Martín Kohan, premio Herralde
Hoy falló el premio Herralde, el más prestigioso del idioma. Y me doy con la sorpresa que un amigo reciente y un viejo amigo coinciden como ganador y finalista. El ganador es Martín Kohan, escritor argentino a quien conocí hace unos meses en el Festival literario de Berlín. La impresión que me causó fue tan buena que leí apenas llegado a Lima su novela, editada recientemente por Mondadori, Museo de la revolución. Si Ciencias morales, el título de la novela ganadora, es tan buena como ésa sin duda estaremos ante uno de los mejores Herraldes. Y como finalista quedó el mexicano Antonio Ortuño, con quien compartí una mesa en la FIL Guadalajara gracias a Julio Ortega. Entonces Ortuño era muy joven y aún inédito. Mucha gente me ha hablado de él después y leí algo suyo en una revista mexicana, "Cuaderno Salmón", hace unas semanas y estaba muy bien. Felicitaciones a ambos.
Dice la nota de prensa: "Martín Kohan (Buenos Aires, 1967) se ha alzado con el XXV Premio Herralde de Novela gracias a su obra Ciencias morales. Por su parte, Antonio Ortuño (Guadalajara, 1976) ha resultado finalista con Recursos humanos. El jurado encargado de emitir este fallo ha estado compuesto por Salvador Clotas, Juan Cueto, Esther Tusquets, Enrique Vila-Matas y el editor Jorge Herralde. El galardón, convocado por Editorial Anagrama, está dotado con 18.000 euros. Aparte de las obras finalistas, cabe destacar la amplia presencia de escritores latinoamericanos, un reflejo de los numerosos manuscritos de dichos países que se han presentado al Premio".
Además, también adelantan el argumento de la novela ganadora: "Los muros del colegio son gruesos y consistentes. Prometen preservar la rutina de los días de estudio de todo lo que pueda estar pasando fuera, de todo lo que -de hecho- está efectivamente pasando fuera, en las calles vecinas, en Buenos Aires, en esa Argentina de 1982. ¿Pero qué espacio limitan esos muros, un lugar de adquisición del saber o un recinto sadiano? Porque el colegio extiende su jurisdicción más allá de la enseñanza, imparte a sus alumnos una rigurosidad que no deben descuidar en ninguna circunstancia de sus vidas, una implacable moral que debe constituirse en el inflexible esqueleto de todos sus actos. María Teresa es preceptora en este colegio, o sea, una inocente -o quizá sólo ignorante- maestra de ceremonias. Tiene veinte años, empezó a trabajar cuando todavía era verano, y el señor Biasutto, el jefe de preceptores, le reveló en su primera entrevista la actitud que convenía adoptar con los alumnos. Porque no era fácil obtener lo que él llamaba "el punto justo" para la mejor vigilancia. Una mirada alerta a la que no se le escapara nada pero que no fuera evidente, para no poner sobre aviso a los estudiantes. Una mirada a la que nada le pasara inadvertido, pero que pudiese pasar inadvertida ella misma. Quizá la mirada del perverso, o del carcelero, o del amo. Y María Teresa, que admira al señor Biasutto, se perfecciona como preceptora, se esmera en la aplicación de las normas y la corrección de las conductas. Pero si todo está prohibido -hasta para ella misma-, todo es transgresión. Y cuando María Teresa, persiguiendo un vago, quizá inexistente olor a tabaco, comienza a esconderse en los lavabos de los chicos para sorprender a los que fuman y llevarlos ante la autoridad, y poco a poco hace de ello un hábito oscuramente excitante, no es de la violación de las reglas sino de su aplicación a ultranza de donde surgirán la torsión y el desvío, de la rigurosa vigilancia de una completa rectitud, de la custodia inflexible de una normalidad total y atroz. Una vigilancia, una custodia que tal vez estén siendo aplicadas más allá del recinto de este pequeño mundo cerrado que nos descubre Martín Kohan. Porque extramuros de ese colegio donde estudian y han estudiado las futuras clases dirigentes, hay otro mundo, hay un país que acaso se le asemeja. Ciencias morales confirma indiscutiblemente la extraordinaria madurez narrativa de uno de los autores más inteligentes, más estimulantes, de la reciente literatura argentina.
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