MOLESKINE ® LITERARIO

Notas al vuelo en cuaderno Moleskine® .

Juan Cruz con Capote

Juan Cruz en Buenos Aires. Fuente: revista ñ

Juan Cruz se encuentra en la Feria del Libro de Buenos Aires, cubriendo el evento y comentando en su blog el día a día, y la revista Ñ aprovechó para entrevistarlo. La respuesta sobre por qué el título de su novela última (Ojalá octubre, editada por Alfaguara) está basada en Truman Capote no tiene pierde:
Muchos me han preguntado por qué incluyo a Capote. A lo largo de mi experiencia como editor, he conocido de cerca algunas actitudes de los escritores. Y la que más me ha sorprendido siempre es cómo muchos de ellos, que en lo que escriben se han impuesto la obligación moral de ser nobles, e incluso sencillos, luego, en el trato personal, tienden a caer en la megalomanía. Y, por otra parte, este libro trata de una persona humilde, que era mi padre, al que humillaban. Me veo muy reflejado en mi padre cuando me siento humillado: es un sentimiento que como periodista y editor he padecido muchas veces, cuando he tenido que hacer cosas que no me gustaban y me decía: "Esto también se lo imponían a mi padre". A los humilladores los simbolizo en Capote, quien era capaz de llamarte de madrugada para insultarte y exigirte cosas. Aparece también porque leyendo un volumen de sus cartas, descubrí que él tenía una obsesión con la felicidad similar a la que tenía mi padre, a la que yo tengo: ¿Qué es la felicidad? ¿Cómo apresarla?

Por otra parte, en su blog Juan Cruz se refiere a la polémica que siguió a las declaraciones de Wolfe sobre la muerte de la novela:
Suele decirse que se ha muerto la novela al menos desde que Miguel de Cervantes escribió el Quijote. Yo me imagino qué pasaría en el sector del mueble si un fabricante de sillas saliera en un congreso de madereros a decir: "Señores, se acabó el tiempo de la silla. Ahora habrá que sentarse en otro dispositivo". Pues se armaría una bastante gorda. La novela está viva, o muerta, según si la novela te gusta o no, y no parece que el autor, o los autores, sean los mejores médicos para diagnosticar esa, digamos, enfermedad. La novela no es una enfermedad terminal, ni siquiera es una enfermedad o, en sentido estricto, una salud. La novela es una cosa, si me apuran es casi tan solo una cosa, que de vez en cuando se manifiesta y dice: "Oye, que soy Cien años de soledad". O que va y dice: "Oye, que soy La Región más transparente, o La ciudad y los perros, o Rayuela, o Tres tristes tigres, o soy El obsceno pájaro de la noche", y los que hasta ese momento se reunían en las esquinas húmedas de los bares se quedan callados hasta que pasa algún tiempo y uno, vestido de traje y corbata, alza la voz otra vez y dice: "Ha muerto la novela". Puede ser Tom Wiolfe o quien quiera, pero le vendría bien ponerse a escribir una buena novela para que alguien susurre, nada más ver entrar la novela que haya hecho: "Oye, tío, que soy La hoguera de las vanidades". Pero decir que la novela se ha muerto es más viejo que la tos y más aburrido que una discusión literaria en la que se aburran también los contendientes. ¿O no?

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