MOLESKINE ® LITERARIO

Notas al vuelo en cuaderno Moleskine® .

Charla en Buenos Aires

1.11.2010
camisas arrugadas. Mairal y yo en Eterna Cadencia. Fuente: eterna cadencia

El lunes pasado me la pasé muy bien conversando con Pedro Mairal en la librería Eterna Cadencia. La nota la resumió Silvina Friera en Página/12 y al día siguiente, Juan Manuel Bordón para el diario Clarín. Parece que eso de que los escritores peinados y despeinados quedó. Les dejo aquí la reseña de Bordón que me pescó afuera, entrando apurado media hora tarde, justamente aferrado como un náufrago a mi Moleskine que, en vez de notas literarias, tenía teléfonos para no perderme en Buenos Aires. Igual me perdí. Dice la nota:
Si fuera un futbolista uruguayo traería el mate y un termo debajo del brazo. Si fuera una diva como Susana, un yorkshire que ladre en las entrañas del bolso de mano. Pero el peruano Ivan Thays es escritor y su fetiche es una libretita Moleskine que apreta contra el el sobaco. En entrevista pública con el escritor Pedro Mairal en el patio de la librería Eterna Cadencia, el finalista del premio Herralde de novela 2008 habló de su libro Un lugar llamado Oreja de Perro ,sobre la creación del que hoy es uno de los blogs literarios más populares de latinoamérica y dejó perlas como la caracterización de los escritores argentinos como una genealogía de "peinaditos". La charla de Thays coincidió con el quinto aniversario de su blog moleskine literario (notasmolesnkine.blogspot.com), una suerte de antología en tiempo real de artículos y novedades literarias alrededor del mundo. "Mi blog no es de ideas, es de telereportes, es algo que hago mientras en realidad estoy haciendo otras cosas", explicó, y soltó el primer dardo de la tarde al decir que los compatriotas que los que lo acusan de no hablar sobre la literatura de Perú no se dan cuenta que "ahí sólo pongo lo que me interesa".

­-¿Pero qué hay de su relación con Vargas Llosa?­preguntó Mairal.

-­Bueno, relación es mucho, lo nuestro fue sólo un romance­, contestó Thays, que después de elogiar al autor de La Ciudad y los perros se desmarcó y dijo que no comparte el método topográfico que él tiene para escribir.

"Si Vargas Llosa va escribir sobre Africa él tiene que ir al lugar, tomar notas, mirar a la gente y sacar fotografías. A mí ese método no me gusta, soy de los que creen que un escritor debería inventarlo todo". De hecho, recordó que para escribir su novela ni siquiera fue a Oreja de Perro, la región peruana donde ambientó la historia. "En algún momento, me preguntaba si el protagonista tendría luz para conectar su computadora y como no sabía le inventé al lugar una central hidroeléctrica". Thays no es la clase de invitado que se queda modosito y reparte cariño entre los anfitriones, aunque sí busque hacerse querer. Desde el patio de la librería porteña, se lamentó de las dificultades de circulación de libros dentro de latinoamérica, que impide que los libros de un autor boliviano lleguen a Perú o la Argentina, y dijo que "el Kindle, en ese sentido, será estupendo, ya que podés bajar inmediatamente lo que se publique en cualquier lugar del mundo". Después, aclaró que no es un fetichista del objeto libro y ya entre risas dijo que, de hecho, cree "que las librerías deben desaparecer". Quizá lo mejor de la charla fue cuando se refirió a la literatura argentina y la pulcritud extrema de sus autores. "Yo la verdad es que a los escritores argentinos los veo muy peinaditos, no podría corregirles ni una coma a sus libros pero por lo mismo siento que aveces sus libros no se disparan. No me refiero tanto a lo disparatado de una trama como al estilo. No hay muchos raros como Roberto Arlt, que dejó menos estela que los peinaditos, algo que supongo que viene más de Borges. Por suerte sí hay un argentino no argentino como Gombrowicz, que no es nada peinadito".

­-Pero ojo ­remató Thays­, que yo hablo así, pero reconozco que soy un peinadito...

Por cierto, Patricio Zunini se ha dado el enorme trabajo, realmente agotador, de desgrabar la entrevista y colocarla en el blog de Eterna Cadencia. Está dividida en dos partes. La primera parte y luego, claro, la segunda parte. A todos los chicos de Eterna Cadencia, Leonora, Ana, Patricio, mi agradecimiento infinito. Toda la semana pasada almorcé ahí ñoquis, terminé un libro de cuentos, corregí mi novela. Era mi sitio. Mil gracias.

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Un cuento mío en SoHo

11.26.2009
Sleeping Beauty. Foto: Dina Goldstein. Fuente: the fire wire

La estupenda revista Soho de Colombia, en su edición de noviembre, tuvo una idea muy divertida. Nos pidió a tres escritores latinoamericanos (Jorge Volpi, Marcelo Birmajer y a mí) que nos basáramos en unas fotografías extraordinarias de la canadiense Dina Goldstein para su Proyecto Fallen Princesses y escribiéramos un cuento. Las fotografías de Goldstein son continuaciones gráficas de los cuentos de hadas, cuyo "y vivieron felices por siempre" es engañoso. En ellas se ve a una Cenicienta más bien feliz esperando un taxi, o bebiendo en un pub, en una ciudad del midwest norteamericano; a una Caperucita Roja obesa en medio del bosque, bebiendo su segundo milkshake del día, aprovechándose de la cesta de comida chatarra de la abuela; a una subversiva Jasmine armada de fusil, más furiosa que nunca, en plena Guerra de Irak; a la pelirroja sirenita, Ariel, atrapada en un acuario a merced de los turistas, como un delfín reducido en su enorme pecera climatizada; a la princesa del guisante, el cuento de Hans Christian Andersen, sentada -posiblemente incómoda al notar el guisante como auténtica princesa- sobre una pila de colchones arrojados en un basurero; a Belle, de la Bella y la Bestia, sometida a la cirujía plástica para seguir haciendo honor a su nombre y la imposible "bella" del cuento antes de que la inevitable vejez y su deterioro haga preguntar: ¿cuál Bella?, o peor aún ¿cuál Bestia?

Las tres fotos elegidas por Soho para los cuentos son: La sufrida vida marital de Blanca Nieves cuidando niños y perros ante un Príncipe-Al-Bundy ocioso y sacavueltero (el cuento lo hizo Marcelo Birmajer); el cáncer de la bella Rapunzel, que seguirá viviendo pero la quimio le ha quitado el poder de su larga y perfecta cabellera (el cuento lo escribió Jorge Volpi); y la Bella Durmiente que no despierta, encerrada en un geriátrico, ante su aburrido y anciano príncipe azul cuyos besos no funcionan. Ese cuento me pertenece (se titula originalmente "Mientras ella duerme") y, aunque he recibido críticas muy malas entre los lectores, que lo han encontrado una pérdida de tiempo, soso, lento, aburrido e insípido, la verdad es que me alegró mucho escribirlo. Creo que finalmente he logrado equilibrar el deseo por escribir, de ser escritor, y el deseo de entender las cosas que me pasan. Más allá de la buena o mala prosa, de mostrarme ingenioso o culto o de las ganas de divertir a mis lectores, ahora me interesa entender qué está pasando conmigo y eso me sucede desde que escribí "Lindbergh" hace varios años. Y Un lugar llamado Oreja de perro. Y mi novela inédita. Sí, me alegró poder escribir este cuento pues, para decirlo con las palabras lúcidamente cursis del narrador de El cuerpo de Giulia-no (la olvidada novela de Jorge Eduardo Eielson): me ayudó a entender cosas que antes tan solo lloraba.

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La violencia política narrada

11.04.2009
Detenidos en 1983. Foto: Jorge Ochoa/ Efe. Fuente: Clarín

Hace unos meses, cuando Gustavo Faverón comentó en la lamentablemente fenecida librería Ksa Tomada mi novela Un lugar llamado Oreja de perro, sentenció o pronosticó que a pesar de mis intenciones y declaraciones, el libro sería tomado como "una novela sobre la violencia política peruana". Y por supuesto que ha sido así. Esa es la perspectiva que han tomado la mayoría de reseñas. Un reciente ejemplo de eso sucedió en el diario Clarín, en el Revista Ñ, este fin de semana. Hernán Vanoli escribió un artículo titulado "La guerra y las palabras" y me cita junto a otros escritores (dos de ellos peruanos, Santiago Roncagliolo y Daniel Alarcón) como parte de los escritores latinoamericanos de última hornada que escriben sobre la violencia política en sus países. Copio el pasaje donde habla de mi novela y también aquel donde la compara -un honor excesivo para mí, pues es uno de mis escritores favoritos desde hace décadas- con la reciente novela de Rodrigo Rey Rosas El material humano (Anagrama). Dice la nota:

Si el "giro autobiográfico" y las mal llamadas escrituras del yo son algunas de las tendencias más visibles en la narrativa contemporánea, no es raro que encontremos una primera estrategia donde el cruce entre biografía personal y la lucha armada sea el eje narrativo privilegiado. Se trata, en la mayoría de los casos, de textos donde los escritores se posicionan como investigadores, y donde las fronteras de la profesión literaria con el periodismo, lo detectivesco y la historia oficial contada por los organismos de la memoria genera una cierta incomodidad que alimentan los relatos. No es casual que este tipo de enfoques siempre parezcan dirigidos a un lector extranjero de firmes convicciones progresistas, horrorizado con (y fascinado por) el salvajismo latinoamericano. Fernando Vallejo es consciente de ese gesto y por eso puede parodiarlo, y Horacio Castellanos Moya, en Insensatez, ejerce una leve burla sobre el escritor-detective. Sin embargo, también hay casos donde la figura se trabaja con facetas interesantes. En Un lugar llamado Oreja de Perro, el peruano Iván Thays construye un relato del viaje de un escritor devenido periodista que debe cubrir la visita del presidente a un pequeño poblado andino donde se realizará la apertura mediática de un programa de asistencia social. Sobria y contundente, cae en baches cuando el narrador cuenta su propia vida, pero tiene la virtud de trabajar sutilmente la distancia entre la representación televisiva, el discurso de la "Comisión de la Verdad" y ciertas consecuencias del terrorismo de Estado en el tejido social. Los ecos de la violencia, y sus rastros, van a percibirse a través del relato que el protagonista hace de la galería de personajes que va encontrando en su excursión, donde no faltan un asesinato ni una lúcida descripción de diferentes posiciones con respecto al terrorismo de Estado de parte de la sociedad civil. El personaje-escritor de Thays es un detective involuntario, que viaja por una cobertura periodística y termina descubriendo una trama secreta de la violencia en la que se incluye la permanencia del aparato represivo ilegal y los cuestionamientos hacia sus propios prejuicios de clase. Algo similar ocurre en El material humano, del guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, aunque el narrador no deviene detective sino que arranca como tal, revisando los archivos policiales sobre la represión en su país. En un juego de espejos entre diario personal, material de archivo y conversaciones con funcionarios que participan de las investigaciones estatales sobre la verdad histórica, el mayor hallazgo del texto consiste en que, sirviéndose de la permanente ambivalencia entre realidad y ficción, Rey Rosa también consigue narrar las contradicciones, intrigas y luchas generadas por el hecho de que la materialidad del archivo, sea propiedad de aquellos mismos que son investigados. Aquí, la historia personal y el secuestro de la madre del narrador entran en un diálogo productivo sobre el papel del Estado ante las políticas de la memoria. Y, con una transparencia comparable a la de Thays, aunque quizás con menos autocrítica, Rey Rosa señala las aporías, incomodidades e hipocresías en las que muchos escritores latinoamericanos caen al pensar su rol con respecto a la política.

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Un lugar llamado Oreja de perro en TBR

9.24.2009
Ilustración: Luz Letts

Ernesto Escobar Ulloa, editor de The Barcelona Review, muy gentilmente me envía una reseña a propósito de mi novela Un lugar llamado Oreja de perro que acaba de aparecer en el último número (dedicado a Juan Carlos Onetti). El autor de la reseña es el mismo editor. Ahí se menciona el silencio -un sonido sordo- que acompaña mi novela y la ciudad imaginaria de Oreja de perro. También se me agrega a una lista de autores latinoamericanos a la que me enorgullece mucho pertenecer. Gracias otra vez.

Al cabo de doce años de guerra la zona contaba con menos de la mitad de la población. El aire fresco que ahí se respira está contaminado por un reclamo inquietante, un sonido sordo que emerge no se sabe de dónde, y que, imagino, solo puede compararse, sobre todo para los lugareños y quienes tuvieron que huir, a lo que se siente en las campos de concetración nazis, donde el silencio se ha apoderado del ambiente para hablar del horror con elocuencia. Ese silencio es practicamente una necesidad para alguien que pretenda contar lo que ahí ocurrió, en ese lugar llamado Oreja de perro. Lo ha recogido magistralemente Ivan Thays en su última novela y lo ha convertido en un discurso, en la voz de su protagonista, y al hacerlo, ha personificado en él el recuerdo de aquella época, como si estuviéramos en Chungui contemplando la belleza del paraje sin dejar de pensar que aquellas quebradas son testigo de una guerra a la que, ya no solo el Perú, sino el mundo entero, le dio la espalda. La historia ha comenzado mucho antes incluso que el libro, con la muerte del hijo del matrimonio formado por Mónica y el protagonista. Pero el relato se inicia realmente cuando este hombre ya destruido se pasa las horas delante del televisor, mirando las declaraciones de los testigos de la Comisión de la Verdad y Reconcialiación. La CVR, como la llaman los peruanos, fue el intento de esclarecer lo que había ocurrido en el país los útimos veinte años del siglo XX, durante la guerra de Sendero Luminoso y la dictadura de Alberto Fujimori: “resultaba obvio que al presidente de la comisión le preocupaba el tema de la verdad ( ) A mí el tema que me atraía era el del Mal”. “Es decir: ¿esto es el ser humano?” A lo largo del libro se irán esgrimiendo silencios en torno a la historia, así como acrecentándose la idea de que es preciso desconfiar de las palabras, ellas no hacen más que tergiversar la realidad, como si por sí mismas no valieran nada y conllevaran una ductibilidad que las pone al servicio de su elocutor y no del lenguaje. De ahí que la obra sea tan precaria en palabras, el autor quiere llegar al alma del protagonista, un ser vacío, que antes de vivir la vida la ve pasar desde una cápsula, hermeticamente sellada contra la humanidad. Algún crítico la ha comparado con Desgracia de Coetzee, cierto es que en el estilo y el “aproach” hay una coincidencia filial, sin embargo en Desgracia hay una mayor conexión con el otro, en la novela de Thays la disociación entre el protagonista y el mundo es abrupta. Después de literalmente tragarse los testimonios de la CVR, el protagonista escribe un artículo al respecto que “fue muy celebrado, lo que no me sorprendió porque era un zurcido de lugares comunes” y que le mereció que su periódico lo mandara de enviado especial a cubrir en Chusgui un programa demagógico del presidente Alejandro Toledo. Una vez instalado en Oreja de perro los recuerdos de su matrimonio, del hijo perdido y las relaciones escabrosas con una lugareña ocuparán, más que las politiquerías del ex presidente peruano, las preocupaciones de un hombre que parece condenado a no poder rehacer su vida, salir adelante, olvidar. Hay aspectos de novela policial que enturbian la historia dándole un toque de misterio y que por otra parte reinciden en la memoria y representan la fractura social que persiste en el país, fuente de todos sus males. Cabría interpretar En un lugar llamado Oreja de perro como la novela de las consecuencias de la guerra política en el Perú. Es curioso cómo en La teta asustadada, premiada en el Festival de Berlín, el silencio es también un aspecto central de la película. La laconía de ambas obras pasaría a ser el resultado natural del conflicto, como si todavía las partes enfrentadas fueran incapaces de dialogar, y hubiera pululando en el mundo andino una generación de autistas, de mudos. Una novela con un lenguaje diferente, rico en interpretaciones, con un estilo propio, y por eso mismo, encomiable; lo mejor que podría pasarle a la literatura latinoamericana es lo que le está pasando ahora, que hay muchos tipos de escritores, únicos en sus intereses y motivaciones y en la manera de narrarlas (Neuman, Villoro, Bellatín, Paz Soldán, Roncagliolo, Chejfec, por nombrar solo algunos). Ivan Thays es otro nombre que apuntar en la lista, esperemos que prosiga con entregas de esta calidad.

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Un lugar llamado oreja de perro en "El Espectador"

9.18.2009
Terraza. Ilustración: Luz Letts.

Agradezco mucho a "El Espectador" de Colombia y al crítico literario Juan David Correa Ulloa, quien publica ahí una reseña a mi novela Un lugar llamado Oreja de perro. Una novela a veces triste y a veces aburrida como la vida misma, dice Correa con acierto (creo yo). La reseña se titula "El duelo" y la coloco íntegramente en el post:


Un duelo


Un periodista debe cubrir un informe de la Comisión de la Verdad, en un pueblo olvidado del Perú de la era de Alejandro Toledo, cuando se destaparon los crímenes cometidos por Fujimori y compañía. Lo importante de Un lugar llamado Oreja de Perro, de Iván Thays, escritor peruano y brillante comentarista desde su blog Moleskine Literario, no es, sin embargo, esa escueta trama. No es el Perú de los crímenes en contra de los civiles. Ni siquiera es el Perú rural, olvidado, despreciado por su pequeña oligarquía. No es eso. Lo significativo de esta novela es una sensación que queda flotando después de leerla. ¿Cómo se enfrenta uno a la muerte? ¿Cómo se encara la partida de un hijo? ¿Cómo se afronta la pérdida? Esa, me parece, es la gran virtud de una novela corta, de apenas 212 páginas, en la cual asistimos al largo monólogo de un hombre que quiere escribirle una carta a su esposa, para despedirse de ella, tras la muerte de Paulo, su pequeño hijo de cuatro años. En esa imposibilidad, la de escribir esa misiva, está el asunto mismo de la novela: en un hombre enfrentado a su pensamiento, a su aburrimiento, a esa vida de todos los días en la cual, así nos resistamos, también nos abandona nuestra mujer, se nos muere un hijo o perdemos la tranquilidad de una vida aparentemente resuelta. Thays, como si fuera un diario de viaje, ha logrado escribir esa rutina en Oreja de Perro. Allí no pasa mucho. En ese pueblo olvidado, digo. En cambio, en la reflexión del protagonista, en sus devaneos amorosos con una chola de nombre Jazmín y una pituca de nombre Maru; en los recuerdos que se van borrando con el correr de las horas; en la imposibilidad misma de afincar todo en la memoria (que es lo que, finalmente, hace la literatura), está lo valioso de la novela. También lo está en su escritura, decididamente seca, desprovista de adornos. Y eso, creo yo, no es poco. Aunque a veces se cierren los ojos y uno crea que nada va para ninguna parte, al final todo cobra sentido. Como en los buenos libros, esta novela comienza a funcionar en el lector después de haber cerrado la última página, cuando se da cuenta de cómo sí es posible contar la pérdida y el dolor.

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Adaptación en danza aérea de Un lugar llamado Oreja de perro

8.06.2009
Afiche del espectáculo. Fuente: moleskine

Bajo el interesante título Espectros de un hombre solo, Úrsula Carranza y el grupo de danza aérea Acrofilia (con la música de Janio Cuadros) han hecho una adaptación libre de mi novela Un lugar llamado Oreja de perro. El espectáculo une danza aérea, teatro, música y literatura. Estoy ansioso por ver a la ligera Mónica descendiendo desde las alturas para observar al protagonista de mi novela, acosado por la pérdida de Paulo y sus demás espectros. Seguro será espectacular.

