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Los grandes escritores del periférico y gélido norte europeo -Hamsun, Ibsen, Strindberg- ofrecieron la más exacta y magistral síntesis de lo que en el siglo XX se clasificó como malestar, crisis y contradicciones principales de la civilización moderna. La existencia se había visto de repente desprovista de fundamento, de valores firmes que dieran sentido a cada instante, amenazando con desvanecerse, con habitar tan sólo en extrañas y frías lejanías. Una existencia que, como se decía en un gran clásico de estas literaturas, la novela Niels Lyhne (Acantilado), del danés J. P. Jacobsen, es «esa eterna persecución de sí mismo, ese eterno girar en círculo». Almas torturadas que, a la vez que exorcizaban fantasmas, pasados traumáticos e identidades a la deriva, en la más absoluta de las soledades, tenían que confrontarse con la presión diaria y enloquecedora de la sociedad, la familia, la pasión amorosa o la exigencia del arte, dependiendo de los casos. Esta presión los obligaba a desdoblarse entre representación y autodestrucción, deber y placer. Todo ello atañía también a otro genio de esas latitudes. El mundo por el que se le conoció mayoritariamente fue el de la imagen. Este genio, compendio de aquellos antecesores, no es otro que Ingmar Bergman (Uppsala, 1918 -Isla de Farö, 2007), cineasta, pero también guionista y escritor sueco, tanto de obras de teatro como de célebres películas. Para seguir con los paralelismos e influencias es interesante y, sobre todo, fundamental, para cualquiera que se haya acercado a sus estremecedoras obras de asfixiantes opresiones metafísicas y espirituales, resaltar la coincidencia de que muchos de ellos provinieran, a través de un ascético ámbito familiar, de lo que Claudio Magris definiría en su libro El infinito viajar como «el rigor de la parroquia luterana». Ahí habría nacido el Premio Nobel noruego Björnstjerne Björnson, hijo de un pastor luterano, como también lo era Bergman. En cualquiera de las obras escritas y llevadas al cine por Ingmar Bergman, como es el caso de la magnífica Persona -que se puede leer perfectamente como una novela breve, de lacerante intensidad-, la vida late enigmática e inaccesible, difícil de desenmascarar, tanto para uno mismo como para los otros. Persona es un magistral retrato de dos mujeres en el límite mismo de su confrontación, a punto de encarar las más íntimas y profundas transformaciones, tanto en relación con ella mismas como en relación con la otra. Esta obra -en la que una mujer habla de ella compulsivamente y la otra se limita a escuchar y analizar lo que dice- está muy ligada al psicoanálisis, a la idea de locura y de sanación a través de la palabra. Mediante «palabras sin sentido, que han perdido todo contenido de verdad», y a través del mundo impostado de las apariencias, con un lenguaje exterior, artificial, en el que no hay consuelo posible y sólo se percibe «una inflación de palabras como vacío, soledad, alienación dolor, indefensión», planean cuestiones ya clásicas de Bergman como el matrimonio y la pareja, el sentido de culpa, el remordimiento por «antiguos pecados», la necesidad del perdón, la maternidad (o paternidad) negada, la incomunicación o, más en general, la incapacidad para afrontar la vida a través del arte y la representación.
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[...] nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. No lo es Susana, la viuda de Ángel González, agobiada por el miedo a perder la herencia del poeta. Me cuentan que prefiere renunciar a la sede que el Principado de Asturias le ha regalado y al legado de Manuel Lombardero, antes que favorecer la existencia de una fundación que podría perjudicar sus ingresos futuros. Porque Ángel González dejó estipulado en su testamento que lo dejaba todo, derechos de autor incluidos, a su futura fundación. Y los amigos del poeta, los que saben de primera mano que Ángel González estuvo solo desde el año 2000, porque su mujer no quería dejar su casa estadounidense de Alburquerque, no pueden creer que ahora sea ella quien impida que su legado permanezca donde él quería. No se lo merece. Aunque nosotros, los de entonces, ya no seamos los mismos.
