MOLESKINE ® LITERARIO

Notas al vuelo en cuaderno Moleskine® .

Sobre el derecho de citar

1.08.2008
Mans dibuixant. Ilustración: M.C. Escher. Fuente: MCEscher

Me entero por el último "Dietario Voluble" de Enrique Vila Matas que existe una rara avis literaria que se caracteriza por ser "anti-citas" y que "ven mal cierta erudición y dan la consigna estúpida de que "al escribir no hay que deberle nada a nadie", según explica Vila Matas. ¿Existen esos? Pues pobres almas porque citar o epigrafiar es uno de los placeres más grandes que tenemos los lectores. Cuando un autor toma prestada o robada una frase de otro, no sólo le está rindiendo un tributo sino reclamando un derecho: el derecho a que una buena frase sólo existe, y es buena, si existe alguien que la lee, la entiende y la considera como propia. Si no, esa frase está muerta. Una cita citable, en sí misma, ¿era buena o memorable antes de que los demás empezaran a citarla? No, de ningún modo. No existía. Independientemente de la intención inicial de una frase, cuando un autor la cita la está cargando de su propia personalidad; no solo la está re-creando sino que la están inventando. Por eso estoy de acuerdo con la manía de citar de Vila Matas, que hago mía además, y digo más: creo que no hay en sus novelas nada tan suyo, personal e, incluso, intrasferible como las citas de los otros.

Dice Vila Matas: "Comenta Susan Sontag en el prólogo de la singular y hoy algo extraviada novela Vudú urbano, de Edgardo Cozarinsky: "Su derroche de citas en forma de epígrafes me hace pensar en aquellos filmes de Godard que estaban sembrados de frases ajenas. En el sentido en que Godard, director cinéfilo, hacía sus filmes a partir de y sobre su enamoramiento con el cine, Cozarinsky ha hecho un libro a partir de y sobre su enamoramiento con ciertos libros". Me formé en la era de Godard. Lo que había visto en Godard y otros cineastas innovadores de los años sesenta lo asimilé con tanta naturalidad que después, cuando alguien reprochaba, por ejemplo, la incorporación de citas a mis novelas, me quedaba asustado de la ignorancia de quien censuraba aquello que para mí era lo más normal del mundo. Además, no podía olvidarme de ejemplos extremos como El libro de los amigos, de Hugo von Hofmannsthal, colección de aforismos que, junto a textos del autor, incorporaba "voces amigas": un centenar de máximas ajenas que se integraban en la visión del mundo del propio Hofmannsthal. Fernando Savater dice que las personas que no comprenden el encanto de las citas suelen ser las mismas que no entienden lo justo, equitativo y necesario de la originalidad. Porque donde se puede y se debe ser verdaderamente original es al citar. Por eso, algunos de los escritores más auténticamente originales del siglo pasado, como Walter Benjamin o Norman O. Brown, se propusieron (y el segundo llevó a cabo su proyecto en Love's Body) libros que no estuvieran compuestos más que de citas, es decir, que fuesen realmente originales... Plenamente de acuerdo con Savater cuando dice que los maniáticos anticitas están abocados a los destinos menos deseables para un escritor: el casticismo y la ocurrencia, es decir, las dos peores variantes del tópico. Citar es respirar literatura para no ahogarse entre los tópicos castizos y ocurrentes que se le vienen a uno a la pluma cuando nos empeñamos en esa vulgaridad suprema de "no deberle nada a nadie". Y es que, en el fondo, quien no cita no hace más que repetir, pero sin saberlo ni elegirlo. "Los que citamos", dice Savater, "asumimos en cambio sin ambages nuestro destino de príncipes que todo lo hemos aprendido en los libros (y ahí va otra cita disimulada, ja, ja, larvatus prodeo...)".

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Milonga

11.11.2007
Fotografía del libro "Milongas". Foto: Sebastián Freire. Fuente: lanación

El narrador argentino Edgardo Cozarinsky, quien asistió al Festival de Berlín este año, sin duda habrá asistido a las múltiples casas milongueras de esa ciudad que está fanatizada con el baile. En el Perú, es divertido ir al "Patagonia" a ver bailar a los que saben. La milonga está poniéndose de moda (de hecho, yo estoy buscando una pareja para aprender) y Cozarinsky la vincula a la necesidad de ficción. Y por eso, comentando su libro Milongas para la revista Ñ, no deja de mencionar la relación del baile con algunos escritores argentinos. El libro aparece con Edhasa y lleva unas fotos del estupendo Sebastián Freire.

