Vida después del Boom
En el nuevo número de Letras Libres, Alvaro Enrigue hace una reseña del libro La vida privada de los arboles de Alejandro Zambra, publicado por Anagrama. Antes de empezar a analizar el libro, comenta algunas consideraciones en torno a la literatura latinoamericana que sin duda son el fruto de la exigente semana en el Bogotá39 (imagen inmediata: Enrigue comiendo una mandarina en el autobús). ¿Hay vida después del Boom?, se pregunta. La respuesta es optimista y muy inteligente: no se trata de si hay o no hay, se trata de saber buscar dónde está y no pretender calzar viejos moldes. A ver si se enteran.
Dice la nota: "¿Existe todavía la literatura latinoamericana? –así, con minúsculas para que quede definida como un fenómeno editorial y no como una asignatura–. Jorge Volpi ha dicho recientemente (Revista de la Universidad de México, 31) que existe una literatura global y que entre sus filas se cuentan latinoamericanos –o un latinoamericano: Bolaño–, pero que ya no queda nada similar a lo que se percibía durante los sesenta y setenta del siglo pasado porque el mercado sancionado por los grandes grupos editoriales españoles impide la comunicación entre las literaturas nacionales. Tiene mucho de razón y el argumento es atractivo y desafiante, pero el problema tal vez sea sólo de recepción, porque las cosas nunca fueron distintas. El éxito de los escritores del boom estribó, precisamente, en que su latinoamericanidad era más bien solidaria: todos se fueron de la región rapidito y volvieron –los que volvieron– ya aislados por el estrellato internacional y editados en España o Argentina por los fundadores de los grandes grupos editoriales a los que hoy satanizamos como si no nos beneficiáramos de ellos. Lo cierto es que existe una región que se identifica a sí misma como América Latina y que en esa región se produce una literatura. Alguna de esa literatura fluye generando consensos por todo el continente –aunque casi nunca pasa, eso lo concedo, por los grandes grupos editoriales, que les han entregado los criterios de calidad a sus contadores–, antes de encontrar un reconocimiento claro en otras lenguas o incluso sin encontrarlo: es autosuficiente. Ahí están, plenamente visibles, Pitol, Sarduy, Bryce Echenique, Piglia, o Aira, Bolaño y Vallejo más recientemente, por situar al vuelo una lista de referencias indiscutibles. Se les lee, se ensaya en torno a sus obras, se hace narrativa detrás de ellos o contra ellos; todos escriben –o escribieron– en castellano y su experiencia lingüística natal trasmina sus trabajos. ¿Se requiere más especificidad que ésa para etiquetar en un arte en el que el valor fundamental es la individualidad? Sí hay una literatura latinoamericana, lo que sucede es que ya no tiene los marcadores ideológicos que la hacían parecer clara y distinta. Instaladas las democracias liberales en la región, el destino político de los nicaragüenses o de los peruanos pasó a ser sólo asunto de ellos y no de un mexicano de Londres o un colombiano del Distrito Federal. En ese tenor, la escritura, la edición y la lectura siempre van a ser gestos políticos, pero ahora dejan registros sólo individuales. Esto ha permitido el surgimiento de narrativas regionales transnacionales tal vez menos espectaculares pero igual de atrevidas y acaso más intensamente literarias en el sentido de que su interés primordial es ser sólo lo que son: relatos líricos, opiniones venales, construcciones peculiares levantadas con escrituras idiosincráticas."
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