[...] Cito una carta del ex patrono Antonio Masip "El activo principal de la Fundación debería ser la biblioteca de poesía hispana de Manuel Lombardero... Las actividades tienen que ser las propias de una biblioteca de esta calidad y especialidad...". ¿A que eso no te lo dijeron tus informadores? Una vez creada me encantaría que Lombardero donara sus libros para enriquecer la Fundación de su amigo. Ah, y como yo no tengo herederos gran parte de lo mío también irá a la Fundación a mi fallecimiento, siempre y cuando se cumplan las susodichas condiciones. La sede en el Archivo Histórico todavía no se ha ofrecido oficialmente, hasta entonces no se puede determinar nada. Si los ex patronos hubieran estado más atentos y hubieran leído las actas que tuve que redactar yo porque el secretario no fue a algunas reuniones, lo sabrían. En lo que sí mantengo mi postura es en que antes de designar cualquier sede se tiene que hacer un estudio exhaustivo para determinar que sea el local más adecuado para una Fundación en activo. Desde febrero del 2009 estoy en conversaciones muy positivas y cordiales con la Consejera de Cultura de Asturias sobre este tema. Lo que los patronos dimisionarios interpretan como comportamiento errático, o algo así, a mí me parece pensar a largo plazo, con seriedad, y sentido de responsabilidad para que la Fundación no se disipe como una pompa de jabón, como tantas otras que se encuentran en plena agonía: Camilo José Cela, Sánchez Albornoz...Lo único que pudiera perjudicar mis ingresos futuros sería que perdiera mi trabajo en la Universidad de Nuevo México, pues yo nunca, en los casi treinta años de convivencia con él, dependí económicamente de Ángel. Yo he trabajado continuamente desde que tenía quince años, bueno, realmente desde los cinco o seis, si se incluye ayudarle a mi padre en el negocio familiar. Desde 1989, cuando terminé la carrera, mis ingresos eran mayores que los de él, bromeábamos mucho sobre eso. Las universidades americanas son raras. Levantar la Fundación a mí más bien me genera gastos, que pagaré gustosamente. A Ángel González, la persona más extraordinaria que he conocido en me vida, cada día lo compruebo más y más, le doy mis ojos y cualquier otra cosa que sea necesaria. [...] Menos mal que no tuvimos hijos, pues ahora tendría que regalarlos para que me los disecaran y expusieran como adorno en la Fundación. Lo demás, no me duele absolutamente nada donarlo, prefiero que quede expuesto al público. Ángel siempre decía que tenía dos grandes ilusiones: ser músico y clochard en París, yo pienso más o menos igual, desafortunadamente no tengo ningún talento musical y prefiero Roma. Por eso Ángel y yo vivíamos como una mezcla de hippies y bohemios. Repito, todo lo de Ángel quedará en Oviedo, si es que lo puedo recuperar. Lo que queda disperso por allí, estoy haciendo un recuento, me lo pueden enviar anónimamente. O pueden comenzar a ser honestos, les garantizo que sienta bien. E insisto, en cuanto exista la Fundación, junto con todas las garantías necesarias, invito calurosamente a Manuel Lombardero a que la arrope con su biblioteca. [...] Ángel González dejó estipulado en su testamento que lo dejaba todo, derechos de autor incluidos, a su futura Fundación, pero únicamente tras fallecer su esposa. ¡Caramba!, no tenía que haberlo dicho, a lo mejor me envenenan. Pista para la policía. El informador, manipulador de testamentos, siempre elimina esa parte al hablar con la prensa. ¿Se puede divulgar un testamento sin permiso de la familia? El notario, custodio del documento, lo puede confirmar. Ángel González era un caballero, un hombre muy decente y digno, sin ningún atisbo de vanidad ni afán de protagonismo, ¿cómo no se iba a ocupar primero de su familia antes que de una Fundación? Me parece un grave insulto a él que se intente hacer pensar otra cosa. [...] Ángel era un poeta, no novelista, lo cual da poco dinero. Bueno, resultó ser medio novelista y autobiógrafo póstumamente, pero se oculta, ¿por qué será? Repito: todos sus derechos de autor irán a la Fundación, si llega a cobrarlos, si no, quedarán en otros bolsillos (supongo que en un hermoso homenaje a él). Quizás una de las peores consecuencias de la muerte sea el efecto que produce en algunos vivos, utilizo la palabra "vivos" en doble sentido. Están a tiempo de rectificar, si quieren. Yo, por mi parte, siempre recordaré los momentos felices, muy felices, con ellos, y que pronto una nube de mi memoria borre todo lo demás.Los amigos del poeta, tanto los de primerísima mano, como los de segunda, o sea, los más recientes, pero más vocales y mediáticos, saben que yo estuve con Ángel hasta su último suspiro, cuando él me decía "ven", yo lo dejaba todo, aunque pusiera en peligro esos tan mencionados ingresos míos. [...] Hazme un favor, anda, porfa. Asegura a los incrédulos que ahora sí que hay una posibilidad de conseguir que su legado permanezca donde él quería, y muy importante, tal como él quería. Pista para futuros fundadores de Fundaciones, sobre todo si son mayores y vulnerables: háganlo en vida para que luego no calumnien ni difamen a sus familias y viudas. Y diles a todos que va a ser así porque lo que él quería es exactamente lo mismo que quiero yo. Curioso que los incrédulos siempre sean los mismos. Hace mucho ya que recuerdo con frecuencia lo que dice Galdós al inicio de Misericordia: "Dos caras, como algunas personas, tiene la parroquia de San Sebastián...". Lo siento Juan, hablaste mal: debiste haber contado otras historias, por ejemplo, las verídicas. Pero, otro tiempo vendrá distinto a este... Lamento que los cuentacuentos te hayan informado tan erróneamente. Pista para periodistas. Todo lo que yo digo es muy fácilmente comprobable, se les debe empezar a pedir pruebas a los ataca viudas, ¿no crees? Eres listo, lo sé porque llevo años leyéndote. Investiga más y llegarás a la verdad. Como bien dijo George Orwell "En tiempos de la mentira universal, contar la verdad es un acto revolucionario". Atrévete, yo te ayudo, estoy preparando un dossier sobre todas las desavenencias de la Fundación (fantasma) Ángel González, no te preocupes, será muy cortito, como no hicieron nada... salvo, eso sí, hacer declaraciones grandiosas a la prensa. Mis calumniadores son muy poderosos, pero la verdad lo es más. Como te digo, estás a tiempo de rectificar, todos, bueno, casi todos, saldríamos ganando. Sobre todo Ángel, que es el que interesa, ¿no?
