La generación del 27
Recuerdo que mis primeras lecturas poéticas estuvieron ligadas a la Generación del 27, incluso antes que el descubrimiento definitivo de la extraordinaria vanguardia peruana. García Lorca primero, en el colegio, luego Rafael Alberti -gracias a Marinero en Tierra de Oveja Negra- y finalmente el gran descubrimiento de Luis Cernuda en la biblioteca de la PUCP guiado por Juan José Lapeyre. Leí un poema de Vicente Aleixandre en mi matrimonio (no me trajo mucha suerte), conocí en Málaga la tumba de Jorgue Guillén y solía leer en voz alta el comienzo de La voz a ti debida cuando me enamoraba platónicamente -"si me llamaras, sí, si me llamaras"-. Se cumplen 80 años de los 27 y el suplemento "Babelia" lo celebra dedicándole el número, de donde extraigo esta anotación biográfica de Ian Gibson sobre cómo se creó la generación:
"La iniciativa partió del sevillano Ignacio Sánchez Mejías, el espada más temerario de los ruedos españoles (y ya algo mayor para tal manera de torear), talentoso autor dramático y fiel compañero de escritores, artistas y cantaores. ¿No corría a su final el año de gracia de 1927, tercentenario de la muerte del genial, andalucísimo e injustamente postergado don Luis de Góngora, a quien llevaban meses homenajeando los 'novísimos' poetas españoles, algunos de ellos íntimos del diestro? ¿No convendría culminar los actos gongorinos con una gran fiesta poética en la capital del sur? ¿No tenía Ignacio en las afueras de la ciudad una hermosa finca, Pino Montano, muy apta para juergas? ¿Y no era amigo del presidente del Ateneo, de quien podría salir la invitación formal? Reivindicar a Góngora conllevaba un aspecto lúdico, deportivo, también propio de la generación: permitía atacar la los "putrefactos" de la Academia "En la generación del 27 habría que incluir a otros creadores: pintores, músicos, arquitectos, cineastas (¡Buñuel!)..." Así fue como, a mediados de aquel diciembre, llegaron en tren desde Madrid a orillas del Betis, en alegre peregrinaje juvenil y lírico, los siete astros residentes en la Villa y Corte denominados "brillante pléyade" por un diario sevillano: Federico García Lorca, Rafael Alberti, José Bergamín, Juan Chabás, Jorge Guillén, Dámaso Alonso y Gerardo Diego. Eran -con los ausentes Vicente Aleixandre y Pedro Salinas- las cabezas ya más visibles de la hoy llamada generación del 27, sin duda una de las más sorprendentes y enjundiosas de toda la literatura española. La noche del 16 de diciembre tuvo lugar la primera actuación pública del grupo. Bergamín explicó el propósito de la visita: la proclamación, bajo la tutela de Góngora, de los nuevos valores artísticos. Dámaso Alonso discurrió sobre La altitud poética de la literatura española. Le siguió Chabás, con un análisis de la actual narrativa patria. Lorca y Alberti cerraron la velada recitando los coros amebeos de la Soledad primera del maestro cordobés. En La arboleda perdida Alberti recordaría que la intervención fue repetidamente interrumpida por los aplausos del aforo. La noche siguiente resultó aún más memorable. Gerardo Diego leyó una apasionada Defensa de la poesía, Dámaso Alonso un texto de Bergamín sobre las tendencias de la lírica española actual (el autor se había quedado afónico por sus esfuerzos de la velada anterior). Después los poetas excursionistas y los de Sevilla compitieron, recitando cada uno composiciones propias, por los favores de una afición cada vez más enfervorizada. Contendiendo con "la brillante pléyade" había poetas, eso sí, de la talla de Luis Cernuda, Fernando Villalón, Adriano del Valle y Joaquín Romero Murube, colaboradores de la revista Mediodía, fundada en Sevilla el año anterior. Según Rafael Alberti, si bien fueron jaleadas las décimas de Guillén con estrepitosos olés taurinos, el entusiasmo llegó a su paroxismo cuando Lorca recitó una selección de sus romances gitanos (sólo publicados en libro al año siguiente).
(...)
En cuanto a Góngora, el entusiasmo que suscitaba entre los de la generación radicaba sobre todo en su cultivo originalísimo de la imagen poética, que venía a coincidir, pese a la distancia de tres siglos, con una tendencia en esas fechas muy extendida en la lírica europea y norteamericana. El apego a la metáfora, diría después Jorge Guillén, fue punto de unión de todos los poetas del grupo. Y pieza teórica clave la conferencia de García Lorca, La imagen poética en don Luis de Góngora, donde el granadino se maravillaba ante la capacidad para la imagen del "padre de la lírica moderna" (¡aquel reloj, "las horas ya, de números vestidas"!, ¡aquel viento del sur "de alas nunca enjutas"!, ¡aquella gruta experimentada como "bostezo melancólico de la tierra"!).
Reivindicar a Góngora conllevaba también un aspecto lúdico, deportivo, también propio de la generación: permitía atacar a los "putrefactos" de la Academia, que seguían insistiendo, torpemente, sobre la deliberada "oscuridad" del poeta cordobés. La visita a Sevilla de 1927 fue pródiga en recuerdos y anécdotas: Fernando Villalón, cuya ambición era criar un toro con ojos verdes, conduciendo alocadamente su coche por las estrechas calles del barrio de Santa Cruz; la fiesta por todo lo alto en Pino Montano, estremecida en las altas horas de la madrugada por el escalofriante cante jondo de Manuel Torres; Lorca pálido de terror en el fondo de la barca durante una turbulenta travesía nocturna del Guadalquivir... Dámaso Alonso, reflexionando sobre los años 1920-1936 en un famoso ensayo, se congratulaba de haber vivido "en un periodo áureo de la literatura en España". No era para menos. La tragedia para España y el mundo es que todo aquello quedó truncado después por la Guerra Civil y el inmisericorde régimen que le siguió."
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