MOLESKINE ® LITERARIO

Notas al vuelo en cuaderno Moleskine® .

Oates no se agota

Joyce Carol Oates. Fuente: NYT magazine

"Oates no sabe lo que es el miedo a la página en blanco y, de tenerlo, lo vence enseguida llenándola de letras negras" dice Rodrigo Fresán al iniciar su reseña de La hija del sepulturero (Alfaguara), la última novela traducida al castellano (pero sin duda no escrita) de Joyce Carol Oates. La fertilidad literaria de Oates, con más de cien libros publicados y un ritmo de por lo menos dos ediciones al año desde 1963, es una superstición del Hollywood Literario. Todos hablan de ellas, espantados, y para muchos ésa es la principal razón por la que los premios Nobel nunca toman tan en serio la seria candidatura de esta narradora al Nóbel. Ante tan fecunda actividad, la pregunta no debería ser si todos los libros son extraordinarios. Solo habría que preguntarnos qué tan extraordinarios son sus libros extraordinarios. Fresán dice sobre La hija del sepulturero:

(...) alguien que tan sólo se haya dedicado a sus títulos más recientes (mi caso) descubrirá, casi enseguida, un patrón interesante y algo patológico. Oates –tal vez cansada de no ser valorada por lo que es o con tiempo y fuerza suficiente para ser muchos y hacer mucho– ha publicado una serie de novelas que, consciente o inconscientemente, parecen creadas, en principio, a la manera de y utilizando temas y paisajes de otros escritores. De este modo, podría entenderse a Blonde (2000) como su Novela DeLillo, Middle Age (2001) como su Novela John Updike, Beasts (2002) como su Novela Patrick McGrath, The Tattooed Girl (2003) como su Novela Philip Roth no en vano dedicada a Philip Roth, Rape (también del 2003) como su Novela Richard Price, Niágara (2004) como su Novela John O’Hara, Missing Mom (2005) como su Novela Anne Tyler y Black Girl / White Girl (2006) como su Novela Mary McCarthy. La hija del sepulturero (2007) podría ser considerada su Novela William Styron. Y –a no confundirse– como todas las anteriores es, también y antes que nada, una Novela Joyce Carol Oates marcada a fuego y a hielo por lo que acaso sean sus rasgos más reconocibles: una cierta compulsión gótica-guiñol, un culto al novelón sensacionalista del siglo XIX, una fiebre mórbida y desesperada, un viento que no cesa y una necesidad de crear hembras más fatalistas que fatales convirtiéndola en una especie de descendiente mutante de las hermanas Brontë o en pariente bizarro de ese otro idiota savant de sus letras nacionales: Theodore Dreiser. Dije antes que La hija del sepulturero es una Novela William Styron porque –si a algo recuerda– es a La decisión de Sophie y al modo en que se las arregla para contar, casi lateralmente, los efectos del Holocausto. Así, Rebecca Schwart –nacida en 1936, a bordo un barco de refugiados alemanes atracando en New York– es, como la Sophie Zawitowska de Styron, una heroína trágica y una sobreviviente profesional. Pero mientras Sophie tiene un secreto, Rebecca tiene muchos y por eso le pasan muchas cosas. Pasen y vean: un padre maltratador, un asesino serial, muertes más o menos accidentales, sexo apasionado, cambio de personalidad, un prodigio musical, revelaciones inesperadas y redenciones finales, etcétera. Es entonces –alcanzada la última página, mucho después de que uno haya dejado de resistirse a la propensión al arquetipo y al cliché, al sentimentalismo y se rindiera a la tan poderosa como por momentos infantil imaginación de esta autora– cuando comprendemos que la Novela William Styron de Joyce Carol Oates se ha convertido en la Novela John Irving de Joyce Carol Oates sin dejar por eso de ser algo muy personal. Porque –como se revela en el reciente The Journals of Joyce Carol Oates 1973-1982– en La hija del sepulturero se percibe un cuidado y un cariño ausente en muchas de sus tan veloces como apresuradas novelas. Oates meditó largamente antes de sentarse a escribir este material cercano y sensible que ficcionaliza la vida de su propia abuela. De acuerdo, aquí están la saga de gran aliento, la voluntad mítica, la adicción a firmar otra Gran Novela Americana sin por eso perder de vista las maniobras más astutas del best-seller pero –aun en sus grotescos excesos folletinescos– también algo valioso y muy intenso. Uno sale de La hija del sepulturero como de uno de esos dorados melodramas estelarizados por Bette Davis. No es fácil, no es poco: recientemente, escritores con un perfil acaso más prestigioso que el de Oates (Shirley Hazzard con El gran incendio y Russell Banks con La reserva) fracasaron en el intento.

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2:31 p. m.

Tiene la mirada triste, quizás angustiada se diría, de Virginia Woolf.Algo que no sería raro por supuesto.
SACAPUNTAS NEBRIJA    



6:52 a. m.

Para Fresan como que da igual Bellow que Updike, Updike que Irving, Irving que Oates...etc su lema es "me basta que seais gringos para leeros, amaros y difundiros..". Yo creo que hay matices y que Irving es superficial y verboso, a Updike le quedó faltando la capacidad de llegar a la esencia de Bellow para ser el mejor escritor de la historia (tiene la mejor prosa en mi opinión). En fin, como difusor Fresan funciona bien pero hay que saber cuando desconfiar de él, llevo 7 años siguiéndole la pista a sus reseñas y más o menos sé cuando hacerle caso y cuando no.

Saludos Atte José María León    



9:18 a. m.

Qué opacidad la de esta gringa para vestirse, es ella toda tan carente de estilo....Debería explotar su "esprit" con algo de glamour", la combinación de ambos factores sería irresistible.
JACINTO MALOSVIENTOS (Maquillador)    



8:42 p. m.

Se parece a la hijita de la Familia Monster, pero ya crecidita.    



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