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Grass dice haber sido "sólo a veces" consciente del seguimiento de que era objeto desde que ponía los pies en la estación de la Friedrichstrasse, al cruzar a Berlín Este, y tampoco de la cooperación de algunos editores y escritores orientales, como Hans Marquardt, Hermann Kant o el dramaturgo Manfred Wekwerth. "Nunca se me hubiera ocurrido que Marquardt fuese un cómplice fijo a sueldo de la polícia. Igualmente sorprendente fue saber que Hermann Kant, ya desde el mismo 1961, escribió los primeros informes sobre mí". El libro, recopilado por el editor Kai Schlüter y que sale al mercado el día 12, incluye el informe de 700 páginas que sobre Grass elaboraron durante 30 años los agentes de la RDA. Tras el estreno de su pieza teatral sobre el primer levantamiento obrero contra un régimen socialista, "Los plebeyos ensayan la revolución", Grass fue declarado por las autoridades de la RDA "enemigo del estado". La Stasi intentó impedir el estreno de la obra en Berlín occidental en 1966, pero su seguimiento empezó según la editorial después de que éste criticara -con el lema "Dad a los escritores la libertad de expresión"- el levantamiento del Muro de Berlín, en 1961. Luego mantuvo el cerco a sus visitas, durante los encuentros literarios celebrados en apartamentos privados en la RDA, entre 1974 y 1978, cuando el círculo fue roto con la deportación del poeta y cantautor Wolf Biermann. "Nunca se me arrestó directamente", admite Grass, "pero sí se me urgió a veces a acompañar a un policía fronterizo a una habitación sin ventanas. Ahora que, en cuanto se cerró la puerta, empezaba a armar jaleo. Golpeaba la puerta de metal, recordando una frase de mi corto periodo como soldado: '¡Quiero hablar con el oficial de guardia'", rememora Grass, que fue Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1999.
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Tal vez entonces no se trate ya de una cuestión de elección, entre el papel y el soporte electrónico, sino de esa extraña fascinación que ejercen algunos objetos, tan poderosa como su capacidad para sobrevivir al tiempo y a las ideas de progreso. Como las libretas (¿fetiche o atracción?), que escritores como Ernest Hemingway o Truman Capote llevaban siempre consigo. En la mayoría de los textos que integran París era una fiesta, Hemingway reproduce el acto de escritura al mencionar que el primer borrador es su cuaderno de notas. Lo hace, por ejemplo, en el relato "El hambre era una buena disciplina", al revelar además el lugar en que registró esa primera versión, la Closerie des Lilas, sobre la rue Notre-Dame. Los extensos días de entrevistas de Capote para reconstruir el crimen de la familia en Holcomb que lo llevaron a escribir A sangre fría, su novela más famosa, también conocieron una primera versión en libretas, que trasladaba a máquina al regresar a su hotel.Para reforzar la legitimidad de lo dicho, en Moise y el mundo de la razón, Tennessee Williams revela que lo que su narrador-protagonista cuenta fue registrado en un Blue Jay, tal la marca del cuaderno del narrador.Todavía hoy, y a este lado del Atlántico, la forma manuscrita sigue gozando de adeptos. Para Andrés Rivera, el papel es la primera y única forma que conocen sus novelas antes de que lleguen al lector: al terminarlas, entrega un manuscrito de puño y letra. Martín Kohan lleva un registro completo de lo que aconteció en el día en su agenda. Esa costumbre de anotarlo todo obedece a una "urgencia". "Al hacer listas de cosas (registros un poco maniáticos de lo que hago), me alivio del agobio peor de registrarlo todo mentalmente". Ponerlas por escrito y convertirlas en lista le permite objetivar algunos temas. "Los vuelvo más manejables, al menos en apariencia", dice. Los ejemplos siguen. A Mariana Enríquez la primera versión en cuaderno se le "impone" y la costumbre del teclado le imprime un esfuerzo: "Mi letra manuscrita cada vez se entiende menos por falta de gimnasia". Pero sigue usando el método de la primera versión en papel para lograr "una distancia" de la escritura laboral, para salir del tono periodístico y encontrar la voz literaria.Después de todo, puede que nadie tenga que elegir entre el papel y la letra digital, y cada quien pueda leer y escribir donde le plazca. Como el novelista japonés Koji Suzuki, autor de The Ring, quien creó la primera obra de ficción en papel higiénico, titulada Drop. Es una novela de dos mil palabras. Fue impresa por la papelera Hayashi y puesta a la venta en librerías y secciones de artículos de limpieza de los supermercados, a 2,2 dólares. Es cierto que nada aclara el panorama sobre el futuro del papel, pero es una pista para el porvenir: al momento de valorar un texto, el contenido en sí mismo a veces representa un aspecto más –y no el principal– para definir si aquél es o no una buena idea.
