Bruno Schulz, el demiurgo
Muchas veces me ha sucedido que pienso en un autor o tema y, zas, al día siguiente aparece comentado en el blog "Puente aéreo" de Gustavo Faverón. Ayer, en medio de un insomnio que se está haciendo habitual, se me ocurrió pensar en Bruno Schulz y su libro Las tiendas de color canela, según la traducción de Barral editores (por Salvador Puig, y que en mi memoria las recuerdo mucho mejores que la actual de Siruela, que recoge una anterior de la editorial Montesinos). Y ahora aparece mencionado en un post de "Puente Aéreo". Recuerdo que ese libro, gracias a la recomendación entusiasta, diría extasiada, de Xavier Echarri, fue uno de los primeros que leí una vez ingresado a la facultad de letras y su impacto fue muy profundo. Recuerdo mucho de él, pero en especial el capítulo llamado "Tratado de los maniquíes o El segundo libro del Génesis" que fue para mí una inspiración literaria, una auténtica arte poética de la fragmentación, que justificó no sólo mi obra (eso es lo de menos) sino todas mis pedanterías teóricas en un taller literario en el Museo de Arte. Nadie podía reclamar entonces (y los que han leído Las fotografías de Frances Farmer sabrán de qué hablo) que a mis cuentos le faltaba final, o que no tenían argumentos, o que mis personajes estaban mal perfilados psicológicamente. Ante cualquier duda o murmuración, los mandaba a leer el "Tratado de los maniquíes".
¡Ah, tiempos aquellos en que al menos tenía el pelo largo y la edición de Bruno Schulz publicada por Barral! Ahora eso y aquello se ha perdido. Me queda el internet. Lean aquí el "Tratado de los maniquíes" (y que me perdonen los futuros profesores de talleres, incluyéndome). Yo les adelanto la parte que más me impresionó (el subrayado es mío):
"Nosotros no buscamos, decía, obras de largo aliento, seres hechos para durar mucho tiempo. Nuestras criaturas no serán héroes de novelas que abarquen muchos volúmenes, sino que tendrán breves papeles, lapidarios, caracteres sin profundidad. A menudo sólo los llamaremos a la vida para que ejecuten un solo gesto o pronuncien una sola palabra. Lo reconocemos francamente: no insistiremos en la duración o en la solidaridad de la ejecución, y nuestras criaturas serán casi provisionales, hechas para no servir más que una vez. Si se trata de seres humanos les daremos, por ejemplo, la mitad del rostro, una pierna, una mano, la que le será necesaria para su papel. Sería pedante preocuparse por el segundo elemento si éste no está destinado a entrar en juego. Por detrás podría, simplemente, hacerse una costura o pintarlos de blanco. Nosotros depositaremos toda nuestra ambición en esta noble divisa: un actor para cada gesto. Para cada palabra, para cada acto, haremos nacer un hombre especial. Tal es nuestro gusto, y será un mundo al gusto nuestro.
»El Demiurgo estaba enamorado de los materiales sólidos, complicados y refinados; nosotros, a su vez, damos preferencia a la pacotilla. Estamos interesados y positivamente seducidos por la chapucería, por todo lo que es vulgar e insignificante. ¿Comprenden -preguntaba mi padre- el profundo sentido de esa debilidad, de esa pasión por los trozos de papeles de colores, el papel maché, el barniz, la estopa y el serrín? ¡Pues bien! -respondía con una dolorosa sonrisa- esa debilidad se debía a nuestro amor por la materia por sí misma, por lo que ésta tiene de velloso y poroso, por su consistencia mística. El Demiurgo, ese gran señor y artista, la hace invisible al hacerla desaparecer bajo los ojos de la vida. Nosotros, por el contrario, apreciamos sus disonancias, sus resistencias, su torpeza mal desbastada. Nos gusta discernir en cada gesto, en cada movimiento, su grave esfuerzo, su inercia y su torpeza de gran oso dócil.»
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por si te sirve de algo para una posible teoría del azar, te cuento que anoche estaba yo pensando si no habría una traducción online del "Tratado sobre los maniquíes de sastre o El segundo libro del Génesis", para ver si lo posteaba en el blog. Ahora me conformaré con enlazar el tuyo.
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