Gesualdo Bufalino por Vila Matas
Lo mejor que he leído este fin de semana: la semblanza que hace Enrique Vila Matas en "Babelia" a ese escritor enorme, enormísimo, que fue el italiano Gesualdo Bufalino. Como muchos saben, Bufalino fue descubierto cuando era un maestro jubilado pasados los 50 años, por Leonardo Sciascia. Luego de leer unos párrafos suyos en un libro de fotografías de Comiso, le pidió algo escrito. Bufalino le mandó su novela inédita, escrita décadas atrás, tiulada Perorata del apestado. Pero lo hizo con una advertencia:
Le puede prestar el manuscrito, dice don Gesualdo, pero desaconseja por completo su publicación. Y a la pregunta de Sciascia de por qué tantos secretos y problemas, dice que considera que existen escrituras morales que se deben hacer públicas, pero que ése no es precisamente el caso de su Perorata, novela que le parece simplemente una operación de baja lujuria, una especie de interminable y falsificado chisme sobre sí mismo, destinada, por tanto, a una utilización estrictamente privada. Asegura además el profesor Bufalino sufrir lo público como si fuera un baldón, un sentirse "tan desnudo y humillado como si estuviera delante de una uniformada comisión médica militar". Y a todos esos penares les da el nombre de síndrome de Wakefield, tomado de aquel personaje de Hawthorne que abandonó su propia casa para irse a vivir a la de enfrente y espiar desde allí -invisible y cabe suponer que dichoso- la vida de su propio hogar. A ese síndrome de Wakefield, dice don Gesualdo, habría que añadirle un completo rechazo del sentimiento de protagonismo y una gran pasión por perder siempre en todo. Hasta en el ajedrez -al que ha jugado desde niño- prefiere adscribirse al llamado juego del autómata, que consiste en obligar al contrincante a vencer a pesar suyo.
La novela se publicó, con enorme éxito de ventas en Italia. Luego se traduciría a decenas de idiomas, entre ellos el castellano (Anagrama en España y Norma en Colombia). No fue tan vendedor en castellano, según me decepcioné después. Vila Matas cuenta su primera lectura:
Recuerdo haber leído Perorata hacia 1983, en Mallorca, en una casa junto a un parque que no tenía, por cierto, nada de glacial. La leí en un verano muy caluroso y en la histórica primera edición de Anagrama, en la valiosa traducción de Joaquim Jordà, que debió de luchar a fondo con las dificultades de trasladar al castellano el brillante estilo barroco del autor; un estilo que da tenso cobijo a una historia de fragilidad, enfermedad, delirio y muerte: "Sólo por esto yo me había salvado de la guadaña: para prestar testimonio, cuando no delación, de una retórica y de una piedad. Aunque ya supiera entonces que preferiría permanecer callado y llevar a lo largo de los años mi perorata al seguro debajo de la lengua, como un óvulo de reserva...". Esta historia de fragilidad y miseria mortal surge de la experiencia autobiográfica de Bufalino en un sanatorio de Palermo en los años cuarenta, después de la guerra, cuando la tuberculosis mataba como en el siglo XIX. Es cierto que Thomas Mann había tratado el tema, pero la experiencia vital de Bufalino fue radicalmente distinta. Destaca en el libro la paradójica exuberancia de la voz terminal que narra y la emocionada inteligencia con la que son tratadas la degradación de la vida y de la historia, la curación vivida como culpa y deserción, y el mundo visto como un sanatorio que sería tanto un lugar de amparo y de hechizo como el eco siniestro de la desdicha más infinita.
El éxito en Italia hizo que se destapará la olla Bufalino. A Perorata del apestado le siguieron una serie de novelas, cada vez mejores (o de la misma calidad, que ya es demasiado), incluyendo sus aforismos (El Malpensante, libro de culto e imperdible) hasta llegar a esa genialidad divertidísima titulada Tomasso y el fotógrafo ciego. Pero la celebridad le cobró caro al escéptico don Gesualdo. Así reflexiona Vila Matas a raíz de ese malentendido que es la fama literaria:
(...) la literatura es una sinfonía de cuervos, hoy perdidos en el mafioso centro de la selva fúnebre de su industria. Con tal estado de cosas, nada tan comprensible como un escritor de gran talento anunciando la semana pasada que se va: "Fui atrapado por todo este engranaje editorial, por todo este mundo que no podía imaginar cuando publiqué mi primer libro". La reciente decisión de Lobo Antunes me recordó el día en que Bufalino, tras haber publicado varios libros después de Perorata, decidió regresar al silencio y habló del paisanaje cargante que había visto circular por la pista de su aventura siniestra. "No quiero seguir entre esos miserables, esa gente es terrible", afirmó después de que se armara en Italia un ingrato conflicto por un premio que le había sido otorgado. Para entonces, el panorama para Bufalino se hallaba ya saturado de resentidos o de simples estúpidos. Y aquélla fue la gota que desbordó su paciente vaso. "No debí nunca acceder a publicar", debió de pensar el escritor. Y su decisión de apartarse fue el comienzo de "una vida desnuda, un círculo de días previstos, ya para siempre a las puertas de la noche", pero también el sabio retorno a una escritura en sigilo, y en el fondo el regreso a una vida mucho mejor. Si venía de convivir con un orfeón de cuervos, ahora al menos recuperaba el encanto de las mañanas. Volvían las rosas, el café, el sol, la ventana abierta, el sueño de no haber publicado nunca, la alegría del inédito.
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¡A llenar, imperativamente, la laguna de no haber leído al signore Gesualdo!¡Me hubiera gustado dormir con él!
LAURITA MACEDONIA
1:22 a. m.
Gracias por la recomendación, Iván. Voy a buscarlo ya.
3:10 a. m.
Qué comentario más tierno, Laurita. A mí me habría gustado limpiarle la máquina de escribir.
9:29 a. m.
Sobre todo considerando que eran los tiempos de los titanes mecanográficos, en que todo error de "tipeo", tenía un alto precio calórico a pagarse y en los que adivino que había papel de sobra para manuscritos, por las hojas a botarse al cesto. La verdad es que yo haría las dos cosas, dormir con él y limpiarle la máquina de escribir.
LAURITA MACEDONIA
11:54 a. m.
"Las mentiras de la noche" es su obra maestra. Conjuga dos aspectos de la novela que suelen disociarse en manifiestos de escritura: la trama y la forma. Y aun por sobre su complejidad, lo dimos como texto de análisis en colegios secundarios: una experiencia gratificante que invalida las ´posturas acomodaticias de Pennac
5:36 p. m.
Las mentiras de la noche, gran novela llegue a ella gracias a Ivan que siempre la recomendaba.
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