Franzen ensayos
En la revista "Qué Pasa" de La Tercera de Chile, el argentino Alan Pauls recomienda con entusiasmo un libro de ensayos publicado potr Seix Barral, cuyo autor es el enemigo declarado de Oprah (dice que hay un artículo sobre ella, qué curiosidad), es decir Jonathan Frazen. El libro apareció en Seix Barral y se titula Cómo estar solo. Por cierto, entre las recomendaciones de Pauls está el blog de Daniel Link, del que dice algo con lo que concuerdo plenamente: "el blog del escritor Daniel Link se acerca mucho a lo que uno siempre soñó que sería un blog y los bloggers argentinos -cambiar por peruanos también. N.d.E- se encargaron de frustrar"
Sobre el libro dice: "Como lo prueba la portentosa gaffe de la editorial Seix Barral, que no vaciló en catalogarlo en el rubro "Superación personal", Cómo estar solo es un título peligroso. Promete algo que no cumple (un recetario de cocina existencial) y disimula todo lo que encierra (una autobiografía atribulada). Pero hay algo en su formato -una modestia, un lirismo de título de canción, incluso una audacia: la de añorar algo que nadie que no fuera Greta Garbo se atrevería a añorar sin ruborizarse- que, una vez leído el libro, no podría ser más atinado. A mitad de camino entre el periodismo y la memoir, cada uno de los ensayos que compila este libro es la puesta en escena de una condición solitaria, la del escritor high brow, formado en el limbo de la alta cultura, en medio de un paisaje sociocultural signado por la hegemonía de la cultura de masas. Estar solo, pues, es al mismo tiempo una condena y una voluntad, una tragedia y una militancia, un destino y un estandarte; en pocas palabras, una condición ambivalente. Cualquier escritor expeditivo sortearía su naturaleza problemática eliminando uno de los componentes en juego y quedándose con el otro: eliminando la condena (la melancolía), por ejemplo, y quedándose con la voluntad (la militancia). Franzen, en cambio, se queda con los dos: perora y se entristece, impreca y duda. Hable de un padre enfermo o de la guerra contra el tabaco, de la literatura erótica barata o de la crisis del correo público, de Oprah Winfrey o de las paradojas de la intimidad, lo que le interesa es siempre la inestabilidad, la oscilación, el vaivén complejo, conflictivo, a menudo insostenible, que supone el hecho de convertir en una causa política (una elección) una soledad obligada. Desprecia la televisión, se burla del fast sex y deplora el tecnoconsumismo contemporáneo, pero jamás oculta que lo que acecha detrás de esos rencores no es orgullo sino indefensión, fragilidad, incluso falta de convicción: el resentimiento, quizá, del que sabe que ha perdido el tren. Las filípicas antiprogresistas de Cómo estar solo no son nuevas; ya estaban cifradas en la posición "apocalíptica" que Umberto Eco describió hace décadas en un ensayo pionero sobre la cultura de masas. Lo que es nuevo, quizás, es la solución Franzen, que -a la vez moralista y confesional- funda su ética en la negativa a sacrificar nada. La lección de este libro jugoso e irritante es de algún modo la del New Yorker (revista que publicó originalmente buena parte de los artículos que lo integran), la del mejor periodismo norteamericano: la idea de que sólo hablando del mundo se puede hablar del yo, y sólo despellejando el yo se puede comprender algo del mundo. En la vieja huella del reaccionarismo de izquierda, Franzen se da el gusto de disparar a mansalva contra los Malos (ciudades, tecnología, idolatría catódica), pero ese ejercicio crítico, por justo, pertinente y sagaz que sea, no es una jactancia dogmática sino la clave de una interrogación de sí, una puesta al desnudo en la que el sujeto crítico corre tanto riesgo de naufragar como los males contra los que disparaba."
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Brillante. Cuando ya parece que todo se hunde en la tristeza porque son tantos los cantores del desastre, cuando parece que después de los 40 años sólo se puede gemir, insultar a los de 30 y robarles las novias, llega Pauls y reordena los conceptos.
Uf! qué alivio.
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