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Vargas Llosa sobre Juan Cruz

Carátula del libro editado por Alfaguara. Fuente: Alfaguara

Con una evocación a su mala relación con su padre (y la envidia que le provocaba la que tenía un amigo del colegio con el suyo), Mario Vargas Llosa comenta las memorias Ojalá Octubre de Juan Cruz, editadas por Alfaguara. Lo hace en su columna "Piedra de Toque" publicada en la página de opinión de "El Comercio" este fin de semana.

Dice Vargas Llosa: "Se trata de una memoria literaria, no histórica, lo que significa que hay en ella no solo recuerdos, también seguramente fantasía y algunas libertades con lo vivido, pero sobre un sustrato emotivo y sentimental que se adivina muy auténtico y que está expuesto en esas páginas con tanta discreción como elegancia. Al igual que algunos de los últimos libros de Juan Cruz, "Ojalá Octubre" es una alianza de géneros, en la que el lirismo, el relato, la evocación, la introspección, la nostalgia y la viñeta se confunden en un texto hermafrodita, a caballo entre la poesía y la prosa, la autobiografía y la ficción."

Luego agrega: "Lo curioso es que aquella infancia que Juan Cruz evoca con tanta nostalgia y ternura en "Ojalá Octubre", transcurrida a la sombra del padre, estuvo muy lejos de ser un lecho de rosas. Por el contrario, fue la de un niño pobre y enfermizo, víctima de periódicos ataques de asma que le cortaban la respiración y lo ponían a orillas del desmayo y que su familia, tinerfeña, de origen campesino, muy humilde y de rudimentaria instrucción, curaba a baldazos de agua fría. La vida era escasez, deudas, cobradores incesantes, inseguridad, dietas de papas y algunos días los niños de la familia no podían ir a la escuela fiscal pues no había con qué pagar el boleto de la guagua (el autobús). La madre, la típica matriarca española que haciendo milagros daba de comer a todo el mundo --aunque fuera plátanos y más plátanos-- y mantenía a flote la barca de la bíblica familia sorteando con diestra mano e incombustible buen humor todos los diarios remolinos y tempestades, parece haber afrontado todo aquello con la más absoluta naturalidad, sin una queja, totalmente inconsciente de su grandeza moral y su heroísmo cotidiano, como si la vida fuera eso y no pudiera ser nada más que eso. Uno de los mejores logros de "Ojalá Octubre" es hablar de la pobreza y de los pobres sin la menor truculencia ni autocompasión, más bien con una soterrada ternura, y, a la vez, arreglárselas para hacernos sentir todo lo que hay de cruel e injusto en semejante condición".

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