Siguiendo a Borges en Ginebra
En Ginebra se está llevando a cabo el homenaje a Jorge Luis Borges "El Atlas de Borges" y Susana Reinoso, del ADN Cultura y el diario La Nación, está presente en esa ciudad para recorrer los pasos de Jorge Luis Borges de la mano de la inefable viuda del escritor fallecido 22 años atrás, María Kodama. Borges no es una presencia intrascendente en Ginebra, como lo descubre Reinoso en la calle donde vivió:
En la Grand Rue esquina rue du Sautier, justo a la altura en que la arteria principal se pronuncia en la subida, hay una placa que dice: "En el 28 de la Grand Rue vivió el escritor Jorge Luis Borges, 1899-1986". Y, de inmediato, las palabras del más universal de los argentinos sobre Ginebra: "De todas las ciudades del planeta, de las diversas e íntimas patrias que un hombre va buscando y mereciendo en el decurso de los viajes, Ginebra me parece la más propicia a la felicidad".
Luego, la enviada (envidiada) especial seguirá recorriendo ítems de la vida de Borges en la ciudad suiza hasta llegar a su tumba:
A escasos metros de la Catedral de Saint Pierre -otro punto del derrotero por la Vieille Ville -, cuando la Grand Rue se abre, está la Librería Jullien, visitada por Borges en cada viaje. La atmósfera es recoleta y aunque su obra no se consigue allí, sí hay ensayos sobre el escritor argentino. En la Catedral aún se conserva la silla de Calvino. Allí se celebró el oficio religioso por la muerte de Borges, que duró dos horas, recuerda hoy Kodama. El itinerario concluyó en Plainpalais, testigo de la Edad Media, donde yacen los restos del escritor argentino. El 14 de junio de 1986, cuando murió en el segundo piso de la casa de la Grand Rue, Borges aún escribía. Una corona de flores amarillas sin firma, entre las que rodearon su tumba, tenía una leyenda: "Al más grande forjador de sueños". Algo en Kodama se resiste a volver al cementerio de Plainpalais. Quizá sea el temor que la asaltó cuando Borges murió, según consta en las crónicas de hace 22 años: que su cuerpo se convirtiera en un objeto. El sepulcro es despojado. La lápida se reconoce por el número 735, el nombre de Jorge Luis Borges y una cruz galesa en el reverso de la piedra gris. Sobre la lápida hay un grabado en círculo con siete figuras humanas y un epitafio en inglés antiguo: "And ne forhtedon na" ("Y que no temieran"), tomado de un poema épico del siglo X. No hay más que un puñado de flores secas sobre la tierra húmeda de escarcha. Nada florecería, de todos modos, en este invierno helado.
Grande Borges...
5:29 p. m.
Estuve en Ginebra hace un par de años. Debía ir a la OIT y me tomé el mediodía para --mortuorio almuerzo-- pasar por el cementerio. Frente a la tumba hay un banco y unas flores multicolores. Ahí me quedé. Hay quien dice que en esas circunstancias se viven momentos surrealistas. Como si las sensaciones excedieran los cuerpos.
A mí, racionalista perdido, no me pasó nada. Algo debe estar roto, pero me concentré y ví sólo una preciosa lápida de piedra. No había el silencio conmovedor que la literatura sugeriría: el cementerio está en plena ciudad y se escucha el runrún de los autos a todo momento.
Al lado del banco había una botella de Coca-Cola semivacía y en la lápida un post-it que decía "Grazie". Me quedé en actitud contemplativa, esperando un mensaje sideral. Algo. A los minutos llegó un turista japonés, muy amable. Saludó inclinando la cabeza, me pidió que le tome una foto. Clic. El tipo se fue y yo me fui con él. No pude conectar.
La sensación más poderosa llegó después de que hice unos pasos. Quizás porque al llegar cargaba expectativa, pero al salir, vacío, llegó lo que debía: la tumba esta sola, sobre un piso de grava o guijas. Desde el ángulo en que la ví entonces, una suerte de cama de flores y verde se extendía delante de la lápida. Ahí encontré la idea: Borges dormía.
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