MOLESKINE ® LITERARIO

Notas al vuelo en cuaderno Moleskine® .

La violencia política narrada

Detenidos en 1983. Foto: Jorge Ochoa/ Efe. Fuente: Clarín

Hace unos meses, cuando Gustavo Faverón comentó en la lamentablemente fenecida librería Ksa Tomada mi novela Un lugar llamado Oreja de perro, sentenció o pronosticó que a pesar de mis intenciones y declaraciones, el libro sería tomado como "una novela sobre la violencia política peruana". Y por supuesto que ha sido así. Esa es la perspectiva que han tomado la mayoría de reseñas. Un reciente ejemplo de eso sucedió en el diario Clarín, en el Revista Ñ, este fin de semana. Hernán Vanoli escribió un artículo titulado "La guerra y las palabras" y me cita junto a otros escritores (dos de ellos peruanos, Santiago Roncagliolo y Daniel Alarcón) como parte de los escritores latinoamericanos de última hornada que escriben sobre la violencia política en sus países. Copio el pasaje donde habla de mi novela y también aquel donde la compara -un honor excesivo para mí, pues es uno de mis escritores favoritos desde hace décadas- con la reciente novela de Rodrigo Rey Rosas El material humano (Anagrama). Dice la nota:

Si el "giro autobiográfico" y las mal llamadas escrituras del yo son algunas de las tendencias más visibles en la narrativa contemporánea, no es raro que encontremos una primera estrategia donde el cruce entre biografía personal y la lucha armada sea el eje narrativo privilegiado. Se trata, en la mayoría de los casos, de textos donde los escritores se posicionan como investigadores, y donde las fronteras de la profesión literaria con el periodismo, lo detectivesco y la historia oficial contada por los organismos de la memoria genera una cierta incomodidad que alimentan los relatos. No es casual que este tipo de enfoques siempre parezcan dirigidos a un lector extranjero de firmes convicciones progresistas, horrorizado con (y fascinado por) el salvajismo latinoamericano. Fernando Vallejo es consciente de ese gesto y por eso puede parodiarlo, y Horacio Castellanos Moya, en Insensatez, ejerce una leve burla sobre el escritor-detective. Sin embargo, también hay casos donde la figura se trabaja con facetas interesantes. En Un lugar llamado Oreja de Perro, el peruano Iván Thays construye un relato del viaje de un escritor devenido periodista que debe cubrir la visita del presidente a un pequeño poblado andino donde se realizará la apertura mediática de un programa de asistencia social. Sobria y contundente, cae en baches cuando el narrador cuenta su propia vida, pero tiene la virtud de trabajar sutilmente la distancia entre la representación televisiva, el discurso de la "Comisión de la Verdad" y ciertas consecuencias del terrorismo de Estado en el tejido social. Los ecos de la violencia, y sus rastros, van a percibirse a través del relato que el protagonista hace de la galería de personajes que va encontrando en su excursión, donde no faltan un asesinato ni una lúcida descripción de diferentes posiciones con respecto al terrorismo de Estado de parte de la sociedad civil. El personaje-escritor de Thays es un detective involuntario, que viaja por una cobertura periodística y termina descubriendo una trama secreta de la violencia en la que se incluye la permanencia del aparato represivo ilegal y los cuestionamientos hacia sus propios prejuicios de clase. Algo similar ocurre en El material humano, del guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, aunque el narrador no deviene detective sino que arranca como tal, revisando los archivos policiales sobre la represión en su país. En un juego de espejos entre diario personal, material de archivo y conversaciones con funcionarios que participan de las investigaciones estatales sobre la verdad histórica, el mayor hallazgo del texto consiste en que, sirviéndose de la permanente ambivalencia entre realidad y ficción, Rey Rosa también consigue narrar las contradicciones, intrigas y luchas generadas por el hecho de que la materialidad del archivo, sea propiedad de aquellos mismos que son investigados. Aquí, la historia personal y el secuestro de la madre del narrador entran en un diálogo productivo sobre el papel del Estado ante las políticas de la memoria. Y, con una transparencia comparable a la de Thays, aunque quizás con menos autocrítica, Rey Rosa señala las aporías, incomodidades e hipocresías en las que muchos escritores latinoamericanos caen al pensar su rol con respecto a la política.

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