Hoy a las 7:30 en el ICPNA (Angamos Oeste 120) será el estreno de la obra, que tendrá funciones también el 7, 8, 13, 14 y 15 de agosto. En el diario El Peruano comentan algunos pormenores de la obra:

Una noche la muerte aparece. Se lleva a un niño. Un padre se queda sin su hijo; una madre los pierde a los dos. Cuando empieza la primera escena, ya todo ha pasado. Este hombre se encuentra en su casa vacía, una casa a la cual ya no reconoce.Ésta es la historia del tránsito, es el bosquejo de ese proceso de descenso y de purificación que pasa un hombre que un día tiene una familia y al día siguiente sólo tiene espectros. Es el proceso en el que uno se ve arrojado en los brazos del destino. Éste es el punto de partida para la directora y acróbata Úrsula Carranza y su grupo Acrofilia, a fin de poner en escena Espectros de un hombre solo, puesta en escena basada en la novela Un lugar llamado Oreja de Perro, del escritor peruano Iván Thays, que se estrena hoy en el Icpna de Miraflores.Carranza recuerda que la idea surgió tras una conversación con el autor y mientras trataba de sacar adelante Mónadas, una obra que llevaba ensayándose y recreándose desde hacía un año. “De pronto, vi que no la iba a hacer. Era un entarimado sobre el cual iba a construir la verdadera historia, y que ella nacía de este mundo proveniente de la novela. A los pocos días de aquella conversación, le leí el guión aún sin título. Al terminar, acababa de nacer Espectros de un hombre solo". La idea de las mónadas pasaron finalmente a la nueva obra. La puesta se basa en una serie de escenas que no se encierran en el teatro propiamente dicho, difícilmente en la danza e incluso en la misma danza aérea. El grupo Acrofilia, dirigido por Carranza, implica para su directora materializar objetivos en planos inesperados, realizar propuestas sin miedo, “con la confianza de que se hacen de manera honesta, apasionada, engarzada en una historia que tiene que ser contada”.
“Acrofilia nace como una necesidad interna. Es más que amar las alturas. Significa elevarse sobre lo que los demás creen posible. Lo importante es recoger una profundidad anímica y devolverla hecha una acción directa, que ponga en esas líneas un correlato visual, sonoro, táctil; un correlato aéreo que no está ahí gratuitamente. Todo aquí significa algo concreto.” Los personajes de Espectros de un hombre solo son: el hombre solo (Daniel Zarauz), Mónica (Úrsula Carranza), la Mónada Estrella (Sandra Bonomini), Gran Espectro/Paco (Riccardo Fodale) y Paulo (Luca Natteri). Los duendes son Christian Navarro, Chana Moscoso, Enrique Aquije, Alaín Prada, Gretell Krebs, Andrea Torres; y las mónadas Rossana Montalvo, Omar Ananías y Mónica Freund.

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Peter Elmore sobre Un lugar llamado Oreja de perro

6.12.2009
Rascacielos. Ilustración: Luz Letts


En el último número de la revista Hueso Húmero aparece la extensa reseña de Peter Elmore a mi novela Un lugar llamado Oreja de perro. Quienes conocen la calidad excepcional de Peter como lector no se sorprenderán de una lectura tan precisa y aguda. Yo, por mi parte, no puedo dejar de sentirme halagado por la atención que Peter le ha puesto a mi novela. Dejo aquí algunos párrafos. La reseña completa la pueden leer en la sección de notas. Dice la reseña:

(...) En las ficciones anteriores de Thays, el escenario de las historias se halla en el extranjero: la acción ( y la observación, que es la forma reflexiva de ésta) se desenvuelve sobre todo fuera del país. Por ejemplo, los cuentos de Las fotografías de Frances Farmer ocurren en Los Angeles y es en un lugar imaginario del Mediterráneo, Busardo, donde pasea su melancolía el protagonista de El viaje interior. Más que un mero deseo de migrar imaginariamente del Perú, de sus problemas urgentes y sus posibilidades utópicas, esa elección revelaba la voluntad de alejarse de la literatura peruana, cuyo cauce más ancho es el realista. Los territorios de la fábula, sin embargo, no son en verdad geográficos. Si los nombres de las ciudades figuran o no en los mapas resulta, a la larga, irrelevante: en los libros de Thays, la realidad de los lugares es tópica y simbólica, no topográfica e histórica. ¿Qué decir, entonces, del lugar que le da título a esta novela? Oreja de perro, ese topónimo extraño, era casi desconocido fuera de Ayacucho y Abancay antes de que, en 2003, en el quinto tomo del Informe final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación aparecieran, detalladas, las atrocidades que se habían cometido ahí en la década de 1980, durante la guerra interna entre el Estado peruano y Sendero Luminoso. Añado que uno de los poemas más hermosos de Antonio Cisneros -- el elegíaco “Crónica de Chapi”, que está en Canto ceremonial contra un oso hormiguero-- alude a esa zona, donde combatió en los años 60 una columna guerrillera del ELN. En la novela de Thays (y me apresuro a decir que no señalo un desliz de la verosimilitud, sino un trazo deliberado de la escritura), Oreja de perro es una aldea, mientras que en la realidad de Ayacucho, según señala el Informe final de la CVR, se trata de una parte del distrito de Chungui donde se asientan diecisiete comunidades campesinas. Así, el título mismo de la novela encierra una clave: el lugar y su nombre están, en la ficción, transformados, porque designan menos un sitio que un trayecto existencial --el del letrado costeño a la periferia serrana-- y una tarea síquica --la del duelo--. (...) Un lugar llamado Oreja de perro está lejos de ofrecerse como una tentativa de documentar la pesadilla más reciente de la historia peruana, pero está igualmente lejos de ser un drama íntimo con escenografía andina. En la tierra (para él) incógnita de los Andes, el periodista limeño no es un intérprete justo ni un testigo fiel de la realidad de los otros: uno de los aciertos de Un lugar llamado Oreja de perro consiste, pienso, en mostrar --sobre todo a través del encuadre del relato y de su trama-- que entre el forastero de Lima y el campo ayacuchano hay, al mismo tiempo, una distancia insalvable y un vínculo visceral. Ningún mensaje afirmativo se puede extraer de ese contacto, porque lo que definen son los vacíos y las carencias: el puente que se tiende entre el narrador y los lugareños es la vivencia de la pérdida. La cercanía física entre el periodista costeño y los campesinos serranos no da lugar a un diálogo ni a un encuentro, pues la novela no desciende a proponer una fantasía reparadora de unidad y reconciliación; a su manera, ni épica ni propagandística, el relato de Thays muestra que en el Perú los traumas históricos persisten y los abismos culturales no han dejado de ser hondos. Un lugar llamado Oreja de perro es, entre otras cosas, un relato sobre personas que no pueden --y, en ocasiones, no quieren-- entenderse plenamente ¿Qué es lo que puede saber y descubrir el narrador? ¿Qué sentido tiene su travesía? (...) De la capacidad de recordar, más que del inventario de los recuerdos atroces, se ocupa Un lugar llamado Oreja de perro. El relato comienza, significativamente, con el caso de un amnésico en cuya mente no quedan huellas de su familia, a la que perdió en un accidente. ¿La suerte de ese hombre no es mejor que la del padre acongojado que escribe su diario de viaje? Parecería que la respuesta es obvia, pero en otro pasaje se lee esta confesión: “Desde pequeño siempre tuve miedo a perder la memoria repentinamente, en medio de la calle, y no saber cómo regresar a mi casa”. El costo de olvidarlo todo es el extravío, la pérdida de la orientación. Se entiende, por eso, que el viaje guíe la redacción del diario y sostenga la identidad de quien escribe. Y, sin embargo, una paradoja acecha y mina la tarea del personaje: “Pensamos que las fotografías, los recortes de periódico, las cartas, los videos, los testimonios, los recuerdos, sostienen la memoria. Pero no la sostienen, la reemplazan”. También la reemplaza, se diría, el texto acezante, de pausas enfáticas y desiguales, que se ofrece a nuestra lectura. Escribir es, entonces, un modo paradójico de alejar los recuerdos, de liberarse de ellos: una purga, se diría, de la materia oscura y tóxica que se empoza en el interior de la conciencia. El más terrible y conmovedor de los hechos del pasado sucedió unos meses antes: “La noche en que murió, mientras le daba de comer Paulo me dijo que le dolía la nuca. Acababa de cumplir cuatro años y se cogía la cabeza como si tuviera cincuenta. Tenía el ceño fruncido”. El dolor de la escena se desplaza del hijo al padre, del momento pretérito a la actualidad del recuerdo. Pero, además, la imagen --precisa en su desolación-- fija tristemente la ilusión de un futuro que no ocurrirá: Paulo nunca tendrá más de cuatro años. En el sitio de pena y penitencia que es Oreja de Perro, el padre que no tiene ya a su hijo se une, en cópulas exasperadas, con Jazmín, una huérfana que lleva en el vientre al hijo del asesino de la madre de ella. No hay placer ni armonía en esos encuentros, cuyo erotismo es oscuramente catártico. Jazmín, sin duda, es del todo distinta a las más bien cinematográficas beldades que el narrador prefiere (y que, a la larga, se diluyen algo en un segundo plano de la novela). (...) La estadía en el páramo andino es penosa, pero también reveladora. El lenguaje lacónico y despojado, ocasionalmente pedestre y a veces atravesado por un inesperado lirismo, expresa con bastante eficacia las circunstancias y el temple del protagonista. Solo en ciertos pasajes (pienso, sobre todo, en las conversaciones con Maru) desfallece el estilo y se vuelve tan llano que pierde, en su simplicidad, tensión y resonancia. Esos desniveles esporádicos, sin embargo, no disipan la atmósfera del relato ni desdibujan el perfil del narrador. Por cierto, uno de los rasgos mejor logrados de Un lugar llamado Oreja de perro es la consistencia con la que el novelista crea al personaje central a través de la voz y la experiencia de éste: en toda la obra narrativa de Thays, el periodista que da cuenta de su pesadumbre y su crisis es, creo, la presencia más memorable. El dolor --físico y moral-- le aporta sustancia y gravedad al mundo representado de Un lugar llamado Oreja de perro. El dolor que impregna al relato no puede, sin embargo, mostrarse natural y espontáneamente, sino bajo la forma del artificio. Al principio de la novela, el cronista hace notar --a propósito de las declaraciones del deudo de una víctima de la violencia-- que “incluso para hacer un testimonio de esa naturaleza había que actuar un poco. O, mejor dicho, sobre todo cuando uno quiere decir una verdad tan grave como aquella debe saber fingir”. En su última novela, la primera de su madurez creadora, Iván Thays demuestra, con intensidad y agudeza, la validez de esa convicción.

