McEwan pasea por Valparaíso
Ian McEwan -y su esposa- se aventuró a ir hasta Valparaíso para participar de una convención sobre el legado de Darwin. Ana Prieto lo siguió mienras paseaba y cenaba. En la revista Ñ aparece un perfil estupendo sobre la visita. Dice, por ejemplo:
McEwan es delgado y no tan alto como sugieren las fotos de cuerpo entero que abundan en la red y en los suplementos culturales. Su mirada sigue el ritmo de sus pensamientos, y si bien esto es cierto para casi todo el mundo, en él sobresale porque sus ojos son pequeños y rasgados, y cuando se asombra –o describe algo que lo asombra– se agrandan y le dan un aire de sorpresa infantil a todo su rostro. Se toma su tiempo para contestar cada pregunta y olvida que sobre la mesa el agua con gas que ha pedido se entibia sin remedio. Tiene la agenda del día colmada, pero se entrega al diálogo acomodado en un sillón que da al enorme jardín del hotel, sin mirar siquiera una vez su reloj de pulsera. Como uno de los más destacados representantes de la brillante generación de escritores británicos a la que pertenece, sabe que dar entrevistas es parte del asunto. "Los escritores del siglo XIX no tenían que explicarse de la manera en que se espera que hoy lo hagamos nosotros. En Los perros negros (1992) se me ocurrió poner un prefacio explicando el libro para no tener que hacerlo después. Pero luego tuve que explicar el prefacio. Así que no hay salida". Dice que en la vorágine de la promoción de sus novelas recién publicadas, no da más de dos o tres entrevistas por día, y que cuando está escribiendo, intenta no dar ninguna. "Es que hacerlo en ese momento tiene algo de contradictorio; para escribir hay que estar en el interior mismo del trabajo, no en esa suerte de extensión de la autoconciencia que exige la explicación de lo que uno hace". Y piensa unos segundos antes de agregar: "Por otro lado, explicar un libro es algo que el lector debe hacer".Hasta hace algunos años repartía sus manuscritos entre un selecto grupo de amigos, incluyendo al historiador Timothy Garton Ash. Tras leer la que pronto sería su multipremiada novela Expiación (2001), Garton Ash lo llamó y le dijo que le había encantado, que era lo mejor que había escrito hasta entonces, pero que le urgía ir a su casa a decirle algo. "Vive a sólo diez minutos así que llegó rápido", recuerda McEwan. "Se plantó allí y me dijo: 'Tenés que cambiar el título'". Sin la recomendación, la novela se habría llamado "Una expiación". "Fue una gran sugerencia. Los buenos lectores son muy importantes para un escritor".
También habló de Chesil Beach, su última novela, y las razones detrás de ella:
Para McEwan, la creatividad está hecha de la materia del tiempo. En el origen de su trabajo no hay temas, personajes ni estilos. Lo que aparece primero es una especie de área. "Antes de escribir Chesil Beach, pensé que sería interesante hacer una novela corta sobre lo que pasa en las horas inmediatas a un casamiento, si tanto el hombre como la mujer son vírgenes. La fiesta se termina, la puerta se cierra, y quedan solos. Así que escribí la primera oración". McEwan cita de memoria: "Eran jóvenes, instruidos y vírgenes en esa, su noche de bodas, y vivían en un tiempo en el que hablar de las dificultades sexuales era imposible". El mar y los personajes vinieron después. "La mayoría de mis novelas son así: nacen de una corazonada sobre un tema general y luego, con paciencia y muchas vacilaciones, relleno. Para un escritor la duda es muy importante; si se apura cierra posibilidades".
Por cierto, esta última novela está siendo adaptada al cine por Sam Mendes, el afortunado esposo de ya saben quién. Pero no creo que Kate Winslet salga en esta cinta. ¿O sí? ¿Podrá hacer de recién casada virgen y veinteañera? Ni en Titanic lo logró. Hay cosa que ni Kate consigue.
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