Thomas Bernhard inédito
Thomas Bernhard odiaba los premios literarios. No recuerdo en cuál novela suya fue (en una época devoraba las novelas de Bernhard como píldoras) en la que decía algo así como que recibir un premio nacional era como que te echaran mierda en la cabeza. Algo así. Sin embargo, su último libro, la colección de relatos inéditos que estaba preparando antes de morir, llevaba como título Los premios. resulta curioso pero, al leer las tramas, no es tan sorprendente. Son nueve cuentos. Apareció este año una edición en Alianza Editores y lo reseñan en "Babelia".
Resulta sorprendente que sea un libro dedicado a los premios, por los que siempre había manifestado el mayor de los desprecios, lo último que dejara Bernhard listo para sus lectores. Lo que ocurre luego en los textos es que la excusa es lo de menos y que, de nuevo, lo que importa es su escritura y su particular forma de enfrentarse a las cosas y de ver el mundo. La llamada "tía" del escritor es uno de los personajes esenciales de muchos de los relatos. Siempre está ahí, como la persona de la que todo depende, como la compañera con la que comparte lo más importante, la que lo anima, orienta, provoca, apoya. Es la mujer por la que siente la mayor de las devociones, la fuerza oculta que mueve los engranajes que le permiten vivir y escribir. Esa "tía" era Hedwig Stavianicek, una mujer 37 años mayor que el escritor y a la que conoció en 1950 cuando estaba ingresado en el sanatorio antituberculoso de Grafenhof. En Viena vivió siempre en su casa, y fue ella la que, como cuenta Miguel Sáenz en su biografía de Bernhard citando a Annemarie Siller, "lo sacó realmente del lodazal". Raimund Fellinger considera, siguiendo la pista de distintas referencias cronológicas que hace el propio Thomas Bernhard, que Mis premios surgió entre principios de 1980 y finales de 1981. En los nueve relatos, cada uno titulado con el nombre de un galardón, hay mucha narración autobiográfica y, sobre todo, hay mucho humor. El furibundo escritor que metía el dedo en las llagas para explorar a fondo la envergadura de cada una de las heridas de los hombres aparece en estas piezas como un frágil individuo que persigue cualquier oportunidad para sacarle el mayor partido a la vida. Claro que se pasa el tiempo echando pestes de esto y de lo otro, y también de los premios, claro, que casi siempre acepta por el dinero que le proporcionan. "No estoy dispuesto a rechazar veinticinco mil chelines, decía, soy codicioso, no tengo carácter, yo también soy un cerdo", escribe en su pieza sobre el Nacional de Literatura que concede el Ministerio austriaco de Cultura, y en el que consiguió con su discurso irritar a su máximo responsable.
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La novela que no recuerdas es El sobrino de Wittgenstein.
9:01 p. m.
Es en "El sobrino de Wittgenstein", señor Thays:
"Hasta los cuarenta años me sometí a la humillación de esas concesiones de premios. Hasta los cuarenta años. Dejé que me defecaran en la cabeza en esos ayuntamientos y salones de actos, porque una entrega de premios no es otra cosa que una defecación en la cabeza de uno. Aceptar un premio no quiere decir otra cosa que dejarse defecar en la cabeza, porque le pagan a uno por ello. He sentido siempre las concesiones de premios como la mayor humillación que cabe imaginar, no como una exaltación. Porque un premio se lo entregan a uno siempre sólo personas incompetentes, que quieren defecar en la cabeza de uno si se acepta su premio. Y están en su perfecto derecho de defecar en la cabeza de uno, que es tan abyecto y tan bajo para aceptar su premio"
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