"Victoria Ocampo confiesa, a sus 74 años, que el tango le gustó cuando empezó a bailarlo -"como baile descubrí su carácter inimitablemente argentino", dice ella- mientras anota, entre otros recuerdos, que lo vio bailar por primera vez en casa de su abuelo, ubicada donde hoy está el cine Ambassador, en Lavalle al 700. "La pareja bailó cara contra cara en medio de un silencio casi religioso, esa fue mi primera visión del tango y no comprendí por qué prohibían un baile tan solemne", cuenta en sus memorias. Las letras de tango, que a ella le parecían un poco sentimentaloides, están redimidas por el baile. Y dice que los campeones de las milongas que se hacían en la casa -con la orquesta de Fresedo, todos los jueves- eran nada menos que el escritor Ricardo Güiraldes -el milonguero "perfecto"- y Vicente Madero, hijo del vicepresidente de Julio Roca, Francisco Madero. Refiriéndose a Madero, ella dice que "cuando caminaba el tango, todo su cuerpo, al parecer inmóvil, seguía elásticamente el ritmo, lo vivía, lo comunicaba a su compañera que, contagiada, obedecía a ese perfecto y acompasado andar". En cuanto a Julio Cortázar, yo creo que el cuento "Las puertas del cielo" -publicado en "Bestiario" (1951)- está entre lo mejor que escribió. En la milonga que describe Cortázar se reconoce la famosa Enramada, en Palermo y durante el primer peronismo. Algunos leen "Las puertas del cielo" como un relato antiperonista, es posible, pero no agota la fascinación de este cuento. Yo me pregunto si no hay algo más tanguero que esa búsqueda de la mujer amada -que ha muerto- entre las parejas de una milonga, el tango es aquí el sueño de un regreso imposible. Estamos ante un tema clásico, la búsqueda de la amada inmortal, el sueño de recuperar a los muertos queridos. A mí me inspiró una película -"Crepúsculo rojo" (2003)- donde un hombre, en una ciudad desconocida, con el tango convoca a su novia muerta".

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La ruta del beso

11.03.2007
Beso V. Autor: Roy Lichtenstein. Fuente: allposters

La ruta de un beso es una distancia tan corta que parece increíble, a veces, hacer un recorrido tan largo para cumplirla. Quizá en algo así estuvo pensando Julián Gorodischer para escribir su crónica La ruta del beso: Biografía sexual colectiva editada por Norma y presentada recientemente en Argentina. La sección Cultura de Página12 comenta la presentación en la que participó el narrador Edgardo Cozarinsky.

Dice la nota: "El autor, periodista de este diario, sale a la caza del beso en los antípodas del emblema romántico institucionalizado del puede besar a la novia: su búsqueda es la del beso casto frente al altar de Gilda en una ruta provincial, el beso desaforado de las fans de Alejandro Sanz, el beso prohibido en la filmación de la película triple X, “el exhibido en Internet como refundación del contacto, el trabajado por las aprendices de heroína de telenovela, el compulsivo que se derrocha en la matinée como prueba a superar”. Lo hace con Roland Barthes y su obra La preparación de la novela como guía, casi a modo de oráculo consultado como I Ching. Pero se enfrenta a una realidad externa e interna que nunca encaja con el modelo de cronista heroico consagrado por la literatura. Aquí, como suele suceder, las cosas nunca resultan como fueron planeadas, imaginadas o soñadas. Y en esa búsqueda siempre desventurada, sufriente, insatisfecha, tan alejada del brillo que emana la figura del escritor, radica el mayor encanto de esta novela. “Si una cualidad primera emana de las páginas de La ruta del beso es la mordacidad con que el autor, como un entomólogo entusiasta, diseca a sus criaturas y destripa los ambientes donde se agitan. En la práctica hoy renovada de la crónica, Gorodischer se interna con escalpelo y bisturí”, halaga Edgardo Cozarinsky durante la presentación. “Pienso que con el tiempo este libro accederá a esa condición que tienen algunas páginas de las causeries de los jueves y los ‘entre nos’ de Mansilla, donde el testimonio de una época pasada, lejos de perecer con ella, sobrevive en la prosa de un autor que ha sabido escribirla, no sólo vivirla.”

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