La armonía de Charles Fort
El estadounidense Charles Fort es un nombre prohibido o ridículo para los científicos ortodoxos, pero para aquellos que tienen un espíritu menos rígido es un precursor. Se pasó décadas leyendo absolutamente cada periódico, revista científica, libro y folleto (nada sensacionalista, ojo) que cayera en sus manos en la biblioteca de Nueva York. De esa lectura buscaba resaltar los hechos que llamaba "condenados" por ser anómalos, aunque comprobados en la práctica o por decenas de testigos: la combustión humana espontánea; lluvias insólitas (de sustancias, minerales o animales como ranas o peces, como en Kafka en la orilla, por cierto, y en otras obras del japonés: sin duda Murakami es un fortiano convicto); animales criptozoológicos o directamente fantásticos; huellas misteriosas y OVNIs; las teleportaciones; las casualidades inverosímiles; extrañas facultades psíquicas; etc. El resultado de esas pesquisas lo acumuló en cajas de zapatos y luego en varios libros, siendo el más famoso El libro de los condenados. Muchos escritores, como Lovecraft, lo consideraban su padre. Pero lo más interesante es que Fort llegó a la conclusión de que ningún hecho, por más normal o insólito que fuera, era un hecho aislado. El creía firmemente en que todo estaba organizado, como si fueran piezas de un rompecabezas: "Mi interés más vivo no radica tanto en las cosas como en las relaciones entre