MOLESKINE ® LITERARIO

Notas al vuelo en cuaderno Moleskine® .

Gracias por el salvavidas

Salvavidas. Fuente: revistaprofe

Ahora que la literatura latinoamericana está presente en la Feria del Libro de Madrid, muchos críticos miran de reojo a esa literatura y se preguntan: Cuando pase el tiempo y todos estos libros y autores se hundan ¿qué quedará del naufragio? En el Diario de Cádiz, César Romero lanza salvavidas a algunos libros y sus agotados autores. Sorprendentemente, uno cayó en mis manos. Se agradece.
¿Qué quedará de estas generaciones y estos recurrentes momentos estelares? Pues lo que queda del boom: unos pocos libros excelentes, unos cuantos escritores que habrá que seguir leyendo. Lo demás, el polvo, el ruido, sólo servirá para confundir calidades, para que se cuele durante un tiempo algún gato con falsa piel de liebre y para que algunos suplementos culturales tengan con qué llenar sus acomodadas y poco imaginativas páginas. Quedará El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince (Bogotá, 1958), y quizá algún libro suyo más. Y Los informantes de Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973). Y La materia del deseo de Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, 1967), entre otros. Y Caballeriza de Rodrigo Rey Rosa (Guatemala, 1958). Y El testigo o De eso se trata de Juan Villoro (México DF, 1956), y por supuesto más libros suyos. Y Livadia de José Manuel Prieto (La Habana, 1962). Y Los rojos de ultramar de Jordi Soler (La Portuguesa, 1963). Y La luna nómada de Leonardo Valencia (Guayaquil, 1969). Y El futuro de Gonzalo Garcés (Buenos Aires, 1974). Y El pasado de Alan Pauls (Buenos Aires, 1959), y quizá algún libro suyo más. E Hipotermia de Álvaro Enrigue (México DF, 1969). Y La disciplina de la vanidad de Iván Thays (Lima, 1968). Y El ángel literario de Eduardo Halfon (Guatemala, 1971). Y Salida de emergencia de Fabrizio Mejía Madrid (México D.F., 1968). Y todos ellos sin olvidar, claro, libros de escritores veteranos pero insuficientemente conocidos aún, como el colombiano Fernando Vallejo, los argentinos Edgardo Cozarinsky, Isidoro Blaisten y Juan José Saer, los venezolanos Victoria de Stefano y José Balza, los mexicanos Alejandro Rossi, Bárbara Jacobs y Fabio Morábito, entre otros. Una relación incompleta pero poco más larga si se mira desde Tijuana hasta la Patagonia, cuyo descubrimiento es uno de los secretos placeres para cualquier aficionado a la buena literatura.

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9:25 p. m.

Dicho sea con todo respeto, me pregunto: ¿qué quedará de la narrativa surgida en España? Cuando ganó el Cervantes, el español Antonio Gamoneda admitía que la poesía latinoamericana iba por mejor rumbo que la de su país. Las plumas de la madre patria, descontando, claro, a indiscutibles como Javier Marías o, siendo más laxos, a jóvenes como Kiko Amat, no debieran preocuparse tanto de la salud de la narrativa hispanoamericana como de la propia.

Con las más grandes editoriales de nuestra lengua en manos españolas, sería contradictorio o, al menos, paradójico que sacrificaran espacios para dárselos a narradores de nuestra región. ¿No es también, como pasó con el 'boom', responsabilidad de los editores la creación de estos grupos o generaciones? El súbito "redescubrimiento de América" tiene muchas aristas antes que la del naufragio, pienso.

Sin ánimo incendiario ni regionalista, yo apostaría por un naufragio más desastrozo de las letras españolas (aún etnocentristas) que de las de este lado del Atlántico.    



2:06 a. m.

Yo no soy tan optimista en ese sentido. ¿Acaso hay que dar por hecho que todo ya está escrito? Si todavía falta. Falta mucho. A lo mejor sólo quedan cuatro o tres. A lo mejor para dentro de unos cuarenta años por ejemplo, ya no se imprimen los libros que el autor menciona. A lo mejor les toca pasar al olvido. Yo creo que se habla mucho, se escribe mucho y mal, no en todos los casos. Sin embargo, no soy tan optimista porque la gente lee cada vez menos y para dentro de algunos años ya tendremos nuestro librito electrónico y todo se fundirá como una vela frente al fuego. Así que quedarán los que de verdad quieran apostar por el trabajo con el lenguaje, en algunos casos sin esperar recompensa alguna más allá de la que brinda el hecho de tener unos cuantos lectores; amigos que lean y saboreen tu obra y sean sinceros si tu obra es una porquería. Yo me quedo con Di Benedetto, con Marsé. No cambiaría jamás a Ibarguengoitia por Alvaro Enrigue, por ejemplo. Tampoco a Vargas Llosa por Alarcón. Y mucho menos a Jordi Soler por Rulfo. Jamás de los jamases. A lo mejor haría una batallita entre Tomas Mann y Banville. Y le daría la pelota a Carver, para que le diera un pase a Richar Ford, para que le metieran un golazo al papanatas de Bret Easton Ellis, pero esa es otra historia que no tiene nada que ver.    



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