MOLESKINE ® LITERARIO

Notas al vuelo en cuaderno Moleskine® .

El tiro en el concierto

Fuente: call for papers

Leo en el nuevo portal literario Porta9 el interesante artículo de Carlos Calderón Fajardo sobre lo que él llama los "testamentos traicionados" en obras, o declaraciones, de Santiago Roncagliolo, Jaime Bayly y Mario Bellatin (pucha, he aquí otro que tiene vocación de San Martín de Porres). Me interesa sobre todo el principio en el que afirma:
La narrativa peruana ha sido tradicionalmente social. Y probablemente nuestra literatura seguirá produciendo cuentos y novelas de ese corte porque, en sus aspectos esenciales, nuestra realidad no ha cambiado. La cultura andina sigue viva, nuestra geografía es la misma y continúa ejerciendo un fuerte influjo sobre los creadores.

De ello desprende Carlos que la "narrativa de la violencia política" vendría a ser una consecuencia natural de esa tradición social, atizada además por la gravedad de los hechos que se narran (es decir, la época de terrorismo en el país). Lo que no comenta Carlos es que, ciertamente, esa narrativa viene a encajar perfectamente con lo que podría llamarse un "despertar" de la narrativa política en América Latina y que incluye a autores mayores y también a nuevas generaciones. Coincidentemente, el estupendo escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez (sí, es estupendo, tienen que leer Historia secreta de Costaguana) ha escrito en la sección de "Crónicas de América Latina" un texto que comenta la importancia que adquiere la novela política por estos pagos. "Hablando de cosas muy feas" se titula justamente el texto y se relaciona con la frase de Sthendal (que fue usada anteriormente por Christopher Michael Domínguez en un libro de ensayos): "La política en una obra literaria es un tiro en medio de un concierto, algo grosero y sin embargo imposible de ignorar... Estamos a punto de hablar de cosas muy feas". En el texto dice Juan Gabriel:

He comenzado hablando de Palacio quemado, que recoge la situación boliviana en 2002 por medio de una figura desaprovechada de la mitología latinoamericana: el escritor de discursos. Pero el inventario es (gozosamente) más extenso. En Los ejércitos, Evelio Rosero acaba de lograr lo que incontables novelas colombianas han intentado en vano desde hace treinta años: contar el conflicto armado sin patrioterismos, sin sentimentalismos, sin retórica. En A quien corresponda, Martín Caparrós pone la primera piedra en el caso que Latinoamérica deberá construir contra la Iglesia católica y su responsabilidad en las diversas desgracias del continente. En las maravillosas mil trescientas páginas de la trilogía que se cierra con Un millón de soles, Jorge Eduardo Benavides da un nuevo sentido al epígrafe de Conversación en La Catedral: "La novela es la historia privada de las naciones". Siempre poniendo en escena destinos individuales, siempre respetando la ambigüedad y la ironía que son las señas de identidad de la novela como género, nunca rebajándose a la denuncia barata ni cediendo a las peligrosas tiranías del compromiso, los novelistas que he mencionado vuelven a hacer lo que la literatura latinoamericana ha hecho con tan buena fortuna en otros tiempos. Las verdaderas experiencias son siempre sociales, dice Piglia en cierta entrevista. De un tiempo a esta parte, la novela latinoamericana vuelve a preguntarse si eso es verdad. Veremos qué respuesta nos trae.

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