MOLESKINE ® LITERARIO

Notas al vuelo en cuaderno Moleskine® .

¿Para qué sirve la Literatura?

10.26.2008
metal pen. Fuente: grand illusions

Mientras está en la dulce espera (según lo que he sabido, el que está con mareos y angustias pre-parto es él) Gastón García recupera su Barrio Chino para hacer tres posts ligados para recomendar el libro de Antoine Compagnon publicado por Acantilado: ¿Para qué sirve la literatura? En el primer post, recupera algunas definiciones que arrancó como periodista a algunos de sus entrevistados. En el segundo post, se ocupa específicamente del libro de Compagnon. Y en el tercer post, publica algunas de las respuestas de autores universales.

Y mientras ustedes leen los post que ha colgado Gastón en "Barrio Chino" yo me quedo con esta definición de para qué sirve la literatura de la freak Carson McCullerss que encontró Rodrigo Fresán y supo colocar, en el momento preciso, en el prólogo a El aliento del cielo (Seix Barral), la antología de cuentos y novelas breves de la norteamericana:

No me gustaría vivir si no pudiese escribir... La escritura no es solo mi modo de ganarme la vida; es como me gano mi alma".

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McCullers y el amor

11.06.2007
Carson McCullers. Fuente: autobiography in blue

"Los relatos y nouvelles de Carson McCullers –así como sus novelas– se ocupan de un solo tema: el Amor", así de categórico empieza el prólogo que Rodrigo Fresán hace de El aliento del cielo (Seix Barral), una recopilación de cuentos y novelas cortas de la escritora norteamericana. En "Radarlibros" adelantan el prólogo que, como suele suceder con los prólogos de Fresán, crea la necesidad -y angustia- de leer ese libro de mandera inmediata (pueden leer, además, el cuento autobiográfico de la autora que da título al libro en "Confabulario"):

Dice Fresán: "McCullers, para mí, no se alinea dentro de ninguna categoría regional o personal. Por el contrario, siempre pensé y sigo pensando que McCullers pertenece a ese tipo de artista que parece empezar y terminar en sí mismo y que –con cierta maestría en el arte de la histeria– se las arregla para atraer a fieles fascinados por su, valga la redundancia, rara rareza. Así, McCullers –ya desde niña obsesionada por los fenómenos de feria– podría pertenecer a la misma familia de freaks sin familia que incluye, por citar casos muy diferentes y “deformidades” muy distintas, a gente como Bruno Schulz, Felisberto Hernández, J. D. Salinger, Jane Bowles, Juan Rulfo, Yukio Mishima, Philip K. Dick, Denis Johnson y Haruki Murakami, entre otros. Firmas que se caracterizan por abducir a sus lectores y proponerles variaciones verosímiles de otros mundos que están en este mundo. Escritores con visión propia que nos enseñan a mirar y apreciar lo que sólo ellos ven y, de pronto, allí está todo eso, en todas partes.

(...)

McCullers, en realidad, consideraba a todos los maestros como sus maestros no de escritura pero sí de lectura. En los largos días y meses y años de convaleciente y en la necesidad de escapar de esa cama y de ese cuerpo roto formándose y leyendo vorazmente todo y a todos. De Proust, por ejemplo, afirmó que la “inmensa deuda” que tenía con él pasaba por “la buena suerte de tener siempre un lugar al que volver, un gran libro que nunca pierde el brillo y nunca se convierte en algo opacado por la familiaridad”. Un libro precisamente así aspira a ser El aliento del cielo –hasta donde sé, el más completo y representativo de la obra de la autora en idioma castellano, comprendiendo la totalidad de sus ficciones breves y no tanto, dejando fuera tan sólo sus dos novelas largas, El corazón es un cazador solitario y Reloj sin manecillas–, donde se pone de manifiesto el genio de alguien que podría resultar “dificultoso” para algunos, pero no para ella misma. Alguien que, en 1958, no dudaba en afirmar: “Yo tengo más que decir que Hemingway, y Dios sabe que lo he dicho mejor que Faulkner”.

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