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Un perro llamado Oreja de perro

5.29.2009
Un perro llamado Oreja de perro. Fuente: moleskine

Atención para futuros editores: Los contratos editoriales de Mario Bellatin son más específicos que las exigencias de David Bowie para sus conciertos (y ya ni digamos de Madonna). Por ejemplo, en un contrato firmado con Almadia para la edición de La jornada de la mona se añadió la cláusula 16: "Se le dará parte de su pago en la mercancía de un perro xoloixcuintle, puro, perteneciente a la estirpe de perros del pintor francisco toledo....." Cuando el perro llegó por mensajería, al ver que tenía una oreja caída y la otra puntiaguda no se le ocurrió mejor idea que ponerle de nombre "Oreja de perro".

Y es así que ahora existe un perro llamado Oreja de perro a quien no conozco pero espero pronto conocer. Nada, ni la gripe porcina, me impedirán ir a México a ver a Mario, a Perezvon y el querido Oreja de perro.

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Alfredo Bryce Echenique sobre Un lugar llamado Oreja de perro

5.15.2009
El salto. Autora: Luz Letts.

Alguna vez Alfredo Bryce Echenique dijo, citando a algún otro escritor, que también escribía para que lo quieran más. Definitivamente, leer a un autor admirable es una forma de aprender a querer a alguien. Yo aprendí a querer tempranamente, siendo un adolescente, a Bryce Echenique gracias a su novela Un mundo para Julius. Pero lo quise aún más, con una admiración rendida y definitiva, cuando leí La vida exagerada de Martín Romaña. Martín Romaña para mí es uno de los personajes más entrañables e inolvidables que ha dado la literatura latinoamericana. Por eso es tan significativo saber que en el reciente número de "Cuadernos Hispanoamericanos" Alfredo Bryce Echenique ha tenido la amabilidad de hablar de mi novela con tanta genorosamente en una reseña titulada "Un vuelco notable". Para mí, es como si Julius me invitara a su cumpleaños o Martín Romaña me invitase un trago para hablar intermitentemente de Octavia de Cádiz. Un auténtico honor.

Dejo en la sección de notas la reseña completa. Aquí unos fragmentos:

Hoy, en una lejana playa del sur de Lima, acabo de leerme de un tirón Un lugar llamado Oreja de Perro, y hasta minutos antes de escribir estas líneas he releído una y otra vez numerosas páginas y párrafos de este libro tan parco como insólitamente elocuente, que no sólo marca una ruptura casi total con la obra anterior de Thays, sino que además está escrito en una clave absolutamente autobiográfica que poco o nada tiene que ver, por ejemplo, con El viaje interior, por citar tan sólo una de sus anteriores novelas. La nueva novela de Iván Thays es el relato frío, seco, y aterradoramente conmovedor de una tragedia personal: la muerte de un niño de tan sólo tres años de edad y la consiguiente separación de sus jóvenes padres, como consecuencia de tanto y tamaño dolor.

De este escenario hecho añicos partirá un joven periodista a vivir su duelo en Oreja de Perro, un muy alejado poblacho ayacuchano en el que aún continúan ardiendo las atroces huellas de la guerra senderista, con todas sus consecuencias de miedo y de dolor. Reina un silencio a gritos por todas partes en este lugar olvidado de la mano de Dios, donde lo peor de todo es precisamente esta manera del silencio que nos lleva, cómo no, al genial relato de Juan Rulfo titulado “Luvina”, en el que logramos escuchar nada menos que el ruido del silencio con sus aterradores, macabras voces.

(...)

La asombrosa parquedad con que Ivan Thays nos cuenta una tragedia particular sobrepuesta a otra colectiva es sin duda el más grande logro de esta novela perturbadora. La precisión y concisión del vocabulario, la sabia distribución de las escasas pero altamente significativas reiteraciones, la asombrosa rigidez con la que asistimos al absurdo y patético deambular de un alma en pena por una geografía difunta, poblada por vidas rotas, en lo más íntimo y en lo más perceptible, son otros tantos logros de un escritor que en esta novela memorable realmente nos asombra por la limpia y perfecta ejecución de un salto triple mortal y sin red.

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Un lugar llamado Oreja de perro en "Brecha" (uruguay)

Hacer clic en el recorte para leer el comentario.

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Entrevista en El Observador (Uruguay)

4.23.2009
Caminando en Bogotá, cuando aún tenía el pelo largo. Foto: Daniel Mordzinski

El periodista uruguayo Daniel Viglione me hizo una generosa entrevista para el suplemento cultural de El Observador. La entrevista apareció este sábado 11 de abril bajo el título "Cuando el dolor se vive a secas". Coloco en la sección de notas la entrevisa completa, sin las ediciones posteriores de Daniel (ediciones periodísticas que no distorsionan el sentido de mis respuestas, aclaro). Dejo aquí algunas de las preguntas y respuestas:

¿Cómo surgió la necesidad de contar una historia tan traumática como fue la del terrorismo de Estado que vivió Perú en la década de 1980?
En realidad, lo que yo quería contar no era la historia del terrorismo sino la del dolor de un hombre que pierde a su hijo. Ese es el núcleo central, la ausencia del hijo, el dolor por la pérdida, el dolor a secas. Pero en algún momento de la escritura descubrí que el dolor de aquel hombre puede ser compartido –aunque solo simbólicamente- con el colectivo. Que un dolor es inmenso pero no único, que hay otros que sufren y podemos aprender de ese otro sufrimiento y no solo del nuestro.

¿Pero por qué entonces decidió situar la novela en el final del gobierno de Toledo y los hechos son narrados justamente en el sitio más golpeado por el terrorismo que hubo en su país? ¿Necesitó de esa distancia para logra acercase más a ese dolor colectivo e individual?
Uno de los temas fundamentales de la novela es el papel que ocupa la memoria a la hora de superar el dolor. Partiendo de esa base surgen varias preguntas: ¿La memoria debe ser superada, obviada, para poder superar el dolor? ¿O, por el contrario, deberíamos enfrentarnos a ese dolor con la memoria intacta y si es posible aumentada con los testimonios del pasado que no hemos querido conocer? El primer paso para superar el dolor es enfrentarnos a nuestra memoria. Por eso, el personaje hace el recuento de su doloroso pasado mientras que el país entero, a través de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación lo hace del suyo. Por eso ubiqué la historia en ese momento mismo, el del pasado recobrado y proyectado en el presente. Situé además la historia en una zona tan convulsa porque me pareció importante que el narrador, limeño y de la burguesía, se enfrente radicalmente a un territorio que le es ajeno por completo, incomprensible, pero cuya persistencia es en sí misma (como el epígrafe de Nooteboom al inicio de la novela lo pide) un recordatorio de que el dolor existe y es real.

Más allá de qué lugar ocupa la memoria para superar el dolor, la misma está presente en el libro desde dos miradas muy distintas. Por un lado, como elemento que ayuda a reconstruir el presente, y por otro lado, como obsesión, como miedo, como si perderla fuera un salto al vacío o la irrealidad. ¿Cómo explicas esas dos miradas?
Bueno, para contestarte eso tendría que volver a contar la novela. Esos dos lados están presentes en cada capítulo, en toda la novela, casi diría en cada escena. El narrador parte con la necesidad de olvidar, envidiando a un amnésico que entrevistó para su revista. Y luego, llega a la conclusión que lo único que lo hará libre, que conseguirá ayudarlo a superar la pérdida y el duelo, es contar con la memoria como un intérprete de emociones, de las suyas y las ajenas. La memoria no como espía (la frase de la profesora de chino al amnésico al principio de la novela) sino como una maestra. Una maestra muy dolorosa y nada concesiva, eso sí.

¿No piensa usted que todavía hay algunos sectores de la sociedad peruana que no están preparados para esta novela o preferirían no leerla?
Creo que hay sectores de la sociedad peruana, especialmente intelectual de izquierda, que no están preparados para leer una novela donde un peruano limeño de clase adinerada se contraste con el mundo andino y que acepte que no lo comprende, aunque comparte algo con él como es la pérdida de los seres amados. En el Perú, solo se puede escribir desde la “mala conciencia”, desde la culpa por no haber sido capaces de entender el horror en el momento mismo cuando ocurría. Pero creo que es importante saber por qué no fuimos capaces de entenderlo, qué estaba pasando en la vida de cada uno de nosotros en ese instante mismo y saber reconocer, además, que en un país tan dividido como el nuestro es imposible esperar una reconciliación auténtica si no sabemos reconocer que el dolor propio es tan importante y significativo como el ajeno. No se trata de abrazarnos entre todos y hacer la ficción que nos entendemos ahora sí. Eso es imposible, inverosímil. Lo que podemos hacer es vivir cada uno en su esfera y tratar de compartir los espacios comunes con dignidad, solidaridad y respeto.

