MOLESKINE ® LITERARIO

Notas al vuelo en cuaderno Moleskine® .

El material humano

12.28.2009
El material humano que inspiró a Rodrigo Rey Rosa. Fuente: almamagazine

Rodrigo Rey Rosa. Fuente: Perfil

Al fin una buena noticia en este terrible fin de año. Me ha alegrado mucho saber que uno de los escritores que más admiro en castellano, Rodrigo Rey Rosa, y su novela El material humano (Anagrama) -que aún no he leído por un problema logístico, digamos- ha sido elegida por el diario español Público como el Mejor Libro de Ficción del 2009. Rey Rosas, admirado por Paul Bowles, ninguneado en su país (donde lo consideran "poco guatemalteco"), huraño y solitario, consiguió con el material apilado en la Procuraduría de los Derechos Humanos hacer una novela conmovedora que se escribió sola en libretas moleskine de Modo & Modo. En una entrevista en Perfil, Rodrigo Rey Rosa cuenta cómo surgió el libro:
Mientras la Procuraduría de los Derechos Humanos ordenaba el material, Rey Rosa consiguió autorización para investigar la infinidad de carpetas, libretas y fotografías que componían el archivo. Este es el punto de partida de su última novela, El material humano (Anagrama); así como pasaba en Caballeriza (2006), aquí el protagonista es un escritor guatemalteco llamado Rodrigo Rey Rosa, pero esta vez la novela está armada a partir de la bitácora y las anotaciones de éste, en un principio, en sus visitas al archivo. En diálogo con PERFIL, Rey Rosa reconoce que El material humano surgió “inesperadamente, como suelen surgir en mi caso las novelas”.
“Al principio, yo había pensado en hacer una crónica extensa con ese material”, dice el escritor, “pero en el momento en que, tres meses después de haberme autorizado para visitar el archivo, me prohibieron volver allí, comencé a verme ‘desde fuera’, y decidí tratarme como a un personaje de ficción; o sea, colocarme en el contexto de una trama”. Si hasta entonces el relato estaba compuesto por la trascripción de los documentos, formando una enumeración de víctimas y justificaciones para su captura o su asesinato, revelando una lógica imposible e implacable, una vez que aparece la prohibición, éste se convierte en una suerte de diario del autor. Así, se entrelazan con la investigación detenida y la seguidilla de trámites burocráticos para levantarla, sus problemas domésticos, su vida sentimental y la condición de “escritor latinoamericano”, en definitiva, su biografía. Respecto a la condición de híbrido entre realidad y ficción, Rey Rosa prefiere dejar la distinción a criterio del lector y acota: “Creo que El material humano puede ser leído como ficción porque tiene una trama con su exposición, nudo y desenlace, y esto no ocurre en la llamada vida real. Es una fabricación literaria”. Pero los anotadores de El material humano son también diarios de lecturas; ya en Cárcel de árboles el texto mostraba, a modo de epígrafes y tópicos, la permeabilidad de las lecturas del autor en su escritura; en aquel relato, eran Plan de escape de Adolfo Bioy Casares y las obras de Wittgenstein y de Borges quienes atravesaban el texto. En este caso, además de Voltaire (“No a todo el mundo le está permitido cometer las mismas faltas”), W.H. Auden y Adam Zagajewski, para nombrar algunos, el texto es marcado a fuego, tanto en su contenido como en su forma, por la lectura de un libro que, quizá por ser demasiado reciente y extenso, todavía carece de una lectura crítica exhaustiva: el Borges de Bioy Casares (2006).

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Turistas literarios

11.30.2009
Carátula del libro. Fuente: moleskine

Con la sangre despierta es el título de una Antología de viajeros realizada por Sexto Piso en la que se cuenta la primera llegada, el primer contacto, de una serie de escritores latinoamericanos con países de distintos continentes. Son once viajeros y once ciudades. Hay textos de Ricardo Sumalavia (Seúl), Rodrigo Rey Rosa (Tánger), Santiago Roncagliolo (Madrid), Rodrigio Fresán (Caracas), Rafael Gumucio (Nueva York) o Francisco Goldman (México), entre otros. Habrá que buscar en el stand del Fondo de Cultura Económica de la feria Ricardo Palma para no perdernos este libro que promete mucho. La contratapa dice:

