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Notas al vuelo en cuaderno Moleskine® .

William Gaddis recuperado

Recuperado William Gaddis. Fuente: williamgaddis.org

Por primera vez en mucho tiempo, Mercedes Monmany abandona sus territorios centroeuropeos, donde es reina absoluta de las reseñas, y se interna en un territorio más propio de su compañero de suplemento, Rodrigo Fresán, dedicándole una reseña a la aparición de un libro del inhallable norteamericano William Gaddis recuperado por Sexto Piso con su novela Ágape. Dice la reseña:
Había comenzado su callado y extraño culto, que haría de él un mito con cuatro novelas escritas en cuarenta años, pero cuya incomprensión, en sus comienzos, lo heriría en lo más profundo -como sucedió, por otra parte, con otro grandísimo escritor empujado durante décadas al silencio, Henry Roth-, dejando pasar veinte años hasta su siguiente y de nuevo inusual y fascinante novela, J R, de 1975 («su obra más críptica y reveladora», así la califica Rodrigo Fresán en el prólogo de la ahora aparecida Ágape se paga, con una inmejorable traducción, como siempre, de Miguel Martínez-Lage). Es una excelente noticia que la editorial Sexto Piso recupere toda la obra de este gigante olvidado, pero fundamental para entender mucho de lo que vendría más tarde. Un gigante que obtendría dos veces el National Book Award y que desde los años 50 anticipó -y ayudó a que naciera- la revolución de la novela moderna americana, la misma que conoció su efervescencia en los años 60, con autores, entre otros, como John Barth, Robert Coover, William Gass y los citados Pynchon y McElroy. Entre los muchísimos hallazgos para el lector de su tiempo, lo saludable de este autor es que desmontaba todo una y otra vez, en un proceso de caos, creación, reordenación y de nuevo caos, que se retroalimentaba sin cesar. En un mundo que amaba las certezas, los casos sumariamente cerrados, lo que resultaba más atractivo del método Gaddis era que se convertía continuamente en un maestro indiscutible y visionario a la hora de revelar fisuras, errores y abusos en los pretendidos sistemas de orden establecidos, ya fueran artísticos, legales, políticos o financieros. «Todo lo que estaba llamado a decorar, embellecer y magnificar se convertía en un vehículo del fraude, el engaño y del dinero, el dinero, el dinero. Siempre el dinero, es el corazón de América», diría en una entrevista concedida en el mismo año de su muerte. En ese mundo de certezas, de respuestas a priori, de juicios catapultantes, Gaddis era el oráculo turbador a la hora de plantear incógnitas, no siempre detectadas; toda una problematología mucho más importante que las respuestas que se podían aportar para hacer desaparecer de un plumazo «la tendencia de la naturaleza en degradar lo organizado y en destruir lo que tiene sentido». (...) Su supuesta fama de ilegibilidad, que en absoluto era tal, lo acompañaría durante mucho tiempo, algo que por pura exasperación hiperrealista-costumbrista frenaría a bastantes lectores de primera y segunda hora, incluido un excesivamente conservador y literal Steiner. Cualquier lector que no esté familiarizado con su literatura y abra ahora por primera vez Ágape se paga, su potente, hipnotizante y densísima novela póstuma -o resumen-comentario, ayudado por un coro de voces que va desde Benjamin, Huizinga, Flaubert, Platón o Tolstói, de un texto imaginario sobre «la mecanización de las artes vista a través de una historia social y exhaustiva del piano mecánico en América»-, reconocerá un aire de composición espectral: el Thomas Bernhard de Hormigón, pero también de Maestros antiguos, un autor que Gaddis conoció tardíamente, pero que le entusiasmaba. Otra inmensa figura de nuestro tiempo, igual que él, que de seguro exasperó a más de un naturalista, lo mismo que hicieron buena parte de los mejores del pasado siglo y de nuestra época en curso, desde Hand-ke, Beckett, Robbe-Grillet, Celan, Pound y el mismísimo Joyce.

Felizmente, Ágape de William Gaddis fue uno de los libros que me traje en cierto maletín de mano con sobrepeso en este año más que generoso en compras de libros. Con la recomendación de Mercedes Monmany me animo a leerlo al fin. Por cierto, Fresán no abandonó su territorio del todo: si se dan cuenta, es el autor del prólogo del libro.

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