MOLESKINE ® LITERARIO

Notas al vuelo en cuaderno Moleskine® .

Yo, Fatty,

Fatty. Fuente: museo de san francisco

Uno de los libros recién sacados de imprenta, y que generosamente me regalaron en Anagrama, fue Yo, Fatty, de Jerry Stahal. Y debo decir que aunque en la lista de regalos se incluía, por ejemplo, lo nuevo de AM Homes o de Paasilinna, era el libro de Stahal el que más me apetecía. Se habla ahí de la vida, en primera persona, de Roscoe Arbuckle, un actor de cine en blanco y negro conocido como Fatty. En Babelia hacen un comentario del libro:

Hubo un hombre monstruosamente gordo y con rostro de bebé que llenaba los cines, no para reírse con él, sino para reírse de él. Fue el más famoso, el más rico; su elefantiasis, su aparente ingenuidad y sus milagrosas acrobacias poseían imán para los espectadores. Se llamaba Roscoe Arbuckle, pero todo dios se refería a él con el lógico apodo que él más odió desde niño: Fatty. Este fetiche tan amado por la cultura popular se convirtió en la bestia más odiada por la opinión pública, en el chivo expiatorio de una industria triunfadora, de un nuevo y licencioso rico con el que el puritanismo tenía que ajustar escandalosas cuentas. Kenneth Anger derramó escritura brillante, venenosa y cínica sobre las ancestrales miserias, doble moral, hipocresía, sumisión a las apariencias y cloacas de Hollywood en Hollywood Babilonia. Jerry Stahl, en su espléndido y conmocionante libro Yo, Fatty, se mete con excelente documentación, sarcasmo, y piedad en la piel, en la cabeza y en el corazón de Roscoe Arbuckle para contarnos la crucifixión del monstruo, del orgiástico que viola y mata en San Francisco a una actriz supuestamente virginal. Busca desde una infancia atroz las raíces de un íntimo y eterno calvario, las de alguien que siempre estuvo profundamente solo y dolorido, etiquetado como una bestia de feria, profesional de la supervivencia más sórdida que alcanza el éxito por conjura entre el azar y un talento exótico, alguien que descubrió demasiado pronto que el alcohol y la heroína eran la insustituible anestesia para el sufrimiento, la frustración y la soledad. El dipsomaniaco irreparable, el yonqui rico y perseverante, el resignado a la humillación, el eterno y amargado impotente, el admirado pero nunca deseado, el bufón que siempre recibía las hostias, el hombre al que nunca le importó la oscuridad pero durante toda su vida tuvo miedo a estar solo, el brutalmente satanizado por algo que no cometió (aunque intentara reanimar a la desmoronada Virginia Rappe con algo tan explícitamente sexual como introducirle en el coño el cuello de una botella) encuentra en su biógrafo Jerry Stahl al más lúcido abogado de un patético diablo. Y descubres lo fácil que le resulta al público transformar la idolatría en odio, lo bien que amortizaron los periódicos de Hearst con calumnias, medias verdades y sensacionalismo la tragedia de Fatty, el repulsivo protagonismo de la censura a través del Código Hays, la manipulación, el abandono y la mierda que echaron los magnates de la Paramount sobre su gran inversión en Fatty para evitar que el estigma perjudicara al negocio. Pero también la fidelidad de Buster Keaton y de la muy perdida Mabel Normand hacia el apestado.

Digan si no será este el libro perfecto para llevarme este fin de año a las playas de Santa Marta, donde exhibiré mi propia fatty, mi propia deformidad, por culpa de la Coca-cola (jamás Pepsi) y la carencia total de objetivos en mi vida (léase, nunca llego a matricularme en el gimnasio pese a mi supuesta fuerza de voluntad).

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2:12 p. m.

Bueno, será porque la Coca tiene algo de medicina, o por lo menos así la vendían en la época del blanco y negro. Y claro, se oye estupenda, habría que darle un vistazo. Por cierto que no todos los objetivos son válidos para uno, como ir al gimnasio. Suerte, disfrute la playa.    



10:46 a. m.

Yo lo leí en inglés y la verdad no me gustó gran cosa, en particular porque está narrado en una primera persona que no convence. Uno nunca llega a creersela que es Arbuckle hablando y no Stahl.

La autobiografía de Stahl por otro lado es uno de los libros con los que más me he reído, una pequeña joyita del humor grotesco.    



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