¿Por qué si el protagonista es un periodista de prestigio le cuesta tanto comunicarse con los otros?
El narrador de mi novela es un autista. Es incapaz de expresar lo que siente. El dolor de la pérdida del hijo y el abandono de su esposa lo ha silenciado. Pero en realidad desde antes, desde mucho antes de esas pérdidas, él era un autista incapaz de conectarse seriamente con los demás, aunque tenía una sensibilidad afinada como oreja de perro. Escribir esa carta es una imposibilidad para él, al menos mientras no tenga un aprendizaje de toda su experiencia. Y cuando aprende, escribir la carta es lo de menos porque el objetivo ya está cumplido. Quizá por eso mismo es peiodista, un observador que busca la objetividad en los hechos sin comprometerse en ellos.

¿Sirven libros como Un lugar llamado Oreja de Perro para sanear viejas heridas o para mantener viva la memoria?
Creo que mi novela fue, en primer lugar, un intento de salvarme a mí. Una expiación personal. No creo que existan libros que pueden sanear viejas heridas, porque no creo que las heridas deban ser saneadas ni superadas. Yo creo en las cicatrices. Me gustan los vestigios, las ruinas (de eso trata mi novela El viaje interior). Creo en los museos del dolor. Creo en los lugares de encuentro. Creo que las heridas están ahí para hacernos recordar lo que somos, lo que hemos vivido y que hemos llegado a este mundo para aprender, no para ser felices inconscientemente.

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Eduardo Lago en francés (y yo también)

4.08.2009
Enrique Vila Matas, André Gabastou (traductor), Eduardo Lago y Claire Julliard. Foto: Ricardo Sumalavia

Ricardo Sumalavia es un estupendo amigo, un gran escritor, un atento corresponsal desde Burdeos, pero es un pésimo fotógrafo. Eso es un hecho. De todos modos, coloco aquí esta oscura foto tomada por Ricardo para celebrar esta reunión de buenos amigos: Enrique Vila Matas presentando el libro de Eduardo Lago, Llámame Brooklyn, traducido al francés por la delicada editorial Stock (aquella que hace varios años publicó la novela de Mario Bellatin Salón de belleza y la llevó hasta ser finalista del Medicis a mejor novela extranjera). La reunión se llevó a cabo en el contexto de la Escale du Livre de Bordeaux.

Por cierto, también a mí me editarán en francés. Un lugar llamado Oreja de perro ha sido contratada por Gallimard. Con eso, esa novela tan triste y que emocionalmente me costó tanto escribir, ha sido cobijada por las dos editoriales más prestigiosas en su respectivo idioma. Nada mal ¿verdad? Ojalá tenga oportunidad de presentarla en Burdeos junto a Ricardo, y también en París por supuesto. Curioso: el año pasado fui a París del brazo de una ex-novia. Al regresar, pensé que difícilmente volvería alguna vez a esa ciudad donde fui tan ilusoriamente feliz. Sin embargo, el destino me ha dado otra oportunidad al enviarme a Francia del brazo de mi novela. La vida nunca es bella ni fea sino original, dijo Italo Svevo. Hace meses jamás iba a imaginarme que terminaría diciendo (definitivamente no como Humphrey Bogart en Casablanca sino como Woody Allen en Hollywood Ending): "Thank God the French exist".

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Un lugar llamado Oreja de perro en ADN Cultura

4.07.2009
Mi libro en Venecia. Foto: Ana Pellicer.

Mi estupenda amiga Ana Pellicer ha tenido un bellísimo y cabalístico gesto con mi novela: después de leerla en un romántico viaje en tren por Italia, la dejó en el borde de Venecia, donde empieza el mar, lejos de los turistas y cerca del puerto. Aprovecho la foto que me envía para agradecer a Felipe Fernández, de ADN Cultura, por la reseña que ha escrito sobre Un lugar llamado Oreja de perro:
(...) El inicio de Un lugar llamado Oreja de Perro (Finalista del Premio Herralde de Novela) parece anunciar un argumento centrado en la violencia política de aquellos años, pero el texto pronto se desvía en otras direcciones. Su autor, el peruano Iván Thays, acomoda al protagonista y narrador de la historia como un punto de fuga en el cual convergen los diferentes episodios que componen la estructura de la obra. Al hombre de prensa le atrae el concepto de la maldad como esencia del ser humano, más que el de la verdad buscada por la comisión encargada de investigar los crímenes cometidos en la zona. También parece obsesionado por el caso de una persona que perdió la memoria y la posibilidad de considerar la amnesia como una liberación. Sin embargo, estos temas quedan a la deriva y no reciben un desarrollo concreto. Dos hechos han sacudido el mundo afectivo del periodista y configuran su estado mental cuando llega a Oreja de Perro: la muerte de Paulo, su hijo de cuatro años, y una crisis en su matrimonio que sugiere una ruptura definitiva. Hay una larguísima carta de su esposa Mónica que debe contestar, en la cual supuestamente le dice por qué lo ha abandonado. (...) Thays cuenta las cosas con solvencia. La primera persona le da aire y libertad de movimiento para discurrir a tientas, sin ajustarse a una orientación precisa. El uso reiterado del punto y aparte ordena las oraciones en flujos espaciados, como si quisiera remarcarse que la aparente falta de trabazón en la trama intenta reflejar la pausada indiferencia en las reflexiones del protagonista (al que por alguna razón no se le da un nombre). Las intervenciones de Scamarone, el bufonesco fotógrafo que lo acompaña, funcionan como un medido contrapunto cómico. La escritura gana solidez y la visión se vuelve más nítida en los fragmentos dedicados a la evocación de la muerte de Paulo. Mediante un tono sencillo y despojado se logra transmitir la inmensidad de una pérdida que no requiere de estridencias sentimentales. El mismo recurso ennoblece los meritorios pasajes en los cuales Jazmín relata sus vanos intentos por localizar y rescatar a su madre, detenida por las fuerzas de seguridad. Los capítulos destinados a construir el personaje de Mónica, en cambio, no alcanzan la misma eficacia literaria. La novela transcurre en un par de días. El regreso del periodista a Lima deja varios enigmas pendientes y un final, tal vez demasiado abierto, que el lector debe cerrar con su propia imaginación.

La nota completa pueden leerla en la sección de notas.

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Desembarco latino en España

3.07.2009
Edmundo Paz Soldán y yo en curso en El Escorial. Fuente: moleskine

El diario El Comercio de hoy coloca un cable de AFP en el que se habla del "desembarco latino en España" y se menciona algunos nombres de escritores latinoamericanos que han publicado desde el año pasado en ese país. Entre esos nombres destacan el de algunos autores ya recorridos como Daniel Sada, Edmundo Paz Soldán y Santiago Roncagliolo, así como el de jóvenes como Carlos Busqued o Tryno Maldonado. También se menciona a su servidor. Muy agradecido.

Un grupo de nuevos escritores latinoamericanos se está imponiendo en el competitivo mercado literario español desde que el mexicano Daniel Sada obtuvo el premio Herralde de novela con su obra “Casi nunca”. El día que se dio el galardón, otorgado anualmente por la editorial Anagrama, el jurado proclamó finalista el libro “Un lugar llamado Oreja de Perro” del peruano Iván Thays. (...) El libro del escritor y periodista mexicano Daniel Sada retrata una relación amorosa a tres bandas entre un ingeniero agrónomo, una prostituta y una ilustre señorita, mientras que Thays propone el relato introspectivo de un hombre que acaba de perder a su hijo, de 5 años, y que ve cómo se rompe su matrimonio. El peruano sostuvo que no es una obra autobiográfica, sino “más bien una expiación personal porque de alguna manera todos vivimos en un lugar llamado Oreja de Perro”. Es la historia de un periodista destinado a una ciudad andina destruida con los acontecimientos ocurridos en el Perú a raíz del gobierno de Alberto Fujimori. Alfaguara, por su parte, publica un nuevo libro del peruano Santiago Roncagliolo, “Memorias de una dama”, en el que se narran las dificultades que tiene un joven escritor para triunfar y las desventuras de una misteriosa y decadente mujer, y cómo el encuentro entre ellos los cambiará para siempre. La editorial madrileña también coloca en las estanterías de las librerías españolas “Los vivos y los muertos” del boliviano Edmundo Paz Soldán, ganador de varios premios literarios y que pertenece a una nueva corriente narrativa latinoamericana. A partir de hechos reales, Paz Soldán hace en su libro un retrato descarnado de la violencia en una sociedad que se creía triunfadora. Tryno Maldonado escribió para Anagrama “Temporada de caza para el león negro”, una novela de aprendizaje, repaso histórico de las mafias caribeñas que dominaban el ambiente político de las décadas pasadas en Centroamérica y obra que conjuga la ficción, la realidad y la biografía.

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Busqued (y Tryno) reseñados

3.06.2009
Carátula del libro. Fuente: anagrama

Los jóvenes turcos de Anagrama están empezando a ser reseñados en diversos medios. Hoy, por ejemplo, apareció una reseña de Care Santos al libro de Carlos Busqued Bajo este sol tremendo. Care Santos empieza su reseña calificando como "envidiable cosecha" e "inmejorable" lo ocurrido con el último Premio Herralde. Desde aquí le agradezco a Care el pedazo de piropo que me toca:


Envidiable cosecha. La del último premio Herralde fue inmejorable. Además de premiar las dos estupendas novelas de Daniel Sada e Ivan Thays -Casi nadie y Un lugar llamado oreja de perro, respectivamente- el jurado recomendó la publicación de otras tres finalistas, entre ellas esta ópera prima del argentino de 35 años Carlos Busqued. Y después de leer tanto ésta como las otras dos finalistas -Asuntos propios, de José Morella y Temporada de caza para el león negro, de Tryno Maldonado- una sólo desea agradecer al jurado su recomendación y recomendar a su vez la lectura de estos libros, que dicen mucho acerca de la buena salud de la literatura en castellano y más aún del lugar al que hay que ir para encontrar literatura de verdad.