A golpe de tecla hoy se puede estar en cualquier parte; hacer una visita virtual a los tesoros del Louvre o dar un paseo por las tiendas de moda de la Quinta Avenida; trasladarse de un sitio a otro a gran velocidad en un solo fin de semana. La tecnología y los servicios de televisión por cable han desvanecido el aura romántica y misteriosa del encuentro, del primer encuentro. «Haberlo visto todo», «haber estado en todas partes», es una experiencia común y generalizada, de la que este libro no habla; Con la sangre despierta trata sobre la experiencia de «haberlo vivido», de haber estado allí, de haber sufrido y gozado al mismo tiempo el primer encuentro con una ciudad ajena, de haber absorbido de ella todo lo que puede ofrecer, todo lo que puede esconder, lo que nos hace quererla, admirarla, pero también, a veces, padecerla. Como escribe Juan Manuel Villalobos en el prólogo, la ciudad que uno descubre a su llegada es uno, porque el verdadero encuentro de cada uno de los once escritores que narran su primer arribo a ese lugar desconocido, es, por sobre todas las cosas, con ellos mismos, con lo que fueron alguna vez, con lo que dejaron de ser, para fundirse y fundarse, como una ciudad, de nuevo. El resultado son estas once crónicas, tan diversas como los autores y ciudades que las componen, en las que el lector encontrará una mirada fundacional a cada una de las urbes que acogieron a los escritores durante periodos variados. Algunos de ellos se toparon con barreras lingüísticas infranqueables, culturas hostiles e indiferentes, revoluciones en ciernes, crisis económicas e intentos de asalto, que hoy narran con la cálida nostalgia de la distancia. En todos los casos, asistimos al registro de una experiencia fresca, que exigía permanecer en todo momento alerta o, en otras palabras, «con la sangre despierta».

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La violencia política narrada

11.04.2009
Detenidos en 1983. Foto: Jorge Ochoa/ Efe. Fuente: Clarín

Hace unos meses, cuando Gustavo Faverón comentó en la lamentablemente fenecida librería Ksa Tomada mi novela Un lugar llamado Oreja de perro, sentenció o pronosticó que a pesar de mis intenciones y declaraciones, el libro sería tomado como "una novela sobre la violencia política peruana". Y por supuesto que ha sido así. Esa es la perspectiva que han tomado la mayoría de reseñas. Un reciente ejemplo de eso sucedió en el diario Clarín, en el Revista Ñ, este fin de semana. Hernán Vanoli escribió un artículo titulado "La guerra y las palabras" y me cita junto a otros escritores (dos de ellos peruanos, Santiago Roncagliolo y Daniel Alarcón) como parte de los escritores latinoamericanos de última hornada que escriben sobre la violencia política en sus países. Copio el pasaje donde habla de mi novela y también aquel donde la compara -un honor excesivo para mí, pues es uno de mis escritores favoritos desde hace décadas- con la reciente novela de Rodrigo Rey Rosas El material humano (Anagrama). Dice la nota:

Si el "giro autobiográfico" y las mal llamadas escrituras del yo son algunas de las tendencias más visibles en la narrativa contemporánea, no es raro que encontremos una primera estrategia donde el cruce entre biografía personal y la lucha armada sea el eje narrativo privilegiado. Se trata, en la mayoría de los casos, de textos donde los escritores se posicionan como investigadores, y donde las fronteras de la profesión literaria con el periodismo, lo detectivesco y la historia oficial contada por los organismos de la memoria genera una cierta incomodidad que alimentan los relatos. No es casual que este tipo de enfoques siempre parezcan dirigidos a un lector extranjero de firmes convicciones progresistas, horrorizado con (y fascinado por) el salvajismo latinoamericano. Fernando Vallejo es consciente de ese gesto y por eso puede parodiarlo, y Horacio Castellanos Moya, en Insensatez, ejerce una leve burla sobre el escritor-detective. Sin embargo, también hay casos donde la figura se trabaja con facetas interesantes. En Un lugar llamado Oreja de Perro, el peruano Iván Thays construye un relato del viaje de un escritor devenido periodista que debe cubrir la visita del presidente a un pequeño poblado andino donde se realizará la apertura mediática de un programa de asistencia social. Sobria y contundente, cae en baches cuando el narrador cuenta su propia vida, pero tiene la virtud de trabajar sutilmente la distancia entre la representación televisiva, el discurso de la "Comisión de la Verdad" y ciertas consecuencias del terrorismo de Estado en el tejido social. Los ecos de la violencia, y sus rastros, van a percibirse a través del relato que el protagonista hace de la galería de personajes que va encontrando en su excursión, donde no faltan un asesinato ni una lúcida descripción de diferentes posiciones con respecto al terrorismo de Estado de parte de la sociedad civil. El personaje-escritor de Thays es un detective involuntario, que viaja por una cobertura periodística y termina descubriendo una trama secreta de la violencia en la que se incluye la permanencia del aparato represivo ilegal y los cuestionamientos hacia sus propios prejuicios de clase. Algo similar ocurre en El material humano, del guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, aunque el narrador no deviene detective sino que arranca como tal, revisando los archivos policiales sobre la represión en su país. En un juego de espejos entre diario personal, material de archivo y conversaciones con funcionarios que participan de las investigaciones estatales sobre la verdad histórica, el mayor hallazgo del texto consiste en que, sirviéndose de la permanente ambivalencia entre realidad y ficción, Rey Rosa también consigue narrar las contradicciones, intrigas y luchas generadas por el hecho de que la materialidad del archivo, sea propiedad de aquellos mismos que son investigados. Aquí, la historia personal y el secuestro de la madre del narrador entran en un diálogo productivo sobre el papel del Estado ante las políticas de la memoria. Y, con una transparencia comparable a la de Thays, aunque quizás con menos autocrítica, Rey Rosa señala las aporías, incomodidades e hipocresías en las que muchos escritores latinoamericanos caen al pensar su rol con respecto a la política.

