Leyendo a Klima
Hace unos años, a raíz de una mención de Faverón sobre el escritor checo Iván Klima, escribí un post preguntando datos sobre su novela Amor y basura. Por entonces, las traducciones de la novela estaban fuera del mercado. Sin embargo, la editorial Acantilado publicó a fines del año pasado una nueva edición que yo conseguí hace unas semanas en México. Anoche, a pesar del agotamiento del día, no pude dejar de leer la novela de Klima hasta que llegué a este párrafo. Encontré lo que no sabía que había ahí, pero estaba buscando:
Antes creía que todo lo que veía y grababa en mi memoria podía serme útil para algún relato. Ahora hace tiempo que sé que es improbable que encuentre una huistoria que no sea la mía propia. Uno no puede apropiarse de la vida ajena, y aunque lo consiguiera, no encontraría en ella una historia auténticamente nueva. En el mundo viven casi cinco mil millones de personas, cada una de las cuales cree que su vida bastaría al menos para un relato. La sola idea produce vértigo. Si apareciera, o más bien se fabricara, un ente escribidor tan eficinete que fuese capaz de asimilar cinco mil millones de historias y luego eliminar de ellas todo lo que tuvieran en común, ¿qué quedaría? De cada vida apenas una frase, un instante que sería como una gota de agua en el mar, un momento irrepetible de angustia o un encuentro, un instante de contemplación o de dolor. Pero ¿quién reconocerá desde fuera esa gota de agua? ¿Quién sabrá separarla de la inmensidad del mar? Así que ¿qué sentido tiene inventar nuevas historias?
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Que sentido tendrá eliminar tanta historia me pregunto, que sentido tendra desaparecer nuestras historias, es facíl borrarlas del mapa con nuestros dedos de acuzadores. UN AMIGO CON GUSTO EN COMÚN. Pendiente de tu respuesta.
4:58 p. m.
Lo que pasa mi querido comentarista de arriba, que las respuesta en temas de este tipo no son por lo general necesarias porque sabemos muy bien la respuesta. Lo que ha destacado Ivan de esa novela es alucinante, eso no lo escribe cualquier persona, para alcanzar esa lucidez hay que comer menos y salir a correr todas las mañanas. Hay que leer más que escribir y hay que imaginarse las respuestas de las preguntas que nos atormentarán cuando haya pasado muchísimo el tiempo.
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