Jorge Heralde premiado
Por primera vez se entregó el Premio Leyenda -ofrecido por el Gremio de Libreros de Madrid- en la Feria del Libro de Madrid y el primer legendario ha sido Jorge Herralde, el editor de Anagrama. Muy bien recibido el premio, obvio, y además muy acertado en el contexto de una feria que tiene como invitado de honor a la literatura latinoamericana, pues pocas editoriales españolas han hecho tanto por los autores de este lado del mundo como Anagrama (y ni se diga de los autores extranjeros en Panorama de Narrativas, los famosos amarillitos de los que hablaba Volpi, absolutamente imprescindibles). Ayer, Jorge Herralde dio una conferencia donde recordó los orígenes de la feria bajo el título "Elogio de la Feria del Libro de Madrid". Quienes conocemos las memorias de Herralde sabemos que el hombre está lleno de anécdotas que los fanáticos de souvenirs literarios siempre agradecemos. Aquí algunas geniales sobre las firmas de libros cuando los escritores españoles no eran célebres:
La firma de ejemplares es una antigua tradición de la Feria del Libro de Madrid, y en los años 80 los nuevos narradores "aún no congregaban masas" y era frecuente que dos de ellos compartieran caseta. "A Álvaro Pombo, siempre reacio a las firmas, cuando se ponía a ello, y si las colas eran nutridas, se le alegraban las pajarillas y se le veía gesticulante y parlanchín, incluso vociferante, pero con un toque de 'selfdeprecation very british'. Félix de Azúa siempre sostiene que Pere Gimferrer es 'el mayor espectáculo del mundo', pero cuando tiene el día, lo que por suerte sucede con frecuencia, la frase le conviene aún más a Álvaro", aseguraba Herralde. El director de Anagrama recordó también al "joven Marías", quien, en sus comienzos, "registraba en un papel cada firma con un palote y cuando llegaba a cinco tachaba el conjunto y empezaba otro. Al principio, esas proezas no siempre sucedían. Luego, a partir de 'Corazón tan blanco', el acelerón hizo imposible la minuciosa estadística". Muy reacio a las firmas se mostraba el ensayista José Antonio Marina, y si lograban convencerlo los editores, se situaba de espaldas al público, "a lo Miles Davis en algún concierto, como fingiendo observar los posters y libros de la caseta", y no se volvía hasta que algún paseante requería su firma.
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