El ruido y la furia, 80 años
Gracias a un texto de Manuel Rodríguez Rivero en "El País" me entero de que William Faulkner intentó en vano que un editor acepte "introducir tipografía en colores para distinguir sus distintos niveles temporales" de su novela El ruido y la furia. Esas anécdotas son imperdibles. Hoy se cumple un 80 aniversario desde que fue publicada esta gran novela americana. Rodríguez Rivero hace el elogio:
Faulkner se refirió en diversas ocasiones a El ruido y la furia, su cuarta novela, como su más espléndido fracaso (finest failure). Y no es para menos. En sus poco más de 300 páginas no sólo se concentran magistralmente el universo, los temas y motivos de una obra narrativa de enorme complejidad y ambición -y cuya influencia sigue manifestándose en la de autores de ámbitos culturales muy lejanos-, sino toda una concepción de la literatura que su joven autor ha ido asimilando a partir de la lectura de sus maestros modernistas: Conrad y Eliot, desde luego, pero también Joyce y Woolf y Sherwood Anderson. Para contarnos la fase final de la historia de una familia decadente (los Compsons) en un país derrotado y roto (el Sur), Faulkner escoge tres narradores poco fiables (Benjy, Quentin, Jason) y otro objetivo, pero limitado (cercano al punto de vista de Dilsey, la sirvienta negra). En cada uno de los discursos -diferentes en lenguaje y sintaxis, pero también en sustrato cultural y significado-, marcados por la presencia fantasmal de Caddy, la hermana huida y perdida, Faulkner oculta y desvela, exigiendo del lector un esfuerzo constante (e insólito en la narrativa estadounidense, que apostaba todavía por el lector pasivo del siglo XIX) que finalmente será recompensado. Pero sólo a medias. La historia se va revelando a partir de tonos, obsesiones y subjetividades en conflicto, por lo que nunca acaba de desplegarse del todo: el juego narrativo de opacidad y transparencia no se muestra como el tour de force arbitrario de un virtuoso, sino como demanda interna del propio relato. El ruido y la furia es un puzzle de mil piezas que el lector debe montar, y en el que hasta el prólogo (la sección del "idiota" Benjy) cobra su pleno sentido si se vuelve a leer como epílogo. Es sin duda ese esfuerzo (incluyendo la relectura) que la novela exige del lector -al que Faulkner intentó en vano facilitar la tarea restituyendo el orden temporal de la historia en el célebre Apéndice Compson de 1945- lo que el autor tenía en mente cuando hablaba de "espléndido fracaso".
Qué novelón... Uno de los mejores del más grande de los escritores norteamericanos.
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