Sobre el libro de Busqued, dice que este tiene "una crueldad muy a lo Cormac Mcarthy y que de inmediato hace pensar en obras mayores, como Meridiano de sangre" pero de inmediato lo relaciona con autores latinoamericanos:


La contracubierta habla del universo de los Coen al que, en mi opinión, es menos afín que al del García Márquez de Los funerales de la mamá grande e incluso a la Comala de Rulfo: el de los pueblos abandonados donde lo único que prevalece es la crueldad y un calor asfixiante. El punto de partida de esta historia nos sitúa ante un hombre que debe acudir a un pueblo recóndito de Argentina para hacerse cargo de los cadáveres de su madre y su hermano. Desde esa primera escena hasta el desenlace, el autor nos conduce con ritmo trepidante a través de las miserables vidas de unos personajes movidos sólo por la codicia y la sed de sangre. La novela nos ofrece magníficos diálogos, metáforas sobre la vaciedad de la existencia y algún que otro guiño humorístico muy bien medido. Su autor puede ser debutante, pero no inexperto. Sabe muy bien cómo contar una historia. Ojalá su próxima novela tenga también la fortuna de encontrar buenos editores que la acerquen a los lectores. La novela nos ofrece magníficos diálogos, metáforas sobre la vaciedad de la existencia y algún que otro guiño humorístico muy bien medido. Su autor puede ser debutante, pero no inexperto. Sabe muy bien cómo contar una historia. Ojalá su próxima novela tenga también la fortuna de encontrar buenos editores que la acerquen a los lectores.

Por cierto, a Tryno Maldonado no le fue tan bien en el ABCD las letras porque se cruzó en el camino con aquella gris cerca infranqueable de Miguel García Posada, policía de tránsito literario que intenta impedir que circule por las acondicionadas pistas de la literatura en castellano ninguna obra sospechosa de ser "experimental", "sin argumento", "no tradicional" y sobre todo "post-moderna", maravillosa palabra que en sus manos suena a escupitajo.

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Reseña en Revista Ñ de Un lugar llamado Oreja de perro

3.04.2009
Nota en la revista Ñ del diario Clarín. Fuente: moleskine

Gracias a Diego Erlán he conseguido la reseña que apareció en la Revista Ñ del diario "Clarín" este fin de semana (28 de febrero) de mi novela. La autora de la nota es Jorgelina Núñez y realmente estoy muy agradecido con ella pues tanto los elogios como los reparos parte de la lectura de la novela, y no de asuntos extra-literarios. Parecía imposible que eso sucediese, pero ¿ven? no es tan difícil. Copio aquí algunos fragmentos interesantes (para leerla completa, ir a este post y hacer clic en la imagen):

Oreja de perro es una zona de Ayacucho, quizá de las más castigadas, donde se descubrieron numerosas fosas comunes y se oyeron algunos de los relatos más escalofriantes. No obstante, la novela con la que Thays fue finalista del Premio Herralde 2008 no hace foco en ese tema ni se regodea en la reproducción morbosa de esos testimonios. Esa posibilidad ni siquiera es tomada en cuenta porque la ficción está para otra cosa, por ejemplo, tender un puente entre la tragedia colectiva y la personal para tratar de entender la dimensión de aquella a través de ésta (...) La narración retrospectiva de la historia de este periodista -de cómo conoció a su mujer y se enamoró de ella- y sobre todo el logradísimo relato de la breve vida de su hijo son el punto más alto de esta novela cuyo desarrollo tiene una calidad despareja. Los discursos que encarnan los distintos personajes -el del cinismo, el del resentimiento, el de la profecía, el de la derrota y la expectativa- se cruzan, así como lo hacen ellos mismos, errantes y en estado de desasosiego. El presidente no llega y nadie sabe bien para qué están en ese lugar ni lo que tienen que hacer. Al narrador lo aburren sus propias palabras, no le queda mucho por decir o no le encuentra sentido, por eso no puede escribir. Algo de esa desorientación contamina la novela y eso se percibe en las historias colaterales, la del hombre que sufre de amnesia luego del accidente en el que muere su familia o la de Jazmín, una joven con el don del vaticinio, que rondan con insistencia una idea de la memoria que no termina de formularse con claridad y por ende recae en intenciones alegóricas demasiado explícitas. A lo que se apunta es a establecer que la memoria, entendida en términos de conciencia del mal, es la que nos diferrencia de los animales (...)

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Dos pérdidas

3.02.2009
Perder y Un lugar llamado Oreja de perro comentado en revista Ñ. Fuente: en minúscula

Me entero, por el siempre amable Ezequiel Martínez y su blog En minúscula, que en la Revista Ñ del diario Clarín de este fin de semana han reseñado mi novela Un lugar llamado Oreja de perro. No he leído la reseña, porque no ha sido colgada en línea, pero desde ya la agradezco. Ezequiel compara mi novela con Perder, de Raquel Robles, la ganadora del premio Clarín de novela 2008. Los vínculos entre una y otra son notables. En el post se coloca un fragmento de la novela de Robles con el que también me siento muy identificado. Ya leeré Perder para reencontrarme con mi propio libro. Dice Ezequiel:

Lo de la tristeza viene a cuento de dos novelas que leí este verano. Una de ellas, Un lugar llamado Oreja de Perro del peruano Iván Thays -finalista del Premio Herralde 2008-, fue reseñada este fin de semana en la Revista Ñ. Escribe allí Jorgelina Núñez: "Tras la muerte sorpresiva de su hijo de cuatro años lo que le queda (al protagonista) es amontonar los pedazos de una existencia destruida". En la otra novela que leí, Perder de la argentina Raquel Robles -ganadora del Premio Clarín de Novela 2008-, la muerte del hijo de cinco años de la protagonista también se convierte en la médula espinal de la historia. En ambas novelas, el dolor ajeno se incrusta en el lector a través del poder de la literatura. Las dos historias me conmovieron y asombraron por esa capacidad de transmitir una tristeza que parece inenarrable, pero que Thays y Robles navegan sin golpes bajos. No narran el dolor, lo respiran.

Recuerdo que cuando comenté una entrevista a Raquel Robles en octubre del año pasado (antes de que se publicase mi novela) ya había anticipado yo esa comunión de temas y así lo dije en un post (donde también mencioné Derrumbe de Daniel Guebel). Pero ahora ya no quiero escribir nunca más sobre el dolor. Como dije en la presentación de mi libro, no quiero regresar nunca más a un lugar llamado Oreja de perro.

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Babelia, Radar libros, Obrero Digital, El Peruano: últimas reseñas de Un lugar llamado Oreja de perro

2.27.2009
Reseña en El Obrero Digital. Fuente: moleskine

A veces cuando un ave de malagüero canta, las cosas resultan totalmente a la inversa. Un anónimo me advirtió que iba a tener que llorar cuando a mi novela la hundiesen en "Babelia". Y ese mismo fin de semana, salió en el suplemento una reseña muy positiva ni más ni menos que de J. Ernesto Ayala Dip, un hombre culto y gran conocedor de la litertura latinoamericana y española. Apareció el 24 de enero del 2009, en la página 13 del suplemento, además, como para terminar de creer en supersticiones y las "maldiciones" anónimas:

Con Un lugar llamado Oreja de perro el escritor Iván Thays (Lima, 1968) demuestra lo difícil que resulta soldar en una misma novela peripecia colectiva y peripecia individual, accidente histórico y reflexión existencial, indignación civil y dolor intransferible. Operación compleja en la que muchas veces la pulsión subjetiva contamina el dibujo del contexto hasta convertirlo en un simple e inoperante fondo sin vida y sin sentido. El finalista del Herralde de Novela tenía ante sí dos desafíos: la construcción de una voz narradora que estuviese a la altura de la materia individual que tiene que trasladarnos y el diseño de un escenario político social lleno no sólo de las certezas que nos conmueven sino también de las incógnitas que nos podrían inquietar. Estamos en el presente del Perú, entre el final del Gobierno de Toledo y el nuevo de Alan García. En un pueblo andino remoto, el terrorismo de Sendero Luminoso ha hecho estragos humanos en los años ochenta. Ese pueblo, Oreja de perro, celebra la llegada del presidente probablemente demagógica cuando se necesitan los votos. Hasta ahí es enviado el narrador de esta novela para cubrir la información del evento para la revista para la que trabaja. Antes había sido un famoso presentador de televisión. Pero sucede que el periodista arrastra una tragedia personal. Ha perdido a su hijo Paulo, de cuatro años, y su mujer, Mónica, acaba de abandonarlo. Mientras cubre la información conoce a otras personas, entre mujeres y hombres, todos ellos seres que le exigen compromisos, entre personales y políticos, y ante los cuales el narrador sólo puede silenciosamente ofrecer su particular vía crucis. La pérdida del hijo (que Thays ya había tratado en La disciplina de la vanidad, 2000, con el mismo nombre pero entonces de 13 años) es un asunto triste que el autor peruano registra con una envidiable delicadeza. La huida hacia la sensualidad más inmediatista del protagonista; el duelo, no solo de lo que perdió sino también de lo que está a punto de perder; la violencia sorda que lo rodea, son controlados y plasmados con una eficacia artística rayando la perfección.

Entonces, para un comentarista chileno mi lenguaje es deficiente mientras que para Ayala-Dip este tiene una "eficacia artística rayana en la perfección". Opiniones divididas, que le dicen. Por ejemplo, en el suplemento El Obrero Digital apareció el fin de semana pasado una reseña que es lo que, supongo, todo finalista de un premio (y más uno como el Herralde) quiere leer. Se titula "Segundo primer premio":

El escritor limeño, venerado por prestigiosos compatriotas y literatos como Mario Vargas Llosa y Alonso Cueto, ha construido una novela monumental que ha sido merecedora finalista del Herralde de novela. Solo la rotundidad literaria del mexicano Daniel Sada se impuso a esta excelente obra que lleva camino a convertirse en imprescindible para toda biblioteca (personal y pública) que se precie, y es que en esta ocasión muy bien podían haber concedido un primer premio compartido. La novela de Thays narra las viscisitudes de un reportero que recibe el encargo de trasladarse junto con su fotógrafo Scamarone a las irrespirables alturas de un poblado deprimido del Perú para cubrir allí la información de una visita al presidente Toledo (ya en horas bajas) en el marco de su "programa social" y de una Comisión de la Verdad sobre la vulnerabilidad sistemática de los Derechos Humanos que tuvo lugar desde los años ochenta.


