MOLESKINE ® LITERARIO

Notas al vuelo en cuaderno Moleskine® .

The Unnamed, una apuesta más

2.26.2010

Joshua Ferris y su novela. Fuente: Pagina 12

Todo el mundo le achaca, como si fuera un demérito, a Rodrigo Fresán la capacidad que tiene para ofrecer genios, autores insólitos, que aparecen una vez cada año por lo menos (a veces más) en la literatura norteamericana. Sí, es cierto, Fresán es un entusiasta. Pero ¿es malo el entusiasmo literario? No lo creo. No, no lo es. Allá esas pobres almas mustias incapaces de emocionarse por una novedad literaria. Que sigan subrayando su ajado librito de Crimen y Castigo. Yo prefiero seguir a Fresán y pensar que sí, por qué no, cada año hay algo por qué apostar, aunque muchas veces la apuesta se pierda. Como la vida misma. Ah, pero cuando se gana... cuando se gana todo vale la pena. La apuesta de Fresán esta temporada (o esta semana, si quieren joder) es Joshua Ferris (auntor de la exitosa primera novela Then We Came to an End o Entonces llegamos al final) con su segunda novela The Unnamed.

The Unnamed no sólo es mejor que Entonces llegamos al final sino que es mejor que tantos otros libros. Porque The Unnamed es eso que se conoce –a falta de mejor término– como “obra maestra”. Y el protagonista de The Unnamed –narrada en tercera persona del singular– es un tal Tim Farnsworth. Uno de los tantos protagonistas del Sueño Americano: felizmente casado con la hermosa Jane, socio admirado y envidiado en un bufete de abogados top (otra vez, guiños a Joseph Heller), padre de hija adolescente con problemas normales (Becka, que aporrea su guitarra para cantar sus blues) y, nada es del todo perfecto, desconcertado poseedor de una rara dolencia. Una de esas enfermedades freaks acerca de las que suele escribir Oliver Sacks (y Sacks tiene un perfecto cameo en The Unnamed) y que es aquello “sin nombre” o “innombrable” a lo que se refiere el título del asunto. Y la cosa es así: de tanto en tanto y cada vez más seguido (el lector siente un escalofrío cada vez que lee y escucha eso de “Ha vuelto”), Tim Farnsworth sufre arrebatos incontrolables que le hacen dejar lo que esté haciendo (el amor, recitando un alegato, mirando televisión, lo que sea), ponerse de pie, y salir a caminar hasta la extenuación en una desconocida y extrema variante de lo que se conoce como síndrome de piernas inquietas. Lluvia dura o sol furioso o nieve pesada. Vestido o desnudo. Allá va, allá sale Tim Farnsworth. Y Jane o Becka se quedan en casa, desesperadas primero y resignadas después, esperando la llamada telefónica de Tim Farnsworth que, después de salir de su tránsito de sonámbulo despierto, les pedirá que, por favor, pasen a buscarlo por cafeterías insomnes o bordes de autopistas o bancos de plaza.
Y eso es lo que cuenta The Unnamed con envidiable salud: las idas y vueltas de un mal tan bien escrito, las visitas a médicos, las esposas en la cama que no se utilizan para juegos sexuales, los desajustes en la vida familiar y laboral, la creciente angustia de Tim Farnsworth (luchando contra ese otro yo que lleva dentro y que no lo deja quieto) y quienes lo rodean a lo largo de décadas, los problemas de salud (tremendo ese instante en que el “héroe” descubre que se le ha caído un dedo del pie por la hipotermia y lo siente, suelto, dentro de su calcetín) y, finalmente, en párrafos de un lirismo emocionante, la victoria final y casi zen de un derrotado desde el principio que, involuntariamente, ha conseguido ese utópico nirvana de estar fuera de todas las cosas y caminante sí hay camino. [...]

The Unnamed es, también, una de esas contadas novelas a las que ninguna descripción les puede hacer justicia. Es –al igual de lo que sucedió con Being Dead de Jim Crace o Remainder de Tom McCarthy, también libros patológicos– algo que no se parece a otros salvo a sí mismo. Algo que hay que experimentar para comprender, admirarse y, sí, enseguida envidiar. Sanamente.

Si hay algo de justicia, The Unnamed debería llevarse el National Book Award y estamos en enero, el 2010 recién empieza, pero –aquí ahora, tan movilizado por estas páginas a las que me cuesta dejar atrás y a las que, enseguida, vuelvo a leer desde la primera de ellas– se me hace difícil pensar, ojalá me equivoque, que leeré algo mejor a lo largo de este año.ovela, publicada a inicios de año, The Unnamed.

