Semblanza de Zambra
Pero ¿quién es este sujeto que toca la guitarra? ¿El Kurt Cobain de la calle Seminario? ¿La versión mapuche de Bombita Rodríguez? ¿El Paco de Lucía araucano o un cantante de nueva trova, avante le lettre y colocolero? No, es Alejandro Zambra. Y si piensan que está tocando algo emotivo y patriótico de la Violeta Parra o al menos una versión acústica de Robert Smith se equivocan. Está intentando, por enésima vez y sin vergüenza alguna, afinar los acordes de la canción de Roberto Carlos sobre el gato que está triste y azul (la estrofa "yo no sé por qué la ventana es más grande sin tu amor" fue culpable de mi primera emoción estética, se justifica). Pasé los tres últimos días de mi visita a Santigo de Chile en casa de Alejandro y, aunque fue una estancia improvisada e imprevista, lo cierto es que fue lo mejor del viaje: el compañerismo Bogotá39 actualizado cada vez que cualquiera de nosotros nos encontramos, el enorme afecto, los desayunos con chorizo español regado de aceite de oliva, los libros comentados, las afinidades literarias, las historias de amor confesadas, la coincidencia de macAdictos, la enorme generosidad de Alejandro, su inteligencia y su insospechada ternura. Si no fuera porque pretendía regalarme cada tres cuartos de hora, un nuevo ejemplar de su poemario "Mudanza" (no sé por qué tiene una caja lleno de ellos y se los endilga a cualquier transeúnte que pasa por su lado) todo hubiera sido perfecto. Desde luego, convivir con un escritor tan talentoso como él tiene sus bemoles. Por una parte, soy testigo privilegiado de un libro de cuentos extraordinario que tiene listo (ahí aparece un relato titulado "El Cíclope" que es lo mejor que ha escrito, según creo) y de los grandes avances de una novela suya que estará lista en unos meses (si no lo interrumpe, justo, una mudanza). Y también de su biblioteca estupenda, ecléctica y desordenada como toda buena biblioteca, donde cada vez toma mayor presencia Natalia Ginzburg, su nueva ídola literaria. Pero por otra parte, también he presenciado sus zonas oscuras: el cuidado para arrugar la ropa recién planchada en la lavandería de abajo ("la señora que atiende es mi mejor amiga" dice), y despeinarse durante horas frente al espejo para acertar con precisión en aquel look grunge que es la campaña de marketing más exitosa de la literatura latinoamericana última. También lo he visto pasearse por la casa con un calzoncillo blanco autografiado in situ por el Mati Fernández; de su fucking calefón que se apagaba siempre y nunca pude ducharme con agua caliente; de su obsesión por una cafetera cuyo cable cruzado es un riesgo mortal de choque eléctrico; de la inexistencia de toda vida animal o vegetal (¿bonsai? no me hagan reír) en su casa, salvo una solidaria lechuga que oscurece sus días en el refrigerador al lado de media docena de cajas de tabaco ("para que se conserven mejor" me ilustra); del programa para robarse la información de los iPod ajenos que tuvo a bien regalarme para que yo pueda robarme su música (desde cumbias arrabaleras hasta The Beatles y Tom Waits, pasando por Los Angeles Negros y aquella canción del rey que se quedó sin castillo y sin amor). Pero sobre todo, soy testigo ocular, y lamentablemente auditivo, de algo que no pienso callar y casi termina con nuestra amistad para siempre: Alejandro Zambra, señores, junto a un amigo suyo cuyo nombre se me pasó apuntar (para entregarlo a la policía), intentaron tocar Life on Mars de David Bowie en ritmo de cueca a las tres de la mañana. Eso no se hace, Zambra. Lo considero algo así como un exceso de confianza, un escupitajo en el rostro, una bofetada en plena jeta del buen gusto, algo que sé que jamás podré superar sin terapia psicoanalíticamente asistida. Incluso me temo que mi dolor de muelas, que aún persiste, empezó justo en ese momento ingrato. Ya te pasaré la cuenta del analista y del dentista.
Por lo demás, te extraño colega. ¡Suerte!
Vaya personaje. ¿Y cómo es eso de chorizo español con aceite de oliva?
7:05 p. m.
¡Hombre, te fuiste de lengua! Los amigos de Alejandro queríamos mantener en secreto su simpatía y calidez, cosas raras en un escritor tan bueno como él y sobre todo en un escritor chileno.
6:21 a. m.
hola iván, ¿está en Lima ya Un lugar llamado Oreja de Perro?, podrías decirme cuando estará y además de cuando llegara Un hombre en la oscuridad???
Gracias
Christian
6:42 a. m.
ah ivan y kuando se presentará un lugar llamado oreja de perro en Lima???? gracias
Christian
7:11 a. m.
Extraño ser humano y magnífico escritor el Señor Zambra. Aunque lo de meter los cartones de tabaco en el refrigerador también lo hice yo durante mucho tiempo, hasta que deje de fumar. Allí se conservan de maravilla.
Alex Nortub.
7:52 a. m.
Qué ganas de tocar la guitarra junto al Gran Zambra. ¿Cuándo publicará ese libro de cuentos?
10:47 a. m.
Ja,ja,ja,ja,ja. Si no es el mejor, es uno de los mejores textos que he leído aquí, me gustó mucho, bastante informal y ácido, pero una acidez amable con los amigos, buena descripción del lado poco estético de un literato. Bueno...
11:33 a. m.
¿y cómo se llama ese programita para agenciarse las canciones de ipod compartidos?
Buen post
1:30 p. m.
coincido con el de arriba, un gran post, seguro el mejor de todos. sería paja un libro que hable del lado íntimo de los escritores, escrito por otro escritor, un amigo infiltrado.
suave con el chorizo de zambra!
saludos,
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