Diarios 1984-1989
Dentro de unos días, Salamandra publicará los últimos diarios de Sandor Marai, aquellos que escribió cuando era un escritor vuelto en desconocido luego de su primera fama; un extraño húngaro de la vieja escuela viviendo en pisto de California; un hombre apunto del suicidio que al fin se suicida. En el ADN Cultura encontramos un anticipo, algunas tristes entradas de ese diario final, donde leemos cosas así:
12 de agosto. Dice Edmund Wilson que alrededor de 1932, en los años de la Gran Depresión, San Diego era el destino preferido de los suicidas americanos: los deprimidos y los desesperados venían aquí para morir. Entre 1911 y 1927 llegaron más de quinientas personas para suicidarse. La ciudad entonces tendría unos trescientos mil habitantes. Hoy tiene el triple; sin embargo, el número de suicidas ha disminuido, la gente se traslada aquí porque espera vivir al calor del sol.
También se publica en el suplemento una breve reseña de Mercedes Monmany sobre los diarios del adiós, donde dice:
Su exilio fue algo lúcidamente elegido. Algo a lo que no estaba dispuesto a negociar, a no ser que llegara por fin la democracia y "las fuerzas de ocupación rusas" salieran de su país. Ni siquiera ahora está dispuesto a claudicar: cuando sus fuerzas ya lo están abandonando, cuando todo son sinsabores, y cuando, un día tras otro, le llegan nuevos e insistentes halagos en su carácter de "monumento nacional" al que se intenta acercar de nuevo a la patria, en las condiciones que sea. Con una tenebrosa y aterradora clarividencia hacia todo lo que lo rodea, tiempo después de haber tirado al océano las cenizas de su mujer y también, con tan sólo seis meses de diferencia, las de su hijo adoptivo, Janos; con las lecturas nocturnas, cada vez más ausentes a causa de su ceguera, de poetas húngaros del XVI, de autores amados de su siglo (Karinthy, Kosztolanyi, Krudy), de Cervantes y Edmund Wilson, o de sus filósofos preferidos, tan sólo le queda levantar pulcra acta de su adiós. Un adiós voluntario, un suicidio, que se produce poco antes de la caída del Muro, de ese fin de la pesadilla que le será negado conocer. "Estoy esperando el llamamiento a filas. No me doy prisa, pero tampoco quiero aplazar nada por culpa de mis dudas. Ha llegado la hora", escribe en la última entrada de estos Diarios 1984-1989.
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