Chesil beach
- Iván ¿Quiéres que te traiga algo de Madrid?
- Obvio: Chesil beach de McEwan
Sé que el libro, tarde o temprano, llegará a Lima. Pero no puedo esperar más. Me muero de curiosidad por leer la nueva novela de Ian McEwan, editada hace ya varios meses por Anagrama. Y ya que estamos: los que han visto la película Expiación y no han leído la novela no tienen idea de lo que se pierden. Y como yo sí tengo idea de lo que me pierdo, quiero leer Chesil beach ya mismo. Cierto, las críticas en Inglaterra no fueron muy entusiastas y hasta justificaron que no le dieran el Booker este año. Pero las reseñas en castellano no pueden ser más elogiosas. Eduardo Mendoza, por ejemplo, dice en El País:
Al final de Expiación, el propio Ian McEwan, a través de su personaje principal, se hace presente e introduce un elemento perturbador, que la película recoge: el autor es el dueño del relato y es él quien determina su rumbo. A mi modo de ver, esto no es del todo cierto. Un relato tiene una vida propia; una vida convencional, pactada entre el autor y el receptor, pero vida. Lo que entendemos por ficción no es otra cosa. Un desenlace alternativo trunca la vida del relato, porque implica que todo lo que se nos ha contado con anterioridad no era ficción, sino artificio y mentira. Y esta declaración invalida la ficción, no porque nos revele algo que ya sabíamos, sino porque rompe el pacto de credulidad en que se basa. En Chesil Beach Ian McEwan procede del modo contrario. Sin ocultar su presencia, deja que la historia fluya por sí sola, y al hacerlo crea un drama verídico, abierto al análisis y la reflexión, al que el misterio y la contradicción, como ocurre en la realidad, le dan verosimilitud (...) Chesil Beach es una novela espléndida, emotiva, inteligente, absorbente y equilibrada. La narración de la peripecia vital de los protagonistas es minuciosa pero no prolija. Lo cotidiano y lo prosaico son descritos de un modo ameno y vivaz, sin parsimonia. Ningún elemento es superfluo; no sobra una palabra.
Mientras tanto, Mónica Lavín en la revista Letras Libres tampoco mezquina su entusiasmo:
Chesil Beach es la novela más reciente del escritor inglés Ian McEwan (Aldershot, 1948), quien no deja de sorprender por la incisión de su mirada y el poder de su prosa, que lo mismo se detiene en la historia inmediata –como en Sábado (2005), donde los acontecimientos del 11 de septiembre y la participación de Inglaterra en la guerra de Iraq azuzan los pensamientos del neurocirujano Henry Perowne– que en la Segunda Guerra Mundial, como es el caso de Expiación (2001). En esta nueva novela, breve y veloz, el año es 1962 y los personajes son una pareja de jóvenes –él estudiante de historia, ella música– vírgenes y recién casados que celebran su noche de bodas en un hotel apartado y romántico de la costa de Dorset frente al Canal de la Mancha (...) Escritor sutil, atento a los alcances de las obsesiones y equívocos de los hombres, heredero de una tradición literaria inglesa de autores como Austen y Conrad –capaces de retratar en un gesto todos los pensamientos y emociones de los personajes–, McEwan cala en el silencio y hace visible lo invisible, como él mismo señala refiriéndose al proceso de escribir. Si en Amor perdurable (1997) lo que prevalece en la memoria del lector es ese comienzo en que un globo aerostático se eleva con un niño a la deriva sobre Oxford Park, en Chesil Beach es el ritmo pausado del mar, como la marea de las pieles, a contrapelo con el estallido sobre las rocas y el golpeteo de los pensamientos, lo que estremece: el trágico devenir, las palabras equivocadas, las cosas aparentemente sencillas. Porque, como dice el narrador de esta novela, cuando se trata de las relaciones amorosas, “nunca es fácil”.
Y en el Radar Libros del diario argentino Página12, Juan Pablo Bertazza no sale de su asombro:
¿Cómo hace Ian McEwan? En un momento de la literatura marcado a fuego por una homogeneidad que tiene que ver con la búsqueda escéptica, con la experimentación resignada, el humor y el gesto, con algo que, en definitiva, no tiene que ver estrictamente con la literatura, él es uno de los pocos escritores cuyas líneas podrían reconocerse a millas de distancia, esparciendo siempre una estela clásica que nunca –y tan lejos está de eso– lo vuelve anticuado. Chesil Beach llega para susurrarnos al oído que McEwan es, además de un maestro de la forma –algo evidente para los lectores de Expiación, Sábado o los relatos de Primer amor, últimos ritos– también un experto en algo para nada menor: la elección de la materia prima que dará alimento a tramas y fábula.
Bueno, a esperar nomás: en una maleta al interior de una cabina de avión está un ejemplar destinado exclusivamente para mis ojos. Cosas así alegran la vida y este blog.
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