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El mayor problema del lenguaje español es que la gente habla y escribe mal y se "ufana de ello". Son palabras del escritor y académico Javier Marías, quien ha conversado hoy con los lectores sobre el lenguaje, la literatura y su obra dentro del Congreso virtual de la lengua organizado por Babelia. El escritor y académico madrileño ha añadido: "Ayer mismo le oí a un político del PP decir 'independientemente de estacionalidad o de no estacionalidad'. ¿Qué diablos quiere decir eso? Si quienes hablan a menudo en público sólo tantean la lengua, sin un dominio de ella, es difícil que el conjunto de la población se preocupe por mejorar su nivel". El autor de Tu Rostro mañana, además, se mostró escéptico con la utilización del idioma en España: "Me parece difícil que se pueda superar en ningún sitio el deterioro del español de España, donde demasiada gente no sabe ni construir entera una frase simple. Me temo que gran parte de culpa es de los medios de comunicación y de los Ministerios de Cultura de los últimos cuarenta años. Me temo que la cosa ya no tenga vuelta atrás". El autor de títulos como Mañana en la batalla piensa en mí y Corazón tan blanco ha explicado algunos aspectos del funcionamiento de la RAE. Por ejemplo: "La RAE no elimina palabras de la lengua, sólo el Diccionario de uso, para que siga siendo manejable y porque hay que dejar espacio a los nuevos términos. Esos vocablos que se 'jubilan' pasan al Diccionario Histórico, no es que se supriman ni se pierdan. Si no hay registro escrito de una palabra después de 1500, quiere decir que está completamente fuera de uso, salvo excepciones". O de la importancia de la labor de filólogos, lingüistas y escritores dentro de la academia El concurso de los filólogos es fundamental, pero tienden -algunos- a ver la lengua como una disciplina exclusivamente científica. Las lenguas dependen en gran medida del lenguaje literario. Es éste el que las mantiene vivas y en evolución permanente, junto con el de la calle, claro está, y suelen ser los escritores quienes tienen lo que podríamos llamar "sentido de la lengua". A mi modo de ver, son aún más necesarios que los lingüistas" Javier Marías ha contado que tiene una nueva novela en marcha "quizá mediada", no obstante ha reconocido que "su escritura me he visto obligado a interrumpirla en los últimos meses. Me falta tranquilidad de espíritu, con tanto ajetreo, y aún no le he dado el "visto bueno". Quiero decir que ni siquiera sé si acabará existiendo. Supongo que sí, pero yo soy muy inseguro con todo lo que escribo, y todavía no me ha llegado ese momento en que uno se dice "Que sea lo que San Conrad quiera".
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“Termino por comprender lo que no funciona: ¡No hay escritores en Frankfurt!. Es la mayor manifestación consagrada a los libros, pero no se habla más que de dinero. Se compra, se vende, se cambia, se sopesan las posibilidades del próximo García Márquez, las tiradas del Padrino IV, las posibilidades de adaptación cinematográfica de libros cuyos autores ausentes todavía no han escrito ni una sola línea…nadie, en una semana, me ha hablado de literatura.”
Frédéric Beibbbeder, Spleen à Francfort, LIRE, Novembre 2004
El manuscrito de Cuerpos divinos estaba, junto a varios papeles, notas y cuadernos de Guillermo Cabrera Infante, en la casa de Gloucester Road, Londres, donde el escritor vivió hasta su muerte, el 22 de febrero de 2005. El manuscrito reúne una serie de memorias –“veladas” según la propia definición del autor– de alto valor testimonial, ya que encierran distintas experiencias y anécdotas de su vida en Cuba. Esta semana Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores pondrá a la venta en España este libro, hasta ahora inédito, de casi 600 páginas que hablan de La Habana, cine, sexo, música, revolución y exilio. Toni Munné, director de las obras completas de Cabrera Infante que aparecerán dentro de unos meses por la misma editorial, aseguró que “este libro lo acompañó toda su vida. Si seguimos las entrevistas a Guillermo vemos que él siempre estaba escribiendo Cuerpos divinos. Es un libro escrito desde el recuerdo, desde la voluntad de recordar
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Alguna vez Bob Dylan se quejaba de que cada nuevo álbum que editaba fuera siempre comparado con anteriores discos suyos. «¿Por qué no los comparan con los de los de mis colegas?», proponía Dylan con sonrisa de tahúr, sabiéndose el mejor jugador sentado a la mesa. Pero no se puede. Problemas de ser una leyenda: te conviertes en la medida de ti mismo, perteneces a ese exclusivo club de un solo miembro y, allí dentro, sólo espera el espejo. Lo mismo le sucede y sucede con Philip Roth. No tiene demasiado sentido leerlo dentro de un contexto sino admirarlo y calibrarlo en la masiva soledad de su propia compañía. Aclarado esto, no se encuentran en La humillación -seamos muy exigentes- la perfección henryjamesiana de La visita al maestro, las innovaciones formales de La contravida, la picaresca bestial