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Notas al vuelo en cuaderno Moleskine® .

Ni secreto ni maldito: Wallace Stevens

Wallace Stevens. Fuente: wood s lost

En el elogio que Guillermo Saccomanno hace al poeta norteamericano Wallace Stevens (1879-1955) esta semana en Radar Libros, dice que el autor estaba "alejado tanto de la excentricidad del invisible como del estridente". De la invisibilidad por que nunca pretendió ser un autor "secreto":
A menudo el adjetivo “secreto” que se le pega a un autor es una artimaña marketinera. Se sabe: el lector de suplementos literarios no sólo busca estar al tanto del último “secreto” que todos consumen sino que, además, pretende vanidoso que su fruición sea exclusiva, privada. Evitando pisar esta trampa, Wallace Stevens (1879-1955) supo ser más un poeta escondido que un autor “secreto” y se las ingenió para proteger su poesía del parnaso de exhibicionismo intelectual. “Soy abogado y vivo en Hartford. Estos hechos no son ni divertidos ni relevantes”, fue la respuesta escrita que despachó al director de una revista que buscaba reportearlo. Pionero en abstenerse del gallinero literario mediante la reclusión, deviene un antecedente de Salinger. Pero menos crispado. Ni timidez ni afán de hacerse el raro. Stevens pensaba: “Después de que se abandonó la creencia en dios, la poesía es esa esencia que ocupa su lugar como la redención de la vida”.

Y del exhibicionsismo de creerse "poeta maldito" pues:
Si se observan sus retratos, todos sugieren un ejecutivo prolijo, pelo corto, siempre de traje y corbata. Sin excesos de alcohol ni de alcoba, nada de paraísos artificiales, la biografía de Stevens no presenta peripecias ni trasluce una tragedia íntima. Ni un rastro de esa clase de conductas desbordadas que el lector biempensante atribuye con una credulidad romántica a poetas más preocupados por construir la excentricidad del personaje antes que una manera de decir. Este cliché exige que el poeta sea loco o, al menos, vidente. Corriendo el riesgo de pasar por conservador, el innovador de la poesía norteamericana era capaz de ahondar una y otra vez un tema y sus variaciones: “Seis paisajes significativos” o bien “Trece formas de mirar un mirlo” son buenos ejemplos. Sus poemas más conocidos son “El Emperador de los Helados” (“Deja que ser rime con parecer / El único emperador es el Emperador de los Helados”) y “El hombre de la guitarra azul”, inspirado en un Picasso (“Que pueda yo reducir el monstruo / a mí mismo, y después ser yo mismo / frente al monstruo”). Wallace Stevens sostenía que “la poesía es salud”. Y redondeaba: “La poesía no puede convertirse en un hospital”.

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