Babelia, Radar libros, Obrero Digital, El Peruano: últimas reseñas de Un lugar llamado Oreja de perro
2.27.2009A veces cuando un ave de malagüero canta, las cosas resultan totalmente a la inversa. Un anónimo me advirtió que iba a tener que llorar cuando a mi novela la hundiesen en "Babelia". Y ese mismo fin de semana, salió en el suplemento una reseña muy positiva ni más ni menos que de J. Ernesto Ayala Dip, un hombre culto y gran conocedor de la litertura latinoamericana y española. Apareció el 24 de enero del 2009, en la página 13 del suplemento, además, como para terminar de creer en supersticiones y las "maldiciones" anónimas:
Con Un lugar llamado Oreja de perro el escritor Iván Thays (Lima, 1968) demuestra lo difícil que resulta soldar en una misma novela peripecia colectiva y peripecia individual, accidente histórico y reflexión existencial, indignación civil y dolor intransferible. Operación compleja en la que muchas veces la pulsión subjetiva contamina el dibujo del contexto hasta convertirlo en un simple e inoperante fondo sin vida y sin sentido. El finalista del Herralde de Novela tenía ante sí dos desafíos: la construcción de una voz narradora que estuviese a la altura de la materia individual que tiene que trasladarnos y el diseño de un escenario político social lleno no sólo de las certezas que nos conmueven sino también de las incógnitas que nos podrían inquietar. Estamos en el presente del Perú, entre el final del Gobierno de Toledo y el nuevo de Alan García. En un pueblo andino remoto, el terrorismo de Sendero Luminoso ha hecho estragos humanos en los años ochenta. Ese pueblo, Oreja de perro, celebra la llegada del presidente probablemente demagógica cuando se necesitan los votos. Hasta ahí es enviado el narrador de esta novela para cubrir la información del evento para la revista para la que trabaja. Antes había sido un famoso presentador de televisión. Pero sucede que el periodista arrastra una tragedia personal. Ha perdido a su hijo Paulo, de cuatro años, y su mujer, Mónica, acaba de abandonarlo. Mientras cubre la información conoce a otras personas, entre mujeres y hombres, todos ellos seres que le exigen compromisos, entre personales y políticos, y ante los cuales el narrador sólo puede silenciosamente ofrecer su particular vía crucis. La pérdida del hijo (que Thays ya había tratado en La disciplina de la vanidad, 2000, con el mismo nombre pero entonces de 13 años) es un asunto triste que el autor peruano registra con una envidiable delicadeza. La huida hacia la sensualidad más inmediatista del protagonista; el duelo, no solo de lo que perdió sino también de lo que está a punto de perder; la violencia sorda que lo rodea, son controlados y plasmados con una eficacia artística rayando la perfección.
Entonces, para un comentarista chileno mi lenguaje es deficiente mientras que para Ayala-Dip este tiene una "eficacia artística rayana en la perfección". Opiniones divididas, que le dicen. Por ejemplo, en el suplemento El Obrero Digital apareció el fin de semana pasado una reseña que es lo que, supongo, todo finalista de un premio (y más uno como el Herralde) quiere leer. Se titula "Segundo primer premio":
El escritor limeño, venerado por prestigiosos compatriotas y literatos como Mario Vargas Llosa y Alonso Cueto, ha construido una novela monumental que ha sido merecedora finalista del Herralde de novela. Solo la rotundidad literaria del mexicano Daniel Sada se impuso a esta excelente obra que lleva camino a convertirse en imprescindible para toda biblioteca (personal y pública) que se precie, y es que en esta ocasión muy bien podían haber concedido un primer premio compartido. La novela de Thays narra las viscisitudes de un reportero que recibe el encargo de trasladarse junto con su fotógrafo Scamarone a las irrespirables alturas de un poblado deprimido del Perú para cubrir allí la información de una visita al presidente Toledo (ya en horas bajas) en el marco de su "programa social" y de una Comisión de la Verdad sobre la vulnerabilidad sistemática de los Derechos Humanos que tuvo lugar desde los años ochenta.
