Hace 19 años, cuando recién empezaba mi carrera en la universidad, acostumbraba a no asistir a las clases para subir al tercer piso de la Biblioteca donde estaban los libros de literatura. La mayoría de bibliotecarios eran chicos rápidos para ubicar los libros y poco interesados en saber qué les pedía. Sin embargo, un día me atendió una persona de ojos brillantes, bigotes recortados y curiosos dientes de conejo. Leyó mi ficha, repitió con una sonrisa el título del libro que le pedía, frunció la nariz y fue, con pereza, a buscar el libro hasta los anaqueles. Para mi sorpresa trajo dos libros: el que le había pedido y otro más. Me dijo: "Antes de que te lleves el libro que quieres, lee este poema y dime si no prefieres llevarte éste". El poema que me mostró empezaba así: "
Demonio, hermano mío, mi semejante" y su autor era Luis Cernuda. A los 17 años aquel descubrimiento fue fundamental, me partió el cráneo, me cambió la vida. Aquel bibliotecario se llamaba Juan José Lapeyre y luego se convertiría en uno de mis mejores amigos, un poeta impresionante que llenaba páginas de páginas de poemas geniales (a los que fechaba no por día, sino por hora), escritos en cuadernos Justus con letra pequeña, apiñada y redonda, que me leía cada vez que yo iba a buscar un nuevo libro al tercer piso, exigiéndome una interpretación inteligente, cosa que jamás conseguí hacer (luego él me los interpretaba y todo parecía tan claro). Los poemas de Lapeyre, de métrica estricta, tienen, es cierto, una gran influencia del 27, en especial de autores como Cernuda e incluso Aleixandre, pero también una vida propia, un aliento único que es al mismo tiempo culto (Lapeyre no solo es uno de los hombres más inteligentes que he conocido, sino de los más cultos, con una memoria prodigiosa) y muy sensible. Ahora, después de tantos años de no verlo, me alegra saber que tiene en perublog un
reciente weblog donde cuelga algunos de esos poemas y también
uno en el que reflexiona sobre asuntos literarios. Ojalá esta súbita aparición pública sea el anuncio de que pronto publicará algo de su extensa, muy extensa, producción inédita.
PD: el libro que le pedí aquel día, y no me llevé, era uno de poemas de Ricardo González Vigil. Ya se imaginan cuánto más tengo que agradecerle a Lapeyre.