MOLESKINE ® LITERARIO

Notas al vuelo en cuaderno Moleskine® .

Bruno Schulz en Drohobycz

Autorretrato de Bruno Schulz. Fuente: bodil zalesky

En el suplemento "Babelia", Antonio Muñoz Molina aprovecha una exposición en España de los grabados del autor para hacer un homenaje a uno de los narradores más brillantes y raro, rarísimo, que dio el siglo XX: el polaco Bruno Schulz. Y en especial al barrio de Drohobycz, centro neurálgico de su obra, que que perteneció al Imperio Austrohúngaro y a Polonia y a la Alemania nazi y a la Unión Soviética y ahora es parte de Ucrania.

Dice Muñoz Molina: "Drohobycz, el lugar apartado del mundo, se convierte en el mundo para el fugitivo que nunca llega a irse. (...) Las postales en sí mismas, como las fotografías, las cartas, los dibujos, los libros, son reliquias de aquel tiempo, de aquel mundo extinguido. En la imaginación literaria y visual de Bruno Schultz esas calles conocidas y tediosas en las que pasó su vida se llenan de una oscuridad en la que las casas parecen agazaparse contra la noche y el miedo como las figuras humanas. Detrás de las puertas hay bocas de pozos y de laberintos. El escaparate de una tienda vulgar de tejidos puede ocultar burdeles fantásticos y bibliotecas de libros pornográficos tan turbadores que las mujeres de sus ilustraciones cobran vida y tientan a quien abre esas páginas con una forma de deseo que lo hace arrastrarse convertido en animal hechizado y sumiso, como los hombres a los que convertía en cerdos la maga Circe. Las mujeres de Schultz se parecen a las majas venales de los Caprichos de Goya y a las de las novelas pornográficas baratas que encontraría en los cajones de su padre, pero otras veces son las mujeres vestidas a la última moda con las que se cruzaba en las calles de Drohobycz: las mujeres que salían gallardamente sin compañía vigilante después de la guerra, emancipadas de miriñaques y corsés, con faldas cortas, con zapatos de tacón y medias de seda, con sombreros fantasiosos y labios pintados de carmín; mujeres que cruzan las piernas y fumaban en los cafés y trabajaban en las oficinas, que caminan erguidas y resueltas mientras hombres oscuros se apartan amedrentados y las miran de soslayo, o quedan súbitamente deslumbrados por su aparición. Cómo iba a marcharse Bruno Schultz de Drohobycz, si tenía en esa ciudad una maqueta exacta del mundo. Viajaba y volvía. Daba clases de dibujo en el mismo instituto en el que había sido alumno. Escribía cartas con una letra impecable y diminuta a las mujeres lejanas de las que estaba enamorado. En noviembre de 1942 planeó por tercera vez la huida. Los alemanes ocupaban la ciudad y los judíos estaban recluidos en el gueto. Había escondido sus papeles, el manuscrito de su novela recién terminada, El Mesías. Se había buscado documentación falsa y un salvoconducto para viajar a Varsovia, donde imaginaba que le sería mucho más fácil esconderse. Los monstruos que habitaban la ciudad en sus dibujos y en sus cuentos ahora se paseaban mucho más atroces a la luz del día. Schultz había salido a la calle para buscar algo de comida. Miraba las calles, las tiendas, los lugares de siempre, con la sensación anticipada de lejanía de quien está a punto de marcharse. Miraría al oficial de la Gestapo que se acercó a él para dispararle un tiro en la cabeza y dejarlo tirado en la calle con la expresión de miedo que dibujó tantas veces en sus autorretratos".

Etiquetas: , , , ,

« Home | Next »
| Next »
| Next »
| Next »
| Next »
| Next »
| Next »
| Next »
| Next »
| Next »

» Publicar un comentario