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Schnitzler expuesto

Arthur Schnitzler. Fuente: Emil Bieber/ foto

Arthur Schnitzler es un escritor exquisito, que se mantuvo como escritor de culto fuera de Austria hasta que un relato suyo dio origen a una película de Stanley Kubrick. Y aunque Ojos bien cerrados no es el mejor Kubrick, tampoco me parece una película despreciable. La fama alcanzada por "Relato soñado", en que se basó el guión de la película, dio origen a un resurgimiento internacional de Schnitzler (en España fue muy traducido por El Acantilado) que tiene una nueva cúspide en Londres con una exposición de sus manuscritos ocultos. El suplemento mexicano "Laberinto" comenta la exposición:
Fuera de Austria, Schnitzler ha sido relegado a una relativa oscuridad, pese a que fue una de las figuras más prominentes del grupo conocido como la “Joven Viena” (Jung Wien), formado por los artistas e intelectuales más relevantes del fin de siècle europeo que discutían sus ideas, como Dios manda, en los cafés. Entre ellos estaban Hugo von Hofmannsthal, Richard Beer-Hofmann, Stefan Zweig, Karl Kraus, Hermann Bahr, Felix Salten y Gustav Schwarzkopf, estos últimos amigos de Schnitzler hasta su muerte. Además, y aunque se conocieron hasta 1922, entre Schnitzler y Sigmund Freud existió una curiosa relación de influencias y admiración mutuas.En años recientes Schnitzler estuvo cerca, de manera indirecta, de cierta controversia mucho menos interesante que las que alguna vez rodearon su obra. La película que marca tristemente la decadencia de Stanley Kubrick, Ojos bien cerrados, está inspirada en su novela Traumnovelle (Relato soñado, 1926). Es una lástima que hoy día dicha película sea lo más comúnmente asociado con el autor austriaco. La novela en sí es un ejemplo depurado de la prosa elegante de Schnitzler, de sus atmósferas inquietantes y melancólicas y de la sutileza psicológica con que anima la vida interior de sus personajes. Que haya sido alguna vez calificado como pornógrafo es un despropósito. La película de Kubrick pretendió (sin éxito) impactarnos por su supuesto “atrevimiento”, ignorando por completo la trama exquisita con que Schnitzler nos muestra la compleja vida sexual, pero sobre todo emocional, de sus personajes. Como sabemos, la causa de las acusaciones a Schnitzler no era nada más la moralina de la época. Detrás del escarnio de que fue objeto había una clara motivación política. Schnitzler murió en 1931, dos años antes de que Hitler subiera al poder. Su obra refleja claramente el antisemitismo imperante en la sociedad austriaca de entonces, y aunque le habrían horrorizado los extremos que alcanzaría durante el delirio nazi, quizá no le habría sorprendido saber que, tras la anexión de Austria por las fuerzas alemanas, los teatros de Viena juraran quedar limpios desde entonces de su obra, esa “porquería judía”.

El artículo mexicano, escrito por Adriana Díaz Enciso, da una muestra extensa de esa correspondencia que incluye cartas de sus contemporáneos Stefan Zweig y Sigmund Freud.

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