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Los premios Herralde

Antonio Ortuño y Martín Kohan, permiados. Fuente: ADN.es

Con precaución, la editorial Anagrama logró que los dos ganadores estén presentes el día lunes en España para anunciar el premio. Así, Martín Kohan y Antonio Ortuño participaron de una conferencia de prensa conjunta. En el periódico argentino "Página12" se comentan las declaraciones del ganador, Kohan, mientras que en el mexicano "Milenio" destacan las del finalista Ortuño.

Dice Martín Kohan: "El título de la novela tiene que ver con que el colegio se llamó Colegio de Ciencias Morales, y para mí era casi un disparador de las cosas que quería abordar: ¿cómo se imagina una institución educativa que alguna vez se pensó como un colegio de ciencias morales? El procedimiento de control y de disciplinamiento de la preceptora tiene una base de moralización muy fuerte, y desde esa misma moralización se tuerce tremendamente. En realidad, lo que la novela cuenta es cómo la preceptora en su búsqueda de perfeccionar y sistematizar el control de la disciplina empieza a custodiar el área de los baños del colegio. Y en esta búsqueda, ella misma se va metiendo en una historia medio retorcida (...) Esta novela está escrita en tercera persona, pero muy pegada al personaje de la preceptora (...) Es una novela muy autobiográfica, excepto porque no estoy yo mismo. No hay nada que me toque directamente o que haya funcionado como una experiencia personal, pero sí está el registro del mundo que viví en esos años."

Mientras tanto, Antonio Ortuño declaró: "Si nos reducimos a términos estrictamente morales todos los personajes del libro son despreciables en algún grado. Pocos de ellos tienen visos de heroicidad o nobleza alguna. En cierto sentido, el jefe es menos perverso y pérfido que el empleado, que es el narrador principal. Mi intención fue hacer una novela moralmente ruda, con un humor muy negro, lindando con el delirio del odio, que a la vez explorara muchos asuntos alrededor de esa relación de dominadores y dominados, no sólo en términos laborales, sino también en términos sentimentales. Quise desenredar la madeja de los mecanismos que nos llevan a sentirnos víctimas cuando en ocasiones somos verdugos. (...) En las condiciones de educación del país, de cualquiera que lea por gusto un libro de ficción, se puede decir que la vida lo ha puesto por encima de sus pobres semejantes. En cambio, sí me tiende a molestar la biempensantía, entendida como una suerte de resignación en cuanto a las ideas: gente que repite lo que lee, que habla de los editoriales del periódico como si se le hubiera ocurrido a ella. Gente que organiza su propio mundo con respecto a jerarquías inmóviles donde hay un bien y un mal claros, pero saben poco o nada de matices. La inteligencia literaria está en la capacidad de ver esos matices. Lo más interesante que te puede pasar como escritor, en cuanto a contacto con el público, es que te lea gente de procedencia muy diversa.

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