Etiquetas: , , ,

Vietnam de 9-5

2.03.2008
Poco agraciada carátula del libro. Fuente: RBA

Mi Vietnam en realidad es de 8:30 a 6:00 pm pero estoy de acuerdo con Rodrigo Fresán: sobrevivir a una oficina es una épica contemporánea. Una estupenda e informada -como siempre- reseña de Entonces llegamos al final, el libro de Joshua Ferris traducido por RBA y que fue elegido por The New York Times Book Review una de las cinco mejores novelas del año. La cereza del pastel: el ingenioso título de la reseña de Fresán: "La conjura de los memos". La coloco completa porque no sé qué quitar sin echarla a perder.

Dice la reseña: "No es novedad que la oficina es uno de los círculos más agónicos y cerrados del infierno. Y la literatura norteamericana -con miradas distintas pero aún así coincidentes y que incluyen, entre tantos otros, a El hombre del traje gris de Sloan Wilson, La pianola de Kurt Vonnegut, American Psycho de Bret Easton Ellis- siempre sudó para recordarnos aquello de «Abandonad toda esperanza quienes entren aquí». Al menos por unas horas. El joven Joshua Ferris -quien estuvo allí y vivió para contarlo- vuelve a invitarnos a abrir las puertas de un Vietnam de 9 a 5 y a pasearnos por pasillos, escritorios y nerviosas zonas de descanso en su debut novelístico, Entonces llegamos al final, finalista del último National Book Award y elegido como uno de los cinco mejores libros del año por el suplemento de libros de The New York Times. Nada mal. Y tampoco está nada mal lo de Ferris aunque esté confeccionado con materiales malvados y por una serie de situaciones horripilantes donde los memos escritos se confunden con los memos que los escriben. Territorio salvaje. Bienvenidos entonces al año 2001 y a la decadencia terminal de una agencia de publicidad de Chicago golpeada por la disolución del espejismo dot.com. Todo narrado por un yo plural (un nosotros corporativo que recuerda a los mejores relatos de Donald Barthelme) funcionando como guía por un territorio salvaje donde se corre el mortal peligro de que te roben la silla. Y esto es lo que hace de Entonces llegamos al final un verdadero tour-de-force narrativo en el que el lector, poco a poco pero con seguridad, va identificando e identificándose con los diferentes personajes. Un plantel que incluye a un adicto al trabajo permanentemente saboteado por sus colegas, un depresivo que roba (y consume) los medicamentos de una compañera, una chica con un peinado pasado de moda, alguien que decide expresarse utilizando nada más que frases extraídas de El padrino, un tipo que está escribiendo una novela en sus ratos libres: «Un libro pequeño y furioso sobre nuestras vidas en el trabajo»? Y uno a uno, todos ellos van siendo eliminados (despedidos) como en un policial de Agatha Christie. Y la paranoia aumenta y las cafeteras se vacían y los rumores se propagan «como la gripe». Y la última oportunidad reside en un encargo endiablado de un cliente invisible: una campaña sobre el cáncer de mama que haga reír a quienes lo padecen. Volver a empezar. Pero el verdadero misterio aquí es el que se refiere a la misma naturaleza y esencia de la vida laboral: ¿cómo es que pasamos una gran parte de nuestras vidas junto a seres con los que poco y nada tenemos que ver y de los que, sin embargo, acabamos sabiendo mucho más de lo que conocemos de la persona que duerme a nuestro lado?

Definida por Nick Hornby como un cruce entre esa obra maestra de la BBC que es The Office y Kafka, lo cierto es que Entonces llegamos al final recuerda más a aquel Don DeLillo «gracioso» -el de Ruido de fondo y End Zone- cruzado con la piadosa observación social de Douglas Coupland. Pero a lo que más y mejor recuerda todo esto -en tono y en forma- es a la que probablemente sea la mejor novela «de oficina» jamás escrita: Algo ha pasado de Joseph Heller, mucho mejor que su célebre Trampa 22. En una entrevista, Ferris aclaró que el libro no es autobiográfico pero que se ocupa de una sensación autobiográfica. Y universal. Ferris dijo también que escribió una novela sobre la oficina porque, una vez afuera de todo eso, extrañaba la oficina. Tal vez de ahí la coda de las últimas páginas -luego de tanta tragicomedia, cinco años después del Big Crack y de la caída de las torres- y una cierta cansada ternura describiendo el retorno a un hogar no necesariamente dulce luego de unos cuantos tragos para el camino. Y a la mañana siguiente volver a empezar. Nada ha cambiado mucho, y es que hay pocas cosas más estables que el infierno de la oficina. Pero no todo está perdido: al final nos enteramos de que aquel que estaba escribiendo un libro, lo terminó y lo publica y lo presenta. Y no le va a ir nada mal con él, parece.

Etiquetas: , , , , ,