Por otra parte, el domingo pasado (22 de marzo de 2009) apareció una extensa reseña, también muy positiva, en el suplemento argentino "Radar Libros" de Página12, firmada por Fernando Bogado:
La novela es una forma de la memoria. Y no solamente estamos hablando de la memoria individual, que guarda siempre la (im)pertinencia del recuerdo, aquello que invade nuestra conciencia, muchas veces, más allá del control de la voluntad (Proust). Concentrémonos, entonces, en esa memoria grupal, interpersonal, histórica: la novela juega muchas veces a disfrazarse de documento y presentarse como un testimonio duradero de acontecimientos históricos particulares. Varios han sido los novelistas que de una manera u otra trataron de conjugar ambos tipos en un solo texto: Iván Thays consigue en Un lugar llamado Oreja de Perro (finalista del último Premio Herralde de Novela), una obra en donde lo público y lo privado, la historia individual y la nacional parecen conservar una extraña relación de continuidad. (..) Thays, reconocido periodista y crítico literario, autor de textos como La disciplina de la vanidad (2000), logra aquí un texto tajante que retrata los sinsabores de todo aquel que se enfrente con ese molesto “espía” que es la memoria. Entre el olvido y el recuerdo, los hechos que mantuvieron sojuzgados a los peruanos en las últimas dos décadas funcionan como fantasmas que recorren el duro paisaje de cerros de Oreja de Perro. Serán ellos los que tomen cuerpo definitivo cuando Jazmín, una chica embarazada oriunda de la zona, cuente la verdad sobre su niñez afectada por las duras contraofensivas que militares peruanos desplegaron bajo las órdenes del gobierno. El autor, recurriendo a un tipo de frase breve absolutamente concentrada en la contingencia de los hechos, logra transformar cada oración en un único haz de luz que atraviesa la penumbra de un pueblo sumido en un dolor impronunciable. Sólo tres cosas pueden emerger de esa oscuridad andina, densa, infinita; tres variantes de lo mismo: perros, policías, militares. El resto está oculto, literalmente desaparecido, enterrado bajo los pies de los personajes: huesos que sólo esos mismos perros desentierran atraídos por el hambre. El barroco “desértico” al cual recurría Sada para hablar del México de mediados del siglo XX en Casi nunca (ganadora del Herralde) se opone aquí a la brevedad testimonial de la escritura de Thays: ambos son fuertes ejemplos de los dos modelos de búsqueda estilística que la narrativa latinoamericana de estos tiempos lleva adelante. Entre la necesidad de dejar atrás el pasado del protagonista (intención que se inclina por cierto sentimentalismo al final de la obra) y el gesto urgente de una Nación por recuperar una parte de su historia, el presente trabajo logra mantener un complicado equilibrio entre estos extremos a fuerza de sobriedad. Pero claro, como toda forma, la novela difícilmente pueda encerrar en sus límites lo excesivo, sobre todo si aquello a capturar es la memoria dolorosa de un hombre, de un pueblo atormentado.
Me gusta mucho eso de que entre la novela de Sada y la mía hay "dos modelos de búsqueda estilística de la narrativa latinaomericana en estos tiempos". También lo creo y lo vi así cuando me encontré con Daniel Sada en el hotel, el día de la premiación. En fin, como no todo puede ser color de rosa, porque si no es mentira, en el diario El Peruano el día martes 24 de febrero de 2004 el crítico José Vadillo escribió una reseña muy gentil conmigo, pero rechazando la novela por considerar que no conozco el mundo que intento representar. La reseña se titula: "¿Y dónde está Oreja de perro?"
Cuando una novela le advierte en su primera página que datos, personajes y circustancias son ficticios, mata la sorpresa. El lector sabe bien en qué se mete cuando compra una obra literaria. A menos que sea una novela de no ficción, claro. He seguido la obra de Iván Thays desde su primer trabajo, Las fotografías de Frances Farmer, y a mi modesto entender Un lugar llamado Oreja de perro, con la cual nuestro escritor fue finalista del Premio Herralde de Novela 2008, no está entre lo mejor de su narrativa. En Un lugar.. abundan los clichés, personajes deducibles. En cambio, tengo buenos recuerdos de El viaje interior y La disciplina de la vanidad, sus anteriores obras, donde los personajes eran más sinceros y cercanos al universo del autor. Argumento central: un periodista al cual se le muere e hijo trata de escribir una carta a su mujer mientras está en comisión en la zona conocida como Oreja de Perro, cubriendo un evento presidencial. A Thays le ha sucedido lo mismo que a Roncagliolo o Cueto: Su problema al describir Ayacucho y Oreja de Perro, zonas que no conocen o no han investigado lo suficiente, es que más parece una imagen de postal intercambiable con cualquier lugar. Los personajes: un narrador personaje que es un periodista atormentado con sus problemas personales. El fotógrafo, Scamarone, como antípoda: hablantín, exagerado, conchudo. Mónica, la esposa, un personaje difuso.Las escenas más intensas de la novela son las que se refieren a Paulo, el hijo que muere tempranamente. En cambio, la periodista ayacuchana, Jazmín, y la antropóloga de la Católica, Maru, son personajes que parecen estar ahí solo para relacionar la novela con los testimonios recogidos por la Comisión de la Verdad. El novelista Miguel Gutiérrez ha dicho que la época de la guerra interna que vivió el país seguirá inspirando a los escritores peruanos, pero no sabemos si hoy o mañana se escribirá la gran novela de esa etapa. Y de Thays siempre esperaremos buenas obras.
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