de El teatro de Sabbath, la autobiografía freak-religiosa de Operación Shylock, la ambición histórica-íntima de Pastoral americana o La mancha humana, o la sorpresa ucrónica de La conjura contra América. Tampoco hallaremos la enorme brevedad de Indignación, inmediatamente anterior a La humillación en su obra. Lo que demuestra que, aquí y ahora, no hay síntoma de decadencia sino, apenas, los altibajos de la escritura constante. O, acaso, las ganas de hacer una perversa travesura como esos infernales villancicos con la que Dylan taló nuestros arbolitos las pasadas navidades. [...] Y en La humillación -donde, otra vez Rothlandia, el vampiro acaba siempre vampirizado- hay varias de estas hembras demenciales entrando y saliendo de lechos donde lo que se nos enseña produce, por momentos, esa incómoda sensación de querer bajar la vista. Vergüenza ajena y salir corriendo de allí y cerrar el libro. Pero, al cerrarlo, leemos otra vez su título y lo comprendemos todo. En La humillación, Roth no sólo se propone y consigue humillar a Axler sino, también, logra degradar con maliciosa maestría a un lector que, enseguida, vuelve allí dentro en busca de más: más sonrojantes escenas lésbicas, más patéticas reflexiones sobre los sentimientos, más lamentos de macho dominante dominado. En este sentido, La humillación probablemente sea el libro más literalmente pornográfico de Roth. Música de recámara sin preliminares donde lo único que importa es quitarse pronto la ropa, dejarse la piel y, enseguida, mostrar como medallas las marcas que quedan al caerse de la cama por intentar posiciones demasiado peligrosas. En 1984, respondiendo en cuanto a si tenía en mente un Lector mientras escribía, Roth, mostrando los dientes, reveló: «No. Pero en ocasiones pienso en un Lector Anti-Roth. Pienso en lo mucho que va a odiar todo lo que estoy haciendo. Y ese es todo el estímulo que necesito». De ser eso cierto, La humillación será el libro perfecto y repulsivo para los Lectores Anti-Roth, y el libro no perfecto pero sí fascinante para los Lectores Roth, ya a la espera del inminente Némesis. Mientras tanto y hasta entonces, ahí está esa primera línea de La humillación: «Había perdido la magia».
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[...] el libro en que se puede ver en estado puro el estilo Müller es En tierras bajas, un pequeño tablero en el que aparecen distribuidas las distintas piezas de un puzzle: la brevedad y contundencia de cada oración es inversamente proporcional a la apertura semántica que genera su intrínseco valor poético, a tal punto que muchas de estas frases (o piezas) podrían juntarse en un poema: “En la estación, los parientes avanzaban junto al tren humeante./ Una mujer joven salía de la estación con un niño de aspecto inexpresivo./ La mujer tenía una joroba/ El tren iba a la guerra/ Apagué el televisor”. Como si delegara al lector la tarea de ordenar la historia, el primer relato de este libro, “La oración fúnebre”, termina, de alguna forma, con el comienzo: “Era un sábado por la mañana, a las seis y media”. El tema central de este libro es la región de Banato, una aldea que es tierra de nadie porque cada uno de sus habitantes es intercambiable, al menos desde la perspectiva de la narradora, una niña cuya abuela la amenaza con arrancarle las orejas y cuya madre le pega cuando se pone a llorar para darle un buen motivo para hacerlo. Afortunadamente, la nena se distrae jugando con su compañerito Wendel a pelearse por borracho, por no traer dinero a casa, y decirle cerdo, vagabundo, inútil y putañero. El hombre es un gran faisán en el mundo, por su parte, juega también con una frase según la cual los rumanos al decir “he vuelto a ser un faisán” –ave rastrera– quieren decir que han vuelto a fracasar. Es así que este libro cuenta la historia de una familia que espera la oportunidad del exilio como única vía de escape mientras su vida pasa por el desagüe. Hasta próximo aviso de nuevas ediciones locales, la literatura de Müller parece interesante y elaborada, aunque algo aburrida y árida. Una escritora que, en el podio femenino del Nobel de los últimos años, está mucho más arriba que Elfriede Jelinek y mucho más abajo que Doris Lessing.
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"Cartas a Ophelia" reúne las 48 cartas que escribió el poeta a su joven amada, el único amor que se le conoce, cuando él tenía 32 años y ella 19. Divididas en las dos etapas que ocupó esta relación sentimental. Durante 1920 y de 1929 a 1930. Ophelia Queiroz era una mecanógrafa en las oficinas Félix, Valladas & Freitas de Lisboa, donde Pessoa se ocupaba de traducir la correspondencia comercial. "Un día se fue la luz en la oficina. Freitas no estaba y Osorio, el 'grumete', había salido a hacer unos recados. Fernando fue a buscar una lámpara de petróleo, la encendió y la puso encima de mi mesa. Poco antes de la hora de partida, me alcanzó una notita que decía 'Le pido que se quede'. Yo permanecí expectante. Por entonces ya había notado el amor de Fernando hacia mi; y yo, lo confieso, también le encontraba gracia...".