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Jorge Herralde en México

9.08.2009
Jorge Herralde premiado en Madrid. Fuente: nalocos

El editor de Anagrama, Jorge Herralde, se encuentra en México para participar del Congreso Internacional del Mundo del Libro organizado por el FCE por sus 75 años. Y en una entrevista dada al diario "El Universal" contesta a la pregunta que se hacen todos (a favor o en contra, hay que decirlo): ¿Por qué publica a tantos latinoamericanos? La respuesta incluye algunas menciones a nombres de autores de esta región editados por Anagrama, entre los que se me incluye, lo que agradezco mucho:
Me siento muy próximo a Sergio Pitol, a Carlos Monsiváis, Juan Villoro que es mi más viejo amigo de los juniors o de los semijuniors. Me siento muy cercano también por los muchos viajes y por la lectura, y luego por esta posibilidad de hacer ediciones simultáneas en España y otra en el país de origen del autor. En América Latina han surgido distintas literaturas; es un territorio en el que surgen figuras muy interesantes como Alejandro Zambra en Chile, Alan Pauls, Martín Kohan y Martín Caparrós en Argentina, Alberto Barrera Tyszka en Venezuela, Iván Thays en Perú y en México, aparte de Villoro; entre los semijuniors están Mario Bellatín y Guillermo Fadanelli y más jóvenes Guadalupe Nettel y Álvaro Enrigue. Son autores que, a excepción de Juan Villoro, a veces no figuran en el canon más obvio y sin embargo son muy interesantes. Cada país tiene su propia literatura y sus diversas ramas; a mí no me tientan para nada las taxonomías, eso se lo dejo a los críticos y a los historiadores; reacciono como un lector y reacciono ante lo que me gusta. Nosotros respetamos los cánones, pero no tenemos por qué compartirlos. Publicamos a los autores que nos gustan y en el caso de Anagrama no son infrecuentes los autores que han pasado de ser muy periféricos -casi vocacionalmente- a centrales; el caso más emblemático es Roberto Bolaño.

Además, también contesta a otra pregunta que salta de inmediato al ver en su catálogo nombres de autores -no necesariamente latinoamericanos- o libros que ningún otro editor se atrevería a publicar. ¿Es un aventurero o un suicida?

Soy un aventurero editorial, eso es innegable; suicida no creo, o puede ser un suicidio controlado en algunas épocas, en los 70; en lo que sigo persistiendo es en buscar muy buenos autores, aunque minoritarios con la esperanza de que dejen de serlo. Eso sucede en ocasiones, como es nuestro fichaje, este año, de Rodrigo Rey Rosa y de un escritor excepcional como Daniel Sada, que están en el polo opuesto: por un lado el laconismo de Rey Rosa y por otro la exuberancia de Sada. Lo grato es que han tenido muy buena acogida crítica en España y en América Latina. También estoy muy orgulloso de Patrick Modiano, el mejor autor francés y revelación para muchos de la literatura francesa a sus 60 años y con varios libros publicados.