Por otra parte, el domingo pasado (22 de marzo de 2009) apareció una extensa reseña, también muy positiva, en el suplemento argentino "Radar Libros" de Página12, firmada por Fernando Bogado:

La novela es una forma de la memoria. Y no solamente estamos hablando de la memoria individual, que guarda siempre la (im)pertinencia del recuerdo, aquello que invade nuestra conciencia, muchas veces, más allá del control de la voluntad (Proust). Concentrémonos, entonces, en esa memoria grupal, interpersonal, histórica: la novela juega muchas veces a disfrazarse de documento y presentarse como un testimonio duradero de acontecimientos históricos particulares. Varios han sido los novelistas que de una manera u otra trataron de conjugar ambos tipos en un solo texto: Iván Thays consigue en Un lugar llamado Oreja de Perro (finalista del último Premio Herralde de Novela), una obra en donde lo público y lo privado, la historia individual y la nacional parecen conservar una extraña relación de continuidad. (..) Thays, reconocido periodista y crítico literario, autor de textos como La disciplina de la vanidad (2000), logra aquí un texto tajante que retrata los sinsabores de todo aquel que se enfrente con ese molesto “espía” que es la memoria. Entre el olvido y el recuerdo, los hechos que mantuvieron sojuzgados a los peruanos en las últimas dos décadas funcionan como fantasmas que recorren el duro paisaje de cerros de Oreja de Perro. Serán ellos los que tomen cuerpo definitivo cuando Jazmín, una chica embarazada oriunda de la zona, cuente la verdad sobre su niñez afectada por las duras contraofensivas que militares peruanos desplegaron bajo las órdenes del gobierno. El autor, recurriendo a un tipo de frase breve absolutamente concentrada en la contingencia de los hechos, logra transformar cada oración en un único haz de luz que atraviesa la penumbra de un pueblo sumido en un dolor impronunciable. Sólo tres cosas pueden emerger de esa oscuridad andina, densa, infinita; tres variantes de lo mismo: perros, policías, militares. El resto está oculto, literalmente desaparecido, enterrado bajo los pies de los personajes: huesos que sólo esos mismos perros desentierran atraídos por el hambre. El barroco “desértico” al cual recurría Sada para hablar del México de mediados del siglo XX en Casi nunca (ganadora del Herralde) se opone aquí a la brevedad testimonial de la escritura de Thays: ambos son fuertes ejemplos de los dos modelos de búsqueda estilística que la narrativa latinoamericana de estos tiempos lleva adelante. Entre la necesidad de dejar atrás el pasado del protagonista (intención que se inclina por cierto sentimentalismo al final de la obra) y el gesto urgente de una Nación por recuperar una parte de su historia, el presente trabajo logra mantener un complicado equilibrio entre estos extremos a fuerza de sobriedad. Pero claro, como toda forma, la novela difícilmente pueda encerrar en sus límites lo excesivo, sobre todo si aquello a capturar es la memoria dolorosa de un hombre, de un pueblo atormentado.


Me gusta mucho eso de que entre la novela de Sada y la mía hay "dos modelos de búsqueda estilística de la narrativa latinaomericana en estos tiempos". También lo creo y lo vi así cuando me encontré con Daniel Sada en el hotel, el día de la premiación. En fin, como no todo puede ser color de rosa, porque si no es mentira, en el diario El Peruano el día martes 24 de febrero de 2004 el crítico José Vadillo escribió una reseña muy gentil conmigo, pero rechazando la novela por considerar que no conozco el mundo que intento representar. La reseña se titula: "¿Y dónde está Oreja de perro?"

Cuando una novela le advierte en su primera página que datos, personajes y circustancias son ficticios, mata la sorpresa. El lector sabe bien en qué se mete cuando compra una obra literaria. A menos que sea una novela de no ficción, claro. He seguido la obra de Iván Thays desde su primer trabajo, Las fotografías de Frances Farmer, y a mi modesto entender Un lugar llamado Oreja de perro, con la cual nuestro escritor fue finalista del Premio Herralde de Novela 2008, no está entre lo mejor de su narrativa. En Un lugar.. abundan los clichés, personajes deducibles. En cambio, tengo buenos recuerdos de El viaje interior y La disciplina de la vanidad, sus anteriores obras, donde los personajes eran más sinceros y cercanos al universo del autor. Argumento central: un periodista al cual se le muere e hijo trata de escribir una carta a su mujer mientras está en comisión en la zona conocida como Oreja de Perro, cubriendo un evento presidencial. A Thays le ha sucedido lo mismo que a Roncagliolo o Cueto: Su problema al describir Ayacucho y Oreja de Perro, zonas que no conocen o no han investigado lo suficiente, es que más parece una imagen de postal intercambiable con cualquier lugar. Los personajes: un narrador personaje que es un periodista atormentado con sus problemas personales. El fotógrafo, Scamarone, como antípoda: hablantín, exagerado, conchudo. Mónica, la esposa, un personaje difuso.Las escenas más intensas de la novela son las que se refieren a Paulo, el hijo que muere tempranamente. En cambio, la periodista ayacuchana, Jazmín, y la antropóloga de la Católica, Maru, son personajes que parecen estar ahí solo para relacionar la novela con los testimonios recogidos por la Comisión de la Verdad. El novelista Miguel Gutiérrez ha dicho que la época de la guerra interna que vivió el país seguirá inspirando a los escritores peruanos, pero no sabemos si hoy o mañana se escribirá la gran novela de esa etapa. Y de Thays siempre esperaremos buenas obras.

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Lectura en Voz Alta

2.24.2009

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Caravana de reseñas internacionales

2.18.2009
Adriana Lisboa se da un tiempo para pasear y sostener para la foto mi novela. ¡Gracias, Adriana y Daniel! Foto: Daniel Mordzinski.

Hace una semana, la editorial Impimenta me mandó su catálogo de novedades que se abría con la siguiente frase lapidaria (y más para mí, dado el tema de mi novela), de Truman Capote: "Acabar un libro es como sacar un niño fuera y pegarle un tiro". No se puede competir con una frase así de contundente. De inmediato descubrí que, como mi narrador, debía enterrar a ese hijo abaleado llamado Un lugar llamado Oreja de perro y seguir adelante con la próxima víctima. Por otra parte, y siempre bajo la influencia de lo que acabo de leer de Capote, útimamente siento tantos ladridos de perros alrededor mío que me he dado cuenta de que la caravana ya se echó a andar. Y debo apresurarme si quiero seguir a su ritmo, no puedo quedarme detenido en Oreja de perro. Por eso, me entusiasma cada vez menos poner reseñas de mi libro. Pero lo haré, en estricto orden de fechas, para cumplir con los lectores que aún tienen interés en leerlas. Pero intentaré no hacer ningún comentario más, más allá de los elogios o de las críticas. Me limitaré, como me enseñó a hacerlo del indigente blog "Luz de Limbo", a subrayar las partes importantes -buenas o malas- para que se enteren de que los estoy manipulando. Antes de pasar a las reseñas, agradezco infinitamente a la guapísima escritora brasileña Adriana Lisboa (compañera de B39) y a mi hermano Daniel Mordzinski por el regalo de esa foto hermosísima que ilustra mi blog. Una imagen vale más que mil palabras de amistad.

Esta reseña es del 18 de diciembre del 2008, apareció en El Heraldo de Aragón, diario de Zaragoza, y está firmada por Julio José Ordovás:
Un lugar llamado Oreja de perro (finalista del Premio Herralde de Novela, Angrama, 2008, 212 pp) es mucho más fácil de digerir [que Casi nunca de Daniel Sada], lo que no quiere decir que sea menos sustanciosa. Iván Thays ha escrito una novela del siglo XXI, mientras que la novela de Sada es un producto muy siglo XX, cargado de humor pero inflado de retórica. La novela de Iván Thays está escrita con tiralíneas y, aunque promete mucho más de lo que al final ofrece, sus personajes están realmente vivos y cuando se muerden, se acarician y follan, muerden, acarician y follan de verdad. No son marionetas que se ensartan al ritmo impuesto por el piano del estilo.Quizá Un lugar llamado Oreja de perro no funcione como novela social, pero tampoco creo que fuera ese el principal propósito de Iván Thays. La podredumbre andina y la corrupción de Perú de Fujimori y Toledo forman parte de la escenografía, remota y violenta para una historia de amor que acaba con una carta de despedida y una carta en blanco. Scamarone, el fotógrafo que acompaña al “mareado” (por el soroche y por las hostias que le ha dado la vida”) periodista encargado de cubrir una visita política de Toledo que no llegará a efectuarse, es un personaje memorable, que recuerda en su cinismo al Louis Renault de Casablanca. Y no es el único personaje memorable. Casi nunca es una novela perfecta. Un lugar llamado Oreja de perro no. Pero al que procuraré no perder de vista es a Iván Thays.

