India, adiós al exotismo
La estupenda novela ¿Quién quiere ser millonario?, de Vikas Swarup, convertida en una interesante película inglesa de Danny Boyle titulada Slumdog Millionaire, es solo la punta del iceberg de lo que está ocurriendo con la literatura de la India. No sé si realmente la India ha dejado de ser un territorio exótico para la mayoría de nosotros. Pero lo que sí es un hecho obvio es que, más allá del exotismo nacionalista que le exigen ciertos lectores y editores, los autores indios han aprendido a representar su país desde diversas perspectivas y universos. Pluralidad, ese es el nombre de la buena literatura actual. Tanto aquellos que viven en su país como aquellos que han hecho su carrera en Inglaterra, los escritores de la India están escribiendo obras extraordinarias que han tomado por asalto las mesas de novedades de España. Así deja constancia Mercedes Monmany en ABCD las letras. Empieza hablando de Adiga, el reciente premio Booker, y su Tigre blanco:
Siete serán las cartas que Balram Halwai, el protagonista de Tigre blanco (Miscelánea), la novela del autor indio Aravind Adiga que se alzó con el último y prestigioso Premio Booker, le dirige al primer ministro chino Wen Jiabao, de visita en Bangalore con el propósito de reunirse con un grupo de empresarios que le relatarán las claves del «milagro económico indio». Unas cartas escritas siempre a medianoche, como aquella legendaria del 15 de agosto de 1947 en que Jawaharlal Nehru proclamó, desde el Fuerte Rojo de Delhi, la ansiada y largamente esperada independencia de India. Para narrarle la verdadera historia del boom económico indio, que los ha conducido a un fabuloso desarrollo como país, Balram se ofrece a sí mismo, y a la turbulenta historia de su vida y de su país, como ejemplo. Esa India que le ha permitido a alguien como él, gracias a oscuros pactos con el diablo, lograr una insólita ascensión social «desde las tinieblas hasta la luz». Salir de los anónimos subsuelos que se esconden bajo los imponentes edificios de los barrios residenciales de Delhi, donde vive la nueva burguesía del high tech, habrá sido a costa de lo más siniestro e inconfesable: corrupción, traición, robo... y asesinato (...) Un joven representante de una de las más poderosas literaturas emergentes de nuestros días, la angloindia -o la india, sin más-, que sería el cuarto autor de esa procedencia en alzarse con el Booker Prize, tras Salman Rushdie, Arundhati Roy y Kiran Desai (El legado de la pérdida, Salamandra), hija de la célebre Anita Desai.
A partir de ahí, Monmany abre el abanico de temas y autores de India que están alimentando la literatura contemporánea:
Historias de regresos y confrontación con pasados que hay que reintegrar de nuevo: ahí estaría la excelente novela La cámara de los perfumes (Alianza), primera obra, de raíces autobiográficas, del periodista y editor Inderjit Badhwar, en la que el protagonista retorna a India con motivo de la muerte de su padre, mientras rememora sus años de Universidad en EE.UU., en la década de los 60, cuando su identidad india le confería un estatuto semiheroico entre estudiantes devotos de Ginsberg y Marcuse. Confrontación con un pasado de luchas revolucionarias que otro de esos típicos personajes deseosos de borrar las huellas de su identidad -personajes que tanto abundan en las creaciones del mestizo Hari Kunzru, hijo de británica e indio y autor del éxito mundial El transformista (Alfaguara)-, compondría en Mis revoluciones (Alfaguara). Pero también conoceremos viajes problemáticos al pasado, esta vez desde el frenético mundo urbano, representado por megalópolis como Mumbai o Delhi, hasta unos orígenes rurales, extremos que en India significan fracturas planetarias. Así lo narrará S. Shankar en una novela aparecida estos días: El viaje no ha terminado (La Otra Orilla). En ella, Gapalakrishnan, funcionario jubilado de Nueva Delhi, regresa a su pequeña localidad del sur de India para hacerse cargo de un importante puesto simbólico: el de patriarca de su estirpe, vacío tras el fallecimiento de su padre. Otra importante primera novela, la de Selina Sen (Un espejo florece en primavera, Siruela), tendría como trasfondo argumental las muchas veces violentos conflictos interculturales producidos tras la partición de 1947, que separó India de Pakistán, y de nuevo a Bangladesh como Estado independiente en 1971, provocando la mayor migración en la historia del subcontinente asiático. Aunque otro centro neurálgico y narrativo que se repetirá estos últimos años es ese monstruo fascinante constituido por la gigantesca ciudad de Bombay, o Mumbai, como es llamada ahora. Una vorágine fabulosa que va desde las estrellas rutilantes del Bollywood local o los fastuosos hoteles de factura colonial, hasta la más pavorosa e inimaginable pobreza y marginalidad de los sórdidos y atestados barrios de desheredados que circundan obscenamente ese mundo de lujo y refinamiento. Así lo narrarían la monumental y genial obra de Suketu Mehta Ciudad total. Bombay perdida y encontrada (Mondadori); el no menos grandioso thriller de uno de los más relevantes autores indios de nuestros días, Vikram Chandra (Juegos sagrados, Mondadori), o la excelente e innovadora concatenación de historias, verdadero alegato contra cualquier tipo de fanatismo religioso, de otro de los más celebrados jóvenes escritores actuales, Altaf Tyrewala, autor de Ningún dios a la vista (Siruela). Una megalópolis que también serviría de turbulento decorado para la novela ¿Quién quiere ser millonario?, de Vikas Swarup (Anagrama), en la que se ha basado la película Slumdog Millionaire.