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La pluralidad literaria latinoamericana

7.03.2009
Fuente: letras libres

"¿Hacia dónde se dirige la literatura latinoamericana?" fue la pregunta recurrente del encuentro Bogotá39. Y la respuesta era siempre un montón de dedos (aunque no precisamente 39, algunos preferían no contestar simplemente, lo que también es muy indicativo) que señalaban hacia lados contrarios. El sello literario por excelencia de la literatura latinoamericana actual es la dispersión. Eso es un hecho. Así lo constata justamente Gustavo Guerrero en un artículo en Letras Libres titulado "Crítica del Panorama" en el que se lee: "(...) en estos comienzos del siglo XXI resulta francamente muy difícil establecer algún vínculo entre los singularísimos libros del peruano Mario Bellatin, por ejemplo, y las propuestas narrativas igualmente singulares del guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, el argentino Rodrigo Fresán o el mexicano Álvaro Enrigue. A lo sumo, se podría dibujar con ellos un circunscrito mapa de preferencias o afinidades electivas, pero no una visión de conjunto ni menos aún una poética". Guerrero no rehuye a la posibilidad de hablar del estado actual de la literatura latinoamericana, a pesar de que aquello es una construcción y no un estado fijo e inmóvil. Sus conclusiones, por supuesto, son estimulantes. La palabra pluralidad es la fundamental. Dice:

(...) creo percibir que, más allá de su aparente diversidad, la discusión gira, en el fondo, en torno a un problema esencialmente semántico: la interpretación del sentido del término latinoamericano cuando se le utiliza para calificar a la literatura de la última generación de novelistas y escritores del área. Digamos, para ser breves, que muchos de los más jóvenes sienten que su trabajo ya no tiene nada que ver con ese adjetivo, pues con él se sigue haciendo alusión, consciente o inconscientemente, a los dos grandes relatos modernos sobre cuyas bases se reelabora un concepto global de la literatura latinoamericana en tiempos del boom, allá por los años sesenta del siglo pasado. Me refiero, por un lado, al metarrelato revolucionario que encarna en aquel momento la Cuba de Castro, la narrativa marxista que hace de la literatura latinoamericana la vanguardia estética del combate político por la emancipación continental. Y me refiero, por otro lado, al metarrelato de lo real maravilloso o el realismo mágico, la narrativa cultural que ve en esta variante del género fantástico el punto final del largo viaje de la literatura latinoamericana en busca de una identidad colectiva. Ambos relatos, que tuvieron antaño el poder de reunir una multiplicidad de autores y de obras bajo un solo principio, hoy han perdido buena parte de su prestigio, de su fuerza descriptiva y su capacidad aglutinadora. En este sentido, uno no puede sino darle a razón a Fornet cuando reconoce que, entre las hornadas más recientes, “la Revolución cubana, aunque permanece como dato cronológico, se va diluyendo como punto de referencia político y cultural”. En lo que respecta al otro metarrelato, Jorge Volpi no puede ser más claro al señalar que la aparición en los noventa de grupos literarios como McOndo y el Crack parte del deseo de los novísimos de escapar a la obligación de practicar el realismo mágico y de ser así latinoamericanos. Álvaro Enrigue, que se asoma al debate, parece resumirlo todo en una frase al reseñar recientemente un libro de Alejandro Zambra: “Sí hay una literatura latinoamericana, lo que sucede es que ya no tiene los marcadores ideológicos que la hacían parecer clara y distinta" Pienso, como Enrigue y algunos más, que es bastante improbable que la denominación literatura latinoamericana vaya a desaparecer de veras en un futuro próximo, pero insisto en que todo el que quiera dibujar un panorama actual, tendría que tomar muy en cuenta este proceso de redefinición identitaria que se está desarrollando ante nuestros ojos y que no sólo marca el paso de una generación a otra, ni de una época a otra, sino que supone un cambio en el concepto mismo de identidad. Y es que, como buenos hijos de la postmodernidad, nuestros últimos escritores, muchos nacidos después del boom, son los primeros que viven su identidad latinoamericana no como una evidencia indiscutible e intangible, no como una esencia prácticamente sagrada, sino como un objeto histórico sujeto a cambios y variaciones, que puede construirse y reconstruirse, y que no excluye la libertad de elegir entre diversas versiones ni la posibilidad de reinventar versiones más personales o individuales. Dicho en otras palabras: hemos entrado en el tiempo de las identidades post-tradicionales, abiertas y reflexivas, en una dinámica en la que cada cual adapta de distintas formas los rasgos comunes al proceso de crearse un rostro propio y viceversa. Mi poncho es un kimono flamenco es el título de un libro del peruano Fernando Iwasaki, que aparece en 2005. Dentro de esta perspectiva, el gran reto, para cualquiera que pretenda pintarnos hoy un panorama literario, no está tanto en negar que puedan ser auténticamente latinoamericanas las novelas del colombiano Juan Gabriel Vásquez, del boliviano Edmundo Paz Soldán o del venezolano Juan Carlos Méndez Guédez. El gran reto está más bien en comprender cómo cada una de ellas es latinoamericana a su manera, es decir, como impugna, reelabora, tacha, modifica o desconoce el hipertexto identitario y, al hacerlo, desplaza o transforma la definición del campo entero (...) Yo no soy por principio ni optimista ni pesimista en lo que se refiere al porvenir de las letras de América Latina, pero sí creo, como ya lo he dicho en otra parte, que una de las claves del futuro reposa en la capacidad de las más recientes generaciones para renovar el horizonte de recepción local y global, y desvincularlo definitivamente de las solas referencias establecidas en la época del boom. Me parece ver en el debate identitario que acabamos de reseñar, un signo de que ese proceso está en marcha. No dejo de pensar asimismo en las extraordinarias posibilidades que ofrecería la creación de un espacio único del libro para todos los países de habla hispana, una reivindicación que viene tomando cuerpo entre editores, libreros y lectores en las dos orillas del español. En cualquier caso, lo seguro es que también será necesario que se renueven los hábitos de lectura y que algunos críticos, periodistas y universitarios acaben aceptando la desaparición definitiva del panorama, tal y como se le concebía hasta hace apenas unos años: a saber, como el ilusorio espejo de una totalidad. En lugar de aquellas visiones supuestamente totales –que, en el fondo, y como vectores de metarrelatos, siempre fueron parciales– habrá que acostumbrarse ahora a los paisajes segmentados que elaboran las comunidades de lectores en la red o a las arborescencias que resultan del modesto ejercicio de discernir fragmentariamente entre un puñado de obras y autores esos rasgos de un aire de familia que varían de individuo a individuo y que ninguno consigue agotar o resumir. Probablemente muchos vean en ello un proyecto crítico escasamente ambicioso, pero, en realidad, tal vez no lo sea tanto. Y es que al poner de relieve la coexistencia de estilos, temas, escrituras, formas y géneros distintos que no se neutralizan ni se excluyen, acaso se esté allanando el camino para la labor de los filósofos que hoy ven en la heterogeneidad de la creación contemporánea un modelo pluralista para pensar la universalidad sin totalidad de las sociedades que vendrán. ~

