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El caso Di Nucci (II)

Carátula de la novela cuestionada, aún con el fajín del premio. Fuente: Revista Noticias

El caso Di Nucci trajo, desde luego, varias opiniones encontradas en periódicos y blogs argentinos. Uno de esos medios, el que hizo un seguimiento del caso, fue el estupendo blog de Daniel Link, Linkillo, quien publicó una carta de apoyo de un grupo de catedráticos, la que se dio en llamar “La carta de Puán”; unos ejemplos del plagio (o la intertextualidad, si quieren) donde un peruano curiosamente paga pato; la publicación de diversas opiniones y artículos al respecto (uno muy bueno de Veintitrés, donde entrevista a varios autores argentinos como Ana María Shua y Federico Andahazi, luego complicado también en un tema parecido); y finalmente un texto del mismo Linkillo, donde deja en claro su posición. Dice:

“(…) leyendo los argumentos esgrimidos por los comentaristas del caso, puedo, sin embargo, manifestar mi sorpresa ante las sólidas convicciones que sobre el robo y el plagio ostentan la mayoría de los lectores, sin siquiera dudar por un instante de nociones que se corresponden (siempre, siempre) con un formación cultural (ideológica, económica, y si se quiere ser un poco arcaico, económica) determinada: lo que llamamos capitalismo en su forma actual. (…) Yo no leí Bolivia construcciones ni la novela de Carmen Laforet. No puedo, pues, analizar esos textos ni saber qué agrega o quita cada párrafo. Pero me preocupa que se ataque tan injustificadamente a quienes firmaron la "Carta de Puán" (hermoso nombre) sin considerar lo que en el fondo se discute: concepciones de lo literario. ¿Que la literatura no puede ni debe ser eso? ¿Quién lo dice? ¿En qué se fundamenta? Y si los argumentos se desarrollaran con todo el rigor que merece, y dado que la literatura está hecha de frases (y no de cosas que pasan), ¿no habría que condenar, también, toda sintaxis copiada, robada, transferida de un texto a otro? Y ahí los quiero ver, detectando puntuaciones déjà fair (…) Si yo lamenté que Di Nucci no hubiera dedicado su novela a Nada (por ejemplo), no fue porque ese gesto módico le agregara legitimidad adicional a una operación posible, sino porque de ese modo hubiera podido tapar la boca soez de los esbirros del coyright. Tenía razón, naturalmente, Josefina Ludmer: Bolivia construcciones es un ejemplo de lo que ya deberíamos llamar postliteratura. Bolivia construcciones nos obliga a pensar en la literatura en nuevos términos. ¿Hay felicidad mayor?

Por cierto, en un comentario a uno de los numerosos post que dedicó al tema, Daniel Link se muestra menos teórico, más ideológico, como si el acto de venderles "gato por liebre" fuera una venganza, dado que la novela trata de obreros maltratados bolivianos en Argentina, y Di Nucci un Robin Hood literario al decidir (antes de conocerse la acusación, por cierto) que donaba el dinero del premio a una asociación de migrantes bolivianos en Argentina:

Descreditada la literatura como esfera de actuación separada del mundo, habría que entender la "Operación Di Nucci" como una expropiación revolucionaria: sacarle unos dineros al grupo La Nación para dárselos a una asociación de migrantes bolivianos (...) no me lo tomo en joda, muy por el contrario. Lo que mueve a risa son los "grandes premios literarios".

Desde la esquina opuesta, la crítica literaria Elsa Drucaroff, citada por Mario Libertella en su artículo en Radar, declaró lo siguiente con respecto sobre la diferencia ética que hay entre la intertextualidad y el plagio:
“La intertextualidad es una dimensión inevitable y fascinante en la literatura y sin duda plantea interesantísimos problemas a la concepción literaria del autor, pero eso lo discutimos en el terreno de la teoría literaria. Cuando alguien copia más de 30 páginas de una novela ajena y encima les borra toda marca que denuncie que allí hay una voz ajena, antes que discutirlo en términos de teoría literaria hay que defender a quien trabajó para crear esas páginas robadas. Si el producto armado con el robo es genial o no, estamos ante otro problema. Para dar un ejemplo terrible y extremo: no me importa la calidad estética de las obras hechas por los nazis con piel humana. El trabajo ajeno merece respeto y solidaridad, usar argumentos de izquierda para negarlo revela profunda ignorancia sobre el corpus teórico marxista y se pone al servicio de la justificación de la expropiación del trabajo, es decir de la burguesía. Y usar teoría literaria para justificar un robo es parte de un menemismo seguramente inconsciente, que se ha vuelto tristemente natural. Contra esa naturalización reaccioné, contra la aceptación pasiva de cualquier uso cínico de la teoría, si viene vestida de jerga francesa o glamorosa, jerga que pertenece a un fascinante aparato crítico, malversado en la justificación de cosas así"

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