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La melancólica muerte del chico Sebald

La melancólica muerte del chico Sebald. Fuente: markmordue

Alvaro Colomer ha escrito un artículo imprescindible sobre un escritor imprescindible: W.G. Sebald, quien en el séptimo aniversario de su muerte ha sido homenajeado por la Universidad de East Anglia En dicho evento, la imagen del escritor contemplativo y melancólico ha sido complejizada, aumentada si se quiere, por otra imagen más: la de un escritor absolutamente jovial y capaz de disfrutar de la vida:

Las charlas se sucedieron a lo largo de todo un fin de semana, contando con personalidades de excepción no sólo por sus conocimientos teóricos, sino por haber compartido amistad con un escritor cuya personalidad ha sido distorsionada por parte de esa crítica literaria que, en muchos casos, ha cometido uno de los errores más típicos en la historia de la literatura: confundir al narrador con el autor. Porque Sebald no fue el hombre melancólico, solitario y en cierta manera apartado del hecho humano que se nos acostumbra a dibujar, sino una persona vital, alegre e incluso algo payasa.

El artículo continúa dando anécdotas que desmitifican al autor tristón de las fotos de contratapa, una figura incluso fomentada -al parecer- por el mismo Sebald porque sabía que en Inglaterra tenía mucha pegada la imagen del "alemán melancólico". De todas las anécdotas, la que más me fascina es ésta, por su lección literaria:

Y aún hay otro ejemplo, acaso una picardía de autor: recuerda el poeta húngaro George Szirtes que el día en que conoció a Sebald le preguntó por cierta casa de la que hablaba en las primeras páginas de Los emigrantes. Szirtes vivía en el pueblo que se describe al inicio de dicha novela, pero no había sido capaz de localizar esa casa en el mundo real. "¿Quieres que te cuente un secreto?", le soltó entonces Max. Claro que quería. "Esa casa no está ahí, sino en el pueblo de al lado." Fue entonces cuando Szirtes comprendió que el afán de Sebald por convertir sus libros en una suerte de "falsos documentales" iba mucho más allá de lo que se tiende a considerar. El autor de Los emigrantes no sólo revestía sus novelas de una parafernalia - imágenes reales, detalles verificables, datos históricos...-que les confiriera una verosimilitud extrema, sino que esa misma parafernalia, casi siempre tomada por verdadera, también estaba alterada hasta un grado insospechado. Dicho de un modo sencillo: en sus textos Sebald podía asegurar que un buzón estaba a la izquierda de una farola, cuando en el mundo real ese buzón está a la derecha. Y con estas pequeñísimas alteraciones, imperceptibles tanto para el lector como para el estudioso, se divertía. "Cuando me explicó aquello, esbozó una sonrisa que no era más que pura picardía", añade Szirtes.

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