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La mira de Chris Andrews

12.07.2007
Pedro Mairal, entre otros, en la mira de Chris Andrews. Fuente: carneargentina

Gracias al blog "Puente aéreo" me entero de estas declaraciones de Chris Andrews, el primer traductor de Roberto Bolaño al inglés y traductor también de César Aira, en la que se refiere al buen momento de la literatura latinoamericana y cita algunos nombres de autores que está traduciendo, o de escritores a los que les sigue la pista.

Dice Andrews: "I can only give very subjective opinions about that. There are two recent novels that I think are wonderful, and I would like to see them come across the translation barrier. First Rodrigo Rey Rosa's La Orilla Africana (The African Shore), about a Colombian adrift in Marrakech. Rey Rosa is a Guatemalan writer, and some of his books have been published in English: the first books of stories were translated by Paul Bowles, and recently New Directions brought out The Good Cripple, translated by Esther Allen. He's a master of ellipsis, and has found a form--the short novel in short chapters--that maximizes his power to disturb and intrigue. The other novel is El Testigo (The Witness) by Juan Villoro, an excellent Mexican writer. It's a big, complex book about the state of the Mexican nation after the end of the PRI's long reign. I recently translated a chapter of it for the journal Common Knowledge.
And there are lots and lots of others . . . a book I just read that impressed me was Antonio José Ponte's La Fiesta Vigilada (Party Under Surveillance), which is a mixture of essay and autobiography, and meditates elegantly on surveillance, censorship and culture in Cuba.
Each country in Latin America has its literary culture and its interesting writers, but sometimes it seems there is a limit to the number that can come to be well known internationally, as if Mario Vargas Llosa had just about used up the quota for Peru, say.
It seems to me that interesting things are happening in Argentina: bitter polemics, but also lots of good writing, by novelists like Alan Pauls, Guillermo Martínez, Daniel Guebel and Pedro Mairal.

