco menos que 250. No solo en todas partes sino que en todas épocas se cuecen habas. Dice la nota en ADN:

El trazo original con el que Dickens (1812-1870) escribió la célebre historia del tacaño señor Scrooge se puede admirar hasta el 10 de enero en la Biblioteca y Museo Morgan de Manhattan, donde quedan al descubierto las técnicas que el autor aplicó para terminar una de sus obras más conocidas en tan solo seis semanas. "Lo más asombroso es ver el proceso creativo de Dickens. Se le puede ver escribiendo muy deprisa y con mucha energía, porque escribía bajo la presión de tener que entregar el libro justo para el inicio de la época navideña", explicó a Efe el experto en manuscritos y estudios literarios de la Morgan, Declan Kiely. (...) La Morgan ha escogido mostrar la página 37 del manuscrito, en la que, según Kiely, se puede leer cómo el fantasma de las Navidades Presentes se lleva al señor Scrooge a ver a la familia Cratchit y le dice que el famoso niño Tiny Tim morirá, una información que Dickens decide tachar y añadir más tarde para ganar "efecto dramático".

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