Francia en Madrid
La Feria del Libro de Madrid tiene como País Invitado de Honor a Francia. Sí, esa misma Francia que fue dada por muerta por al anglofílica Times hace un año y que, desde entonces, no solo ha dado grandes escritores sino incluso un Premio Nobel. Como canta Maelo: "Las tumbas son pa´los muertos, y de muerto no tengo ná". El colombiano Juan Gabriel Vásquez afina la puntería para explicar lo que podría ser un signo evidente de la literatura francesa contemporánea: la mirada hacia fuera. Así lo explica:
Le Clézio se ha pasado la vida de un continente a otro; Enard [autor de Zona] ha vivido varios años en países árabes y ahora vive en Barcelona. No es más que una banal coincidencia biográfica, por supuesto, pero uno tiene que pensar si esas novelas abiertas al mundo, con un punto de apoyo en varias culturas y con influencias de varias lenguas, no estarán causando un efecto interesante en lo que se escribe y se lee en Francia. Las benévolas, del norteamericano Jonathan Littell,que acaba de publicar Lo seco y lo húmedo, es parte de la actual literatura francesa tanto como La piedra de la paciencia, del afgano Atiq Rahimi, y tanto como La mujer que esperaba, del ruso Andréi Makine, y tanto como Marcas de nacimiento, de Nancy Huston, una canadiense que escribe en francés o en inglés indistintamente: cuatro novelas recientes donde la lengua francesa muta y se contamina (es decir, vuelve a la vida). "Una de las fuentes del genio francés está en su aptitud para incorporar a los outsiders", dice Don Morrison en la conversación que he citado al principio. Se refiere a los marginales de la cultura, tipo impresionistas o surrealistas, pero podría referirse a todos estos novelistas que, por razones biográficas o lingüísticas o imaginativas, viven en más de un ambiente al mismo tiempo. No puede ser una simple contingencia que varias de las más interesantes novelas francesas que se han publicado en estos meses sean encarnaciones de esa mirada hacia fuera: Una novela rusa, de Emmanuel Carrère, es la historia de un hombre (llamado, bueno, Emmanuel Carrère: son las convenciones de la autoficción) que investiga la desaparición de su abuelo en 1944 y acaba por descubrir algo mucho más terrible; Dora Bruder, de Modiano, es la historia de una joven desaparecida durante la guerra que obliga al novelista/investigador a reevaluar su relación con la memoria y las vidas ajenas; Nacida de las tinieblas, de Anne-Marie Garat, es parte de un voraz fresco del siglo XX; Ravel, de Jean Echenoz, es la historia del compositor distorsionada por la voz personalísima y el talante lúdico del novelista (si ustedes han leído Al piano o Me voy, saben a qué me refiero). De manera que no: la novela francesa no ha muerto. "¿Dónde está el Zola de hoy?", se pregunta Don Morrison. "¿Dónde están los Balzac y los Hugo contemporáneos?". Yo diría que la pregunta correcta no es dónde están, sino cómo se actualizan, en qué formas puede la novela francesa meterse en el mundo desde una sensibilidad contemporánea. Y los nombres están ahí. Y fíjense ustedes, los hay incluso que nacieron en Francia.
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¡Vive la jolie France, Merde!
JODEDOR
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