La siguiente reseña, la más positiva y extensa de todas, es de la sección cultural de Diario de Terrasa. Está firmada por el reconocido J.A. Aguado y se publicó el 31 de diciembre del 2008, mientras yo estaba rumbeando en Colombia:

Hoy apareció otra vez la noticia del hombre que perdió la memoria luego de matar en un accidente a su esposa y su hijo” Así comienza la novela más interesante de las publicadas últimamente por la casa de Jorge Herralde. Se trata de una novela al servicio del periodismo de investigación, finalista del prestigioso Premio Heralde 2008, titulada “Un lugar llamado Oreja de perro” (Anarama), una aventura narrativa que supuso una “expiación personal” para el autor y en la que cruza reflexiones del protagonista, un periodista destinado a una destruida ciudad andina, con los acontecimientos en Perú a raíz del gobierno de Fujimori. Más allá de Vargas Llosa y Bryce Echenique hay vida en Perú y se llama Iván Thays (Lima 1968) (...) La prosa de esta novela es directa. De alguien que sabe su oficio y no se pierde por sendas equivocadas, sino que nos hace pensar en fotografías, recortes de periódicos, cartas, vídeos de documentales televisivos, testimonios. (...) El mundo entrañable de los recuerdos y los laberintos de la memoria sostienen este magnífico ejemplo de arquitectura verbal. El narrador se nos muestra como un periodista en caída libre que acepta el encargo del periódico para olvidar la muerte de dos seres queridos en su vida. Acepta visitar los Andes peruanos, un lugar llamado Oreja de perro, golpeado por el terrorismo en los años ochenta y donde los militares han sido causantes de violaciones a los derechos humano. El escritor convierte el lugar en una zona de reconciliación nacional, en una metáfora de la violencia de la pérdida, de la descomposición social y personal: “Llegué a la conclusión de que lo peor que podría pasarnos es acostumbrarnos a la muerte, a la impunidad, al horror, al Mal” (...) Como los perros con hambre desentierran cadáveres para saciar su necesidad de alimentarse, así el lector desentierra la tristeza que recorre las doscientas y pico páginas de esta novela que conmueve doblemente. Por un lado, el drama humano de un colectivo y otro el ejemplo particular de un periodista, un oficio que exige a quienes lo practican comportarse como un observador imparcial de la realidad, aunque todos sabemos que la objetividad pura no existe, sí una cierta actitud no participante en lo que se cuenta. Uno puede vivir para olvidar su pasado como ser individual y como miembro de una colectividad quieres recordar para no olvidar. En semejantes paradojas de la existencia se mueve esta gran novela.


En los blogs de "El Mercurio", en Chile, apareció una reseña firmada por Rodrigo Pinto el 24 de enero de 2009. Me gusta especialmente que haya empezado con buen tino refiriéndose a un cuento mío, "Primer Encuentro con Tomás", que, en efecto, es el germen de esta novela. pPinto considera que el lenguaje lacónico de mi novela es una decisión errada:
Iván Thays (Lima, 1966) figura en las tres antologías importantes de cuentos latinoamericanos publicadas entre 1997 y 2008. Ello muestra la temprana repercusión continental de su obra, que, sin embargo, es de muy difícil acceso fuera del Perú. De manera que la aparición de su tercera novela en una editorial española permite, por fin, apreciar algo más que las muestras incluidas en las mencionadas antologías; y, sin embargo, hay que partir por una de ellas. El cuento “Primer encuentro con Tomás” pone en escena a dos escritores en Venecia: el narrador, fracasado y asediado por los fantasmas de la derrota, la ruina de su familia al otro lado del océano y, sobre todo, la prematura muerte de su hijo Paulo, y Tomás, el exitoso, el hombre de mundo, que juzga con dureza la obra del narrador: “Tampoco Lima la entendiste. Mira, Sendero estaba ahí, la sangre, la tragedia... y tú escribiendo sobre ti mismo, el infinito regodeo del yo”. La cita viene a cuento porque es tentador aplicar ese juicio, sin más, a la novela de Thays. Sendero está ahí: el libro está escrito sobre el gran fondo de la tragedia que vivió el Perú en los ochenta y los noventa, cuando senderistas y militares se turnaban para masacrar a las mismas poblaciones atrapadas en una guerra que no entendían. De hecho, cuando mejor funciona la novela, cuando parece por fin levantar vuelo, es en el momento en que el narrador deja que una de las protagonistas, Jazmín, cuente la historia de la desaparición de su madre. Pero el libro tiene otro derrotero: la estadía del protagonista y del resto de los personajes en Oreja de Perro, un caserío perdido en la sierra que fue teatro de la violencia y la represión, es, a su vez, el fondo en que se inscribe la tragedia personal del narrador, que ha perdido a un hijo −llamado Paulo− y se ha separado de su mujer. Es decir, lo que un crítico mordaz podría llamar “el infinito regodeo del yo”, porque no hay un intento serio de vincular ambos dolores, de poner en línea ambas tragedias, de lograr que la pérdida individual (y tan terrible como la muerte de un niño) abra la caja de resonancia de la tragedia colectiva, de las muertes arbitrarias, del ensañamiento de la tortura. El tono monocorde del relato abusa ya no del punto seguido, sino del punto aparte, y parece apostar a que el registro de nimiedades se constituya en la crónica de una pasada por los infiernos. Pero lograr ese efecto es muy difícil con párrafos como “escucho una voz que anuncia las condiciones del tiempo en Lima, que nos advierte que no debemos levantarnos de nuestros asientos cuando hayamos tocado tierra y que esperemos a estar detenidos antes de abrir los compartimientos sobre nuestras cabezas”. Aparte: “Empieza el descenso hacia Lima”. Hay que suponer que la pobreza del estilo y del lenguaje son deliberadas, puesto que Thays al menos tiene oficio como escritor y se tomó ocho años para escribir la novela, y hay que concluir que fueron decisiones erradas.

Una nueva reseña apareció el 31 de enero de 2009, en el diario "La Voz de Galicia" y está firmada por Toni Silva. Lleva como simpático título "David Lynch en el Perú".
Iván Thays (Lima, 1968) es un osado. Ha vivido una sequía de novela –que no literaria- de ocho años desde que publicara La disciplina de la vanidad. Después de esa etapa de cambios vitales (matrimonio, paternidad, divorcio) Thays regresa al mundo editorial con Un lugar llamado Oreja de perro donde dibuja de forma paralela dos historias completamente ajenas entre sí: la transición de Toledo a Alan García en el Gobierno de Perú, con el terrorismo de Sendero Luminoso de fondo, y el viaje interior de un periodista desplazado a un pueblo peruano para cubrir un acontecimiento político (...) No es el mayor valor de la novela, pero Thays no puede negar tintes autobiográficos en el personaje principal (experiencia televisiva, hijo muerto-alejado) “Yo estaba en ese momento en una etapa muy oscura de mi vida en los que veía muchas películas de David Lynch, entonces dije: “Voy a hacer que Oreja de perro sea una ciudad de David Lynch” señaló Thays. Y lo consigue. Por la dureza de los que allí viven, por la esperpéntica aparición del gobernante, por la rudeza y la inconexa relación de los personajes. El reportero parece vivir en una bruma de la que no quiere despertar “Como en una película de David Lynch, tú no llegas a saber si lo que está pasando es un sueño, una pesadilla exteriorizada o si es una realidad” Conocido por su blog Moleskine Literario, así como por su programa de entrevistas a escritores, Thays ha regresado con contundencia al estante de las novelas. Esta le ha valido el ser finalista del Premio Herralde, un certificado muy valioso para los escritores sudamericanos.

Finalmente, en la "Revista de Libros" editada en España, en este número de febrero del 2009, aparece una nueva reseña generosa de Martín Schifino sobre la novela. Ahí se me vincula con el "realismo minimalista" junto a autores de mi generación que admiro, como el de Rodrigo Rey Rosas y Alejandro Zambra.
En la literatura latinoamericana, tan celebrada por las expansiones del realismo mágico, hay una corriente menos caudalosa pero igualmente interesante que podría llamarse realismo minimalista. Realismo porque se aboca a situaciones concretas y contemporáneas; minimalista porque las observa de manera elusiva e indirecta, casi alegórica, recurriendo a estilos verbales de una descarnada lucidez. El gran innovador de esa tradición es Rodrigo Rey Rosa (Guatemala), pero recientemente escritores como Eusebio Rosero (Colombia), Daniel Sada (México) y Alejandro Zambra (Chile) han contado historias sencillas que nos llevan a intuir complejas realidades sociopolíticas. Aunque situada en las antípodas del alegato, esta literatura se distancia prudentemente de la autonomía fantástica. Libre de moralina, es una literatura moral. Lo mismo puede decirse de la de Iván Thays (Lima, 1968), cuentista, novelista, profesor universitario, presentador de televisión y flamante finalista del premio Herralde de novela. Un lugar llamado Oreja de perro transcurre en el Perú de nuestros días, donde se repiten las dinámicas más básicas del deseo y la desdicha. El narrador sin nombre, el ex corresponsal de guerra y ahora periodista televisivo, llega al pueblo andino para cubrir un “intento populista” del presidente de turno: establecer una Comisión de la Verdad. Oreja de Perro, donde hay fosas clandestinas, fue muy golpeado por el terrorismo de los años ochenta, y conmemorando la tragedia, el gobierno busca erigirlo en un símbolo de la reconciliación. La memoria, personal o social, es uno de los ejes temáticos del libro. Abundan las simetrías. Uno de los habitantes del pueblo no recuerda nada desde el accidente automovilístico en el que murieron su esposa e hijo [sic] .El narrador, mientras tanto, querría olvidar la muerte del suyo y el derrumbe de su matrimonio. Un tercer personaje, Jazmín, esconde una relación violenta con un militar, al tiempo que planea una venganza. Mediante tópicos conocidos pero finamente calibrados, Iván Thays arma un relato cuasipolicial en el que un observador de fuera presencia las taras de una sociedad, y en el proceso, se redime a sí mismo. La escritura es frugal pero fibrosa, los personajes reconocibles, la trama hondamente satisfactoria.


Actualización 20/02.- Hoy apareció una nota en la sección Cultura de "Las Últimas noticias" en Santiago de Chile, que no es nada positiva sino más bien en la onda de Javier Ágreda. La autora es Patricia Espinosa y el título de su nota lo explica todo: "Un pituco al borde de la repugnancia" [como no puedo copiar ni imprimir la nota, deberé transcribirla de la pantalla. Eso lo haré mañana]

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