Y este fue el punto de partida para esta relación, de la que Tabucchi en el extenso y profundo prólogo escribe: "Inscrita entre la parodia de la declaración de Hamlet a Ofelia, en pequeñas notas ocultas en cajitas de caramelos.. la historia de este amor secretísimo y casto, de tan optimista puerilidad y a la vez tan carente de esperanza, podría parecer ridícula acaso, si no participara, exactamente como los auténticos grandes amores, de lo ridículo y lo sublime". Unas cartas que también tienen ficción porque aparece la heteronimia de Pessoa, ya que el ingeniero Alvaro de Campos, el único homosexual de sus personajes, también se presenta a Ophelia. "Mi querido y pequeño bebé", "Mi querido y pequeño amor". "Mi bebé pequeño y travieso". En estos términos se refiere Pessoa a su amada, en unas cartas que pueden resultar algo "naïves", para un personaje tan complejo y rico como Pessoa, tan moderno y de verdad. Cartas que hacen referencia a los horarios, a la vida cotidiana y que para Tabucchi muestran una relación "neurótico, maniática, como son los amores que por norma duran toda una vida: exactamente lo contrario de algunas pasiones liberadoras, arrolladoras y basadas enteramente en los riñones, No: éste fue, sin saberlo, un matrimonio y como tal se alimentó de costumbres". El libro también incluye una antología de poesías amorosas compuestas por el autor durante y después de la relación. "Todas las cartas de amor son/ridículas. No serían cartas de amor si no fuesen/ridículas. También en mi tiempo escribí cartas de amor/como las demás/ridículas. Las cartas de amor, si hay amor, tienen que ser ridículas". Así escribe Alvaro de Campos el 23 de octubre de 1935.
Estaba en Londres el Viernes Santo de 2008. Temprano por la mañana decidí ir a la National Gallery a ver la "Crucifixión" de Antonello da Messina. Es la pintura más solitaria que conozco de esa escena, la menos alegórica. En el trabajo de Antonello –y hay menos de cuarenta pinturas que se le atribuyen sin discusión alguna– hay un especial sentido siciliano de presencia que es desmedido, que rechaza toda moderación o autoprotección. Se puede escuchar lo mismo en estas palabras que dijo un pescador de la costa cercana a Palermo y que Danilo Dolci registró hace unas décadas."Hay veces que veo las estrellas por la noche, sobre todo cuando salimos a buscar anguilas, y me pongo a pensar. '¿El mundo es en verdad real?' No puedo creerlo. Si hay calma, puedo creer en Jesús. Si alguien insulta a Jesucristo, lo mato. Pero hay veces que no creo, ni siquiera en Dios. 'Si es cierto que Dios existe, ¿por qué no me da un respiro y un trabajo?'" [...]
Encuentro la "Crucifixión" de Antonello con facilidad, colgada al nivel de los ojos, a la izquierda de la entrada a la sala. Lo que resulta tan notable de las cabezas y los cuerpos que pintó no es sólo su solidez, sino la forma en que el espacio pintado circundante ejerce presión sobre ellos y la manera en que éstos luego resisten esa presión. Es esa resistencia lo que les da una presencia tan concreta e indiscutible. Después de mirar un largo rato, decido tratar de dibujar sólo la figura de Cristo. Algo a la derecha de la pintura, cerca de la entrada, hay una silla. La hay en toda sala de exposición, y es para los vigilantes oficiales de la galería, que observan a los visitantes, les advierten si se acercan demasiado a una pintura y contestan preguntas. [...] Los vigilantes siempre tienen dos o tres salas a su cargo, por lo que van de una a otra. La silla junto a la "Crucifixión" por el momento está vacía. Después de sacar mi cuaderno, una lapicera y un pañuelo, coloco con cuidado mi mochila sobre la silla. Empiezo a dibujar. Corrijo error tras error. Algunos triviales. Otros no. La cuestión más importante es la escala de la cruz en la página. Si eso no está bien, el espacio circundante no ejercerá presión alguna y no habrá resistencia. Dibujo con tinta y me humedezco el dedo índice con saliva. Mal comienzo. Doy vuelta la página y empiezo de nuevo.No voy a cometer el mismo error otra vez. Cometeré otros, por supuesto. Dibujo, corrijo, dibujo. Antonello pintó en total cuatro Crucifixiones. La escena a la que más volvió, sin embargo, fue a la de Ecce Homo, donde Cristo, liberado por Poncio Pilatos, se ve expuesto a las burlas y oye a los sumos sacerdotes judíos pedir su crucifixión. Pintó seis versiones, todas ellas retratos de la cabeza de Cristo sufriente. Tanto el rostro como su pintura son firmes. La misma tradición lúcida siciliana de poner a prueba las cosas sin sentimentalismo ni complacencia.