Leonard Michaels
Me pregunto qué pensará Rodrigo Fresán, un estupendo conocedor de la literatura en lengua inglesa, de la declaratoria de Yépez que pretende sepultar la literatura norteamericana. Posiblemente no piense nada. Por eso se entusiasma tanto recomendando la lectura de una antología de cuentos de Leonard Michaels, un escritor de culto, uno más de aquellos que triunfan en EEUU por unos meses o años y luego caen en desgracia hasta que algún editor gruppie lo rescata, para felicidad de sus fans y de sus nuevos lectores, y eterna supervivencia (aunque le duela a Yépez) de la interminable literatura gringa. Por cierto, les dejo también este enlace donde Mauricio Salvador, desde México, traduce un cuento de Michaels.
Dice Fresán: "El neoyorquino Leonard Michaels (1933-2003) debutó en 1969 con la brillante colección de relatos Going Places (varias de ellas siguiendo las idas y vueltas de un tal Philip Leibowitz) y todo parecía indicar que había llegado un nombre destinado a grandes cosas y a convertirse en un grande. Comparaciones con Saul Bellow, Bernard Malamud, Grace Paley y Philip Roth (quizá, compartiendo incluso el año de nacimiento, la más acertada de todas; pero un Roth más freak y hardcore que el Roth de entonces y más parecido al Roth posterior de Mi vida como hombre y El teatro de Sabbath); loas de firmas como Susan Sontag, John Hawkes y William Styron y una candidatura al National Book Award. Su siguiente colección, I Would Have Save Them if I Could (1975) –insistiendo en su muy personal mezcla de surrealismo-gótico-posmoderno-realista que por momentos también recordaba al pícaro J.P. Donleavy, otro desaparecido–, repitió éxito crítico. Pero Michaels –quien se consideraba discípulo de Isaac Babel y que parecía más cerca de las desoladas canciones de amor noir de Leonard Cohen, ese otro Lenny judío, que de los himnos populares del vigente amor universal– ya era eso que se conoce como “un escritor de escritores”: una contraseña para entendidos. Su novela feminista/misógina The Men’s Club (1981, corregida y muy aumentada en 1993, también candidata al National Book Award) pareció mejorar las cosas alentada por un leve escándalo y por una torpe adaptación cinematográfica con guión propio que no le gustó a nadie y mucho menos a Michaels. Pero no. Y sus siguientes libros (combinando lo autobiográfico con la reescritura de la propia vida) fueron bienvenidos por unos pocos hasta que Michaels, misteriosamente, desapareció de todo canon y lista de favoritos. Su lentitud no le ayudó, pero no había caso (...) Y en una ocasión –poco antes de morir en Berkeley luego de una larga estadía en Italia–, Michaels bromeó con que “toda mi obra equivale a lo que algunos hacen en seis meses o Joyce Carol Oates en seis minutos”.
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