Lampedusa
El éxito literario póstumo de la novela El Gatopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa es una de las más conocidas anécdotas literarias: un aristócrata siciliano, alto y algo subido de peso, demasiado pasado de moda, que construyó un complicado y detallista curso literario para un sólo alumno y que pasaba la tarde en un café, degustando helados de chocolates y escribiendo una novela sobre el fin de la aristocracia que nadie querría publicar durante años. Hasta que un día, un espíritu afín como es el de Giorgio Bassani, actuando como lector de la editorial Feltrinelli, insiste en su publicación y así tenemos entre manos una novela impresionante, uno de los libros más hermosos que he leído -y seguramente leeré- en mi vida. Para el suplemento "Confabulario" del diario mexicano El Universal, María Teresa Meneses recuerda los últimos días de Lampedusa (los remito a la biografía El último gatopardo de David Gilmour, editada por Siruela) y además traduce el discurso con que el poeta Eugenio Montale, en 1958, recibe la primera edición de la novela.
Dice la nota: "Lleno de achaques (bronquitis, dolores reumáticos, enfisema, obesidad) Lampedusa era una figura que “emanaba literalmente una sensación de muerte”. Su gran tragedia fue la coincidencia de su decadencia física con su breve periodo de creatividad artística. En mayo de 1957 le diagnosticaron cáncer de pulmón y tuvo que trasladarse a Roma para recibir radiaciones de cobalto. A principios de julio su estado empeoró. Pero aquel hombre enfermo, en las últimas semanas de vida, fue capaz de trabajar en el manuscrito de “Lighea” y en un capítulo de El Gatopardo, manuscrito al que no dejaba de meterle mano. Antes del fin, una tragedia se sumó a la otra. Flaccovio, editor y librero palermitano —al que Lampedusa le había enviado el manuscrito para su publicación, pero éste lo rechazó porque no publicaba narrativa— le había enviado el manuscrito de El Gatopardo al director de la editorial Einaudi y consejero de Mondadori: Elio Vittorini. Como representante del neorrealismo y apóstol de la nueva literatura italiana, era previsible que Vittorini encontrara reaccionaria y decadente una novela como la de Lampedusa. La carta de rechazo de la publicación de El Gatopardo escrita por Elio Vittorini, fechada el 2 de julio de 1957 en Milán, llegaría a manos de Lampedusa el 17 ó 18 de ese mes a Roma, luego de haber pasado por Palermo, apenas cinco o seis días antes de su muerte. Completamente derrotado, el príncipe todavía tuvo el coraje de leerla en voz alta con su acostumbrada ironía: “No está mal como reseña, pero de publicar la novela, nada”, le diría a Giocchino Lanza Tomasi, su adorado hijo putativo. La mañana del 23 de julio de 1957, cuando su cuñada fue a su recámara para despertarlo, lo encontró muerto. Lampedusa había fallecido en la madrugada, tranquilamente, en su cama. Siempre había cortejado a la muerte, al igual que don Fabrizio de Salina y “ahora se había acabado el cortejo: la bella había pronunciado su ‘sí', la fuga estaba decidida y reservado el compartimento en el tren”. Luego de una misa de réquiem en Roma, su cuerpo fue trasladado a la tumba familiar del monasterio de los capuchinos, en Palermo, donde también reposa Fabrizio de Salina en El Gatopardo.
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