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Premio Nacional de Guatemala

9.01.2007
Mario Roberto Morales. Fuente: literaturaguatemalteca.org

Guatemala tiene estupendos escritores actualmente. Por mencionar a dos, Rodrigo Rey Rosas y Eduardo Halfon. Y si nos remontamos décadas atrás, el gran Augusto Monterroso. E incluso tiene un premio Nobel, Miguel Ángel Asturias. Por eso no es raro que se animen a hacer un Premio Nacional de Literatura que lleva el nombre de Asturias. El ganador ha sido Mario Roberto Morales un ex guerrillero, autor de la novela Señores bajo los árboles publicada en 1994. Fue fundador de un grupo guerrillero en la década del 70, que años después se convirtió en la desaparecida Organización Revolucionaria del Pueblo en Armas (ORPA), se ha destacado por hacer una literatura de crítica social.

Dice la nota: "Señores bajo los árboles (Guatemala Artemis, 1994), una novela "mitad ficción y mitad realidad" --reeditada con ocasión del premio--, es quizá la que más críticas ha recibido "tanto de la izquierda como de la derecha, que hasta la han censurado, para evitar que las nuevas generaciones conozcan lo que pasó en el país", dijo Morales. La obra relata decenas de matanzas colectivas en contra de la población indígena cometidas tanto por militares como por guerrilleros durante los años más sangrientos de la guerra interna que vivió este país entre 1960 y 1996, de la cual Morales fue protagonista. Tras separarse de la guerrilla, Morales publicó en 1980 varias obras en las que cuestiona la forma en que los líderes insurgentes dirigieron la guerra, de las cuales la que más polémica levantó entre la izquierda guatemalteca fue "Los que se fueron por la libre", 'novela-folletín' publicada primero en Internet y luego editada en 1998 en México por Praxis.

El jurado calificador del premio reconoció en la obra literaria de Morales "la búsqueda y experimentación que se produjo en las letras nacionales durante los años 70, sin las cuales es imposible explicar el clima de libertad creativa, formal e intelectual en que la literatura guatemalteca se desarrolla en la actualidad".

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Reseñas latinoamericanas

5.20.2007
Rodrigo Rey Rosa. Fuente: Sololiteratura.

A diferencia de la opinión de un comentarista en un post anterior, para mí es obvio que la crítica española cada vez presta mayor atención a los autores latinoamericanos. No sé si eso se manifiesta en ventas, necesariamente, pero sí en una acogida positiva en las editoriales españolas (tanto las alternativas como las mainstream). Y para despertar ese interés no es necesario vivir en España. Como muestra estas tres reseñas de fin de semana (dos en "Babelia" y una en ABCD) a tres autores latinoamericanos, todos ellos de primer nivel, que han publicado recientemente: el colombiano Antonio García Angel (quien vive en Bogotá), el cubano José Manuel Prieto (vive en EEUU) y el guatemalteco Rodrigo Rey Rosas (vive en Guatemala).

Para ver la reseña a Recursos Humanos, de García Angel, pulse aquí.

Para ver la reseña a Otro Zoo, de Rey Rosas, pulse aquí.

Para ver la reseña a Rex, de Prieto, pulse aquí.


En la reseña a Rex, de José Manuel Prieto, el crítico Miguel García-Posada hace una interesante descripción de la que, según él, es la tendencia de los últimos narradores latinoamericanos (que no compartiría José Manuel Prieto): "Algo puede adelantarse de Rex, sin perjuicio de otras consideraciones: se asemeja poco a las líneas que parecen dominar la reciente narrativa latinoamericana: ni dominio de la hipérbole, ni desenvoltura algo carnavalesca, ni concentradas tramas trascendentes, ni crónicas de los desastres políticos, ni fantasías un sí es no es azarosas, ni metaficción libérrima, ni sexualidad omnívora. Los nombres de César Aira, Mario Bellatin, Alan Pauls, Alberto Barrera, Guillermo Fadanelli, Santiago Roncagliolo, Evelio Rosero, Laura Restrepo o Pedro Juan Gutiérrez, entre otros, pueden identificarse más o menos con cada una de estas tendencias".

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