The Unnamed, una apuesta más
The Unnamed no sólo es mejor que Entonces llegamos al final sino que es mejor que tantos otros libros. Porque The Unnamed es eso que se conoce –a falta de mejor término– como “obra maestra”. Y el protagonista de The Unnamed –narrada en tercera persona del singular– es un tal Tim Farnsworth. Uno de los tantos protagonistas del Sueño Americano: felizmente casado con la hermosa Jane, socio admirado y envidiado en un bufete de abogados top (otra vez, guiños a Joseph Heller), padre de hija adolescente con problemas normales (Becka, que aporrea su guitarra para cantar sus blues) y, nada es del todo perfecto, desconcertado poseedor de una rara dolencia. Una de esas enfermedades freaks acerca de las que suele escribir Oliver Sacks (y Sacks tiene un perfecto cameo en The Unnamed) y que es aquello “sin nombre” o “innombrable” a lo que se refiere el título del asunto. Y la cosa es así: de tanto en tanto y cada vez más seguido (el lector siente un escalofrío cada vez que lee y escucha eso de “Ha vuelto”), Tim Farnsworth sufre arrebatos incontrolables que le hacen dejar lo que esté haciendo (el amor, recitando un alegato, mirando televisión, lo que sea), ponerse de pie, y salir a caminar hasta la extenuación en una desconocida y extrema variante de lo que se conoce como síndrome de piernas inquietas. Lluvia dura o sol furioso o nieve pesada. Vestido o desnudo. Allá va, allá sale Tim Farnsworth. Y Jane o Becka se quedan en casa, desesperadas primero y resignadas después, esperando la llamada telefónica de Tim Farnsworth que, después de salir de su tránsito de sonámbulo despierto, les pedirá que, por favor, pasen a buscarlo por cafeterías insomnes o bordes de autopistas o bancos de plaza.
Y eso es lo que cuenta The Unnamed con envidiable salud: las idas y vueltas de un mal tan bien escrito, las visitas a médicos, las esposas en la cama que no se utilizan para juegos sexuales, los desajustes en la vida familiar y laboral, la creciente angustia de Tim Farnsworth (luchando contra ese otro yo que lleva dentro y que no lo deja quieto) y quienes lo rodean a lo largo de décadas, los problemas de salud (tremendo ese instante en que el “héroe” descubre que se le ha caído un dedo del pie por la hipotermia y lo siente, suelto, dentro de su calcetín) y, finalmente, en párrafos de un lirismo emocionante, la victoria final y casi zen de un derrotado desde el principio que, involuntariamente, ha conseguido ese utópico nirvana de estar fuera de todas las cosas y caminante sí hay camino. [...]The Unnamed es, también, una de esas contadas novelas a las que ninguna descripción les puede hacer justicia. Es –al igual de lo que sucedió con Being Dead de Jim Crace o Remainder de Tom McCarthy, también libros patológicos– algo que no se parece a otros salvo a sí mismo. Algo que hay que experimentar para comprender, admirarse y, sí, enseguida envidiar. Sanamente.
Si hay algo de justicia, The Unnamed debería llevarse el National Book Award y estamos en enero, el 2010 recién empieza, pero –aquí ahora, tan movilizado por estas páginas a las que me cuesta dejar atrás y a las que, enseguida, vuelvo a leer desde la primera de ellas– se me hace difícil pensar, ojalá me equivoque, que leeré algo mejor a lo largo de este año.ovela, publicada a inicios de año, The Unnamed.
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