Murió Roa Bastos. Recuerdo la lectura de
Yo, el supremo cuando era adolescente, en los incómodos libros verdes de Oveja Negra. La lectura de esa novela era particularmente fastidiosa en esa edición, además, por el tamaño de letra y lo mal pegado que estaba el libro. Sin embargo, la novela me gustó. Pronto descubrí que el tema de la corrupción, el poder, la dictadura, etc. ocultaba en realidad un tema que me interesaba más, mucho más, y que era el poder del escribano, la memoria, la palabra, la libertad y sobre todo la ficción. Está vinculado al discurso de Vargas Llosa, "La literatura es fuego". Quizá eso sea, finalmente, lo más importante de Roa Bastos. El perteneció a una raza de escritores que piensan que la literatura deja un testimonio de la lucha contra el poder, y en ese sentido mejora la realidad y se compromete con el cambio. No es, necesariamente, una postura sartreana sino una más realista: la postura de quien tiene realmente fe en la cultura y el arte como un agente social. Y eso, viniendo de un escritor que sale de un país tan complicado como Paraguay, en medio de dictaduras interminables además, es dignísimo de elogio. Por otra parte, algo raro me ha sucedido con el personaje Roa Bastos. Yo lo recuerdo de un encuentro de escritores en España (aquel que fue el insumo de
La disciplina de la vanidad). Fue el segundo en darnos una conferencia, luego de Jorge Amado. Leyó un texto ecologista que no tenía nada que ver con libros o lecturas. Era un texto político, bien escrito y claro, pero que podría esperar de un ministro o un funcionario. Como además, saltándose las reglas del encuentro (la exigencia de que los autores consagrados convivan una semana con los jóvenes), terminó su conferencia, almorzó con los directivos y se fue esa misma tarde a Granada (creo que estaba en
Book tour por la novela
El fiscal, 1993), me quedó hasta hoy la impresión de que Roa Bastos era un escritor-funcionario, un burócrata literario sin pasión y con cierta distancia e incluso pedantería (subrayada por un pañuelo que llevaba al cuello, elegante pero rígido, no como los de Bryce tan sueltos y desenfadados). Sin embargo, leyendo los comentarios sobre su muerte, las anécdotas, lo humildemente agradecido que estaba con Chilavert que pagó una operación coronaria en el 2,000 (incluso iba a escribir una biografía del arquero), y sobre todo las fotos (genial la que publica "El Comercio", el cuarto desordenado y el autor con la mirada tímida y medio sorprendida) esa primera impresión se ha desvanecido y ahora me queda una de respeto. Me he prometido releer
Yo, el supremo para hacer las pases con mi recuerdo malo y probablemente equívoco.
roa bastos 1917-2005 Fue autor, entre
otras obras, de
Hijo de hombre,
El trueno entre las hojas,
Yo el supremo ,
Vigilia del almirante y
Madama Sui.