¿El bolso que está en la silla es suyo? Miro a un lado. Un guardia de seguridad armado mira con severidad y señala la silla. Sí, es mío. ¡No es su silla! Lo sé. Puse el bolso ahí porque no había nadie sentado. Lo retiraré de inmediato. Levanto el bolso, doy un paso a la izquierda hacia la pintura, me pongo el bolso entre los pies, en el piso, y vuelvo a mirar mi dibujo. Su bolso no puede estar en el piso. Puede revisarlo. Aquí está la billetera y estas son cosas para dibujar, nada más. Abro el bolso. El guardia se da vuelta. Dejo el bolso en el suelo y empiezo a dibujar otra vez. A pesar de su solidez, el cuerpo que está en la cruz es muy delgado. Más delgado de lo que se puede imaginar antes de dibujarlo. Se lo advierto. Ese bolso no puede seguir en el piso. Vine a dibujar esta pintura porque es Viernes Santo. Está prohibido. Sigo dibujando. Si insiste, dice el guardia de seguridad, llamaré al supervisor. Levanto el dibujo para que pueda verlo. Tiene cuarenta y tantos años. Macizo. De ojos chicos, u ojos que achica al adelantar la cabeza. Diez minutos, digo, y termino. Llamaré al supervisor ya mismo, dice. Escuche, contesto, si hay que llamar, llamemos a alguien del personal de la galería, y con un poco de suerte van a explicar que no hay problema. El personal de la galería no tiene nada que ver con nosotros, dice entre dientes. Somos independientes y nos ocupamos de la seguridad. ¡Seguridad, las pelotas! Pero no lo digo. Empieza a pasearse lentamente de un lado a otro, como un centinela. Yo dibujo. Ahora estoy dibujando los pies. Cuento hasta seis, dice, y luego llamo. Se acerca el celular a la boca. ¡Uno! Me lamo el dedo para hacer el gris. ¡Dos! Corro la tinta sobre el papel con el dedo para marcar el hueco oscuro de una mano. ¡Tres! La otra mano. ¡Cuatro! Avanza hacia mí. ¡Cinco! Póngase el bolso al hombro. Le explico que, dado el tamaño del cuaderno de dibujo, si hago eso no podré dibujar.¡ El bolso al hombro! Lo levanta y lo sostiene ante mis ojos. Cierro la lapicera, tomo el bolso y digo mierda en voz alta. ¡Mierda! Abre los ojos y mueve la cabeza sonriendo. Lenguaje obsceno en un lugar público, anuncia, nada menos. Vendrá el supervisor. Distendido, da lentas vueltas por la sala.Dejo caer el bolso al suelo, saco la lapicera y echo otra mirada al dibujo. La tierra tiene que estar ahí para limitar el cielo. Con unos pocos toques indico la tierra. En una "Anunciación" que pintó Antonello, la virgen está de pie ante un estante en el que hay una biblia abierta. No hay ángel. Un retrato de la cabeza y los hombros de María. Los dedos de las dos manos colocados sobre el corazón están abiertos como las páginas del libro profético. La profecía pasa entre sus dedos. Cuando el supervisor llega, se para, brazos en jarra, más o menos detrás de mí, y anuncia: Abandonará la galería escoltado. Insultó a uno de mis hombres, que estaba haciendo su trabajo, y gritó palabras obscenas en una institución pública. Ahora va a caminar delante de nosotros hasta la salida principal. Supongo que sabe el camino. Me escoltan escaleras abajo hasta la plaza. Ahí me dejan, y suben con energía los escalones, ya cumplida la misión. Aquí está el dibujo.
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El fallo del Premio Iberoamericano Planeta-Casa de América, previsto para el próximo día 4 en la ciudad chilena de Valparaíso, se ha pospuesto sin fecha debido a la tragedia que vive Chile tras el terremoto del pasado sábado , han informado hoy fuentes del Grupo Planeta. El fallo de la IV edición de este importante premio, dotado con 200.000 dólares (147.000 euros), formaba parte de las actividades paralelas al V Congreso Internacional de la Lengua Española, que iba a haberse celebrado del 2 al 5 de marzo en Valparaíso y que ha sido suspendido a causa del sísmo. Un total de 468 originales optaban al Premio Iberoamericano Planeta-Casa América de narrativa, la mayorías de ellas procedentes de Argentina (118 obras) y de España (108). Colombia, con 54 títulos; México (37), Estados Unidos (35) y Uruguay (34) se situaban a continuación. El jurado de la cuarta edición del certamen literario estaba formado por los escritores Angela Becerra, de Colombia; Guillermo Martínez, de Argentina, y Alvaro Pombo, de España. A ellos se les unían Andrés Pérez Perruca, director del Ateneo Americano de Casa América, y Alberto Díaz, director editorial de Planeta Argentina. En la primera edición del premio, entregada en Bogotá en 2007, resultó ganadora la novela El enigma de París, del escritor argentino Pablo de Santis. El último se lo llevó el año pasado la obra Ella, que todo lo tuvo, de la colombiana Angela Becerra.
