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Vila Matas: la ficción de la dignidad

"Censura" vista por Cesc. Fuente: amnistiacatalunya.org

Hacer un par de semanas, en España capturaron todos los ejemplares de la revista de caricaturas "El Jueves" por una caricatura que ofendía la dignidad del Príncipe de Asturias y su esposa. Ayer, en Marruecos, el gobierno capturó dos publicaciones (el arabófono «Nichane» y el semanario francófono «TelQuel») por "falta de respeto al Rey". Y como se recuerda, en el Perú también hubo un caso de censura a unos dibujos de Piero Quijano que no pudieron ser expuestos en la Casa Mariátegui pues ofendieron a algunos mandos miltares. La ocasión es propicia para leer este artículo publicado el domingo en "El País" de Enrique Vila Matas quien, a partir de la lectura de Contra la censura, los ensayos de J.M. Coetzee, reflexiona estupendamente sobre lo que llama "la ficción de la dignidad".

Dice Vila-Matas: "Recuerdo que un gran amigo me habló, en una noche inolvidable, de las renuncias secretas a todo tipo de poder que constituían el asombroso núcleo central de su dignidad propia y más íntima, su dignidad natural. La gente juzga con precipitación y no quiere saber -seguramente no le intere-san- las virtudes secretas que componen la dignidad verdadera de los otros. En mi minúsculo caso concreto, yo considero que, tras una sucesión de tomas de conciencia cómica, se ha ido reforzando mi indiferencia hacia cualquier agravio. Eso me hace comprender mejor que, como sugiere Coetzee, las afrentas a la dignidad de nuestra persona no sean ataques a nuestro ser esencial, sino a construcciones gracias a las cuales vivimos, pero construcciones al fin y al cabo. "Las afrentas pueden ser reales, pero no debemos olvidarnos de que lo que vulneran no es nuestra esencia, sino una ficción fundacional que suscribimos con mayor o menor entusiasmo", es decir, que en realidad, cuando apelamos a nuestros derechos y exigimos reparación, haríamos bien en recordar lo insustancial que es la dignidad en que se basan esos derechos: "Si olvidamos de dónde procede nuestra dignidad, podemos caer en una postura tan cómica como la del censor enfurecido".

El artículo concluye lúcidamente hablando sobre paradojas: "Hasta el siglo XIX, el gran político y el gran escritor podían confluir en una similitud solidaria de lenguajes. La novela decimonónica, por ejemplo, retrataba el mundo con las mismas categorías que presidían la labor del político que construía el mundo. La literatura podía ser central, colocarse en el centro del devenir histórico. En el siglo XX, aquella solidaridad se quebró. El político y el escritor, la historia y la poesía, comenzaron a hablar dos lenguajes diferentes e incompatibles; sus mundos empezaron a no coincidir uno con otro. Franz Kafka, heredero del lenguaje paradójico de Erasmo, fue el maestro de esta sutil, decisiva inversión. Es por todo eso interesante ver cómo Coetzee aplica al tema de la censura una crítica paradójica e insegura, no vacilante, pero "tampoco segura de sí misma". En la medida en que su propia crítica del censor es admirablemente insegura (tiene dudas, por ejemplo, acerca de qué pensar de los artistas -léase aquí dibujantes de viñetas- que rompen tabúes pero reclaman la protección de la ley), su libro está dominado por el espíritu de las incertidumbres de Erasmo, pero también por sus herederos literarios: los comediantes Cervantes y Sterne, el ambiguo señor Hamlet, el Gran Teatro de Oklahoma y, al fondo de todo, como una fatalidad feliz, el mundo no menos teatral de Beckett y su viejo solitario avanzando bajo la lluvia en el último muelle del mundo: un aliado eterno de la broma infinita y enemigo de la retórica política y, sin duda, amigo de la dignidad natural, tan común a todos, nobles y plebeyos, sin distinción alguna."

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3:41 p. m.

El artículo de Vila-Matas queda en interesante reflexión. Sospecho que sólo eso, pues no todo lo que dice es generalizable para el común mortal. Para ilustrar el caso te pongo un ejemplillo plabeyo: imáginate que le haces lo mismo a un ampón del Callao, te metes con la dignidad de su esposa y la conviertes en el hazmarreír público de su barrunto; luego, para disculpar el asunto te vas y le predicas el floro de Vila-Matas. Quiero ver cómo haces para salir del callejón del chimpúm Callao -si es que sales-    



6:06 a. m.

El comentario de arriba tiene toda la razón. La nostalgia de la que habla Vila-Matas es en cierta manera perversa, pues si el político y el hombre de letras de otros tiempos coincidían era porque formaban parte del mismo estrato social. Viene a ser lo mismo que en la época romana con los patricios y los esclavos. Estos últimos no existían y su dignidad la defendía su dueño.

En realidad, lo más interesante de lo que cuenta Coetzee en este libro es que los sistemas políticos represivos siempre sueltan un poco la cuerda de la censura para sondear qué piensa realmente la oposición. En ese sentido, el chiste de los príncipes en el Jueves ha sido una encuesta impagable sobre lo que piensan los españoles de los reyes: no los soportan.    



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