Y finalmente, en este recuento en el que solo extraño alguna novedad de Vikram Seth (autor de dos novelas extraordinarias: la tolstoiana Un buen partido y esa pequeña joya sentimental titulada Una música constante), menciona a dos pesos pesados: los exitosos Jhumpa Lahiri y Rushdie:
Dos obras de dos de los principales autores angloindios del momento aparecerán próximamente en nuestra lengua: la última y esperada novela de Salman Rushdie, La encantadora de Florencia (Mondadori), en la que su autor emprende el viaje que llevó a Marco Polo hasta el Kublai Khan, pero de forma inversa, con la invención literaria de un indio que sale al encuentro de Europa. Y, en Salamandra, unos sutiles y magníficos relatos (Unaccustomed Earth) de la neoyorquina Jhumpa Lahiri, nacida en el seno de una familia bengalí. Un libro sobre ese tipo de pequeños detalles escapados de los clichés habituales o, si se prefiere, de ese «exotismo de pacotilla», como lo llama Rushdie.
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Actualización (11-2-2009)
Iván Thays ha escrito una respuesta a esta reseña, aunque en ella incurre en algunas tergiversaciones. En la reseña nunca se afirma que la novela trata la violencia política de una manera correcta o incorrecta, porque esa violencia es apenas un telón de fondo para el relato. Y cuando se habla de reflexiones sin peso o frívolas se refiere no al tema de la violencia sino a los de “la memoria y la ausencia del ser amado”. Cito la reseña:
“Estas remembranzas se convierten en reflexiones literarias… sobre aquellos temas que ya pueden ser considerados –aplicando la terminología vargasllosiana– los demonios personales de Thays: la memoria y la ausencia del ser amado. El que esas reflexiones no tengan el interés ni el peso necesario es sin lugar a dudas el mayor problema de Un lugar llamado Oreja de Perro. Como en los personajes y en las historias, aquí también el autor opta por lo efectista, esquemático y algunas veces hasta frívolo.”
No hay en la reseña nada de “critica social” ni de la tan temida presencia de Miguel Gutiérrez. Pero, al parecer, Thays no acepta que se le ponga ningún reparo a su novela, así que inventa una “teoría de la conspiración”: la de los críticos peruanos que no le perdonan… etc. Por supuesto, esa teoría no tiene sustento: las reseñas que cuestionan más duramente a la novela son las del español J. Carrión, el chileno Rodrigo Pinto o el mexicano Rafael Lemus. ¿Serán todos ellos críticos sociales discípulos de Gutiérrez?
8:26 p. m.
Interesante lo que pasa con la literatura india, creo que de tanto alejarse de sus exotismos, han empezado a ver que India tiene un "buen lejos"
Saludos.
P.D. Escuché tu conversatorio respecto a escritores peruanos en la feria del libro de Trujillo, lo que dijiste de Eguren, lo de no leer a un peruano solo porque sea peruano (sino porque sea bueno o muy bueno), lo de que el mundo no distingue a un peruano de un mexicano (mc ondo), y realmente en algunos parajes me dió ganas de pararme e irme.
Sin embargo debo confesar que pasado dicho impulso, comprendí que hablabas con sinceridad y convicción, la charla estuvo simplemente interesantísima. Gracias.
3:23 a. m.
Saludos,
Lo que sucede con la literatura india es un fenómeno quizá natural de la época, quizá de la globalización, quizá de un despertar de la socidedad, quizá de todo ello junto. Lo cierto es que, al igual que la economía, India y China despiertan y van con todo. En ciertos aspectos, se han convertido en sociedades ejemplares, ello no las exime de pobreza, marginación y autoritarismo.
Recomiendo la lectura del especial sobre literatura india de "www.booksmag.fr".
Sobre el comentario de "Anónimo", coincido con el acertado comentario que hace referencia a Rafael Lemus, cierto, es uno de los más audaces lectores y críticos, al menos en México, y, dada su fineza literaria, dudo que tenga algún interés alterno al de la literatura misma. No niego ni afirmo que sea parte del grupo de Gutiérrez, pero confío en su desinterés en servir a una persona.
(Para el comentarista anterior, sólo una pequeña observación, "dio" ya no lleva acento, alguna vez lo llevó, y lo vemos en la literatura del "español antiguo", Tirso de Molina, por ejemplo. El español ha cambiado tanto (algunos puristas dirían castellano a lo que hablamos en América Latina) y es tan increíble como fenómeno.)
Cordialmente,
Carmen R.
10:50 a. m.
Ok. gracias por el dato.
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