José María Merino: La anciana está tejiendo en un pequeño telar, sentada en una sillita, en uno de los extremos del enorme bohío de suelo de madera brillante -al parecer, el salón de baile de la pequeña localidad inmersa en la frondosa selva- en una de las orillas del canal, o mejor los canales, del Tortuguero, en Costa Rica. De esto hace más de veinte años. Es uno de mis primeros viajes a la América que habla español, y estoy charlando con esa mujer, que me cuenta algunas cosas a propósito del lugar, de los huevos de tortuga, tan sabrosos, de los pequeños caimanes que llevan a su cría sobre el lomo, de los monos aulladores, del tráfico fluvial que convierte los canales en imprescindibles vías de comunicación. Me sorprende su español, en el que la riqueza léxica muestra palabras para mí castizas, y hasta arcaicas -me trata de vos- junto a otros vocablos cuyo sentido tengo que adivinar -llama lagartos a los pequeños caimanes- igual que me sorprende la música que hace resonar su discurso, el modo de pronunciar las erres, las cadencias del fraseo. El momento, el esplendor solar convertido en una luz suave gracias al gigantesco arbolado y remansado en la solemne penumbra del bohío, la humedad que enaltece los aromas, quedan en mi recuerdo envolviendo ese español nuevo, diferente, que fluye de la boca de la mujer. [...] En la época de la que hablo he leído con atención y gusto a los escritores de lo que conocimos como boom latinoamericano -varios acabarán convirtiéndose en clásicos vivos de nuestro idioma- y he advertido las peculiaridades que le dan a su prosa su inconfundible identidad. Pero es a través de las palabras de esta mujer del pueblo cuando comprendo que mi lengua ya no tiene un único lugar de referencia, que puede ser la misma y presentar otra melodía, e incluso un léxico donde convivan pacíficamente lo habitual y lo ajeno, en tierras para mí muy lejanas. La revelación de que la anciana no habla una lengua segundona de la mía es, en cierto modo, similar a otra: la que, al leer a los cronistas y escritores de Indias, a raíz de mi primer descubrimiento americano, tuve al comprender que, en los Comentarios Reales, el Inca Garcilaso realiza un genial injerto, al contarnos la historia de sus antepasados a la luz de la cultura grecolatina. Con los años he recorrido muchos lugares de Iberoamérica, he vuelto a tener gustosas conversaciones con hablantes populares, y me sigue asombrando, con el deleite de compartir lo más hondo de ese patrimonio, la variedad de registros melódicos y la riqueza de los vocabularios. Los hispanohablantes nunca seremos capaces de abarcar todas las músicas de nuestro idioma, ni todo el léxico que lo enriquece. La fragmentación comunitaria ha favorecido la existencia de muchos reductos regionales, y en ellos surgen espacios verbales donde la intimidad, la familiaridad, ofrecen nuevos registros de un al parecer infinito panorama de modulaciones del español.
Juan Gabriel Vásquez: He tenido que pasar catorce años fuera de Colombia -y diez años de escritura, o de intentos de escritura, en Barcelona- para enterarme de algo que todos sabían, menos yo: mi lengua está en peligro. Me refiero, claro, a la lengua española con que escribo mis ficciones: al parecer, el hecho de llevar tanto tiempo fuera de mi país es una especie de atentado contra su pureza. La lengua de un expatriado como yo está amenazada (me explican) por la globalización, y el resultado es la pérdida de sus matices locales o nacionales, y la consecuente creación de una koiné donde las novelas de todo un continente acabarán sonando igual. La lengua de un expatriado como yo está sitiada (me explican) por la ubicua y contaminante presencia del inglés, con el resultado -indeseable, por lo que se ve- de que la ficción latinoamericana ahora suena toda como una traducción de Cheever o Yates. Me parece que en ello, en estas bienintencionadas inquietudes, hay un gran malentendido: la idea de que la lengua literaria se comporta igual que la lengua hablada, y de que los escritores que pasan mucho tiempo en países ajenos corren el riesgo, como si dijéramos, de "perder el acento". Pues bien, no es así. Mi coterráneo Fernando Vallejo lo explicó bien en el menos vallejiano de sus libros: Logoi. "La prosa", dice allí, "es como una lengua extranjera opuesta a la lengua cotidiana". En otras palabras, la voz con que uno cuenta sus novelas es siempre una fabricación, una invención; desde Lázaro de Tormes hasta Jacobo Deza, la voz de la ficción es una creación artificial que sólo a grandes rasgos coincide con la dicción del escritor metido en eso que, a falta de mejores palabras, llamamos mundo real. Si uno siente, como siento yo, que siempre está escribiendo en una lengua extranjera, puede sin miedo dejarse contaminar por tres años de vida en países francófonos, por diez años de vida en español peninsular, por una vida entera en estrecho contacto con el inglés de varios países; y, lejos de amilanarse por ello, lejos de sentir y temer la desnaturalización de su lengua, comprenderá que esas voces y esos ámbitos que se le ofrecen en el extranjero pueden muy bien acabar por enriquecerlo. Así que ni la contaminación ni el descenso a la koiné me han preocupado nunca. Hubo un tiempo, sí, en que la exhibición indiscriminada de localismos bastaba para hacer literatura latinoamericana; ese tiempo, por fortuna, ha pasado, y de la superstición del color local -tan afín a esa otra superstición, la del nacionalismo literario- ya se ocupó Borges en El escritor argentino y la tradición, un ensayo de los años treinta que para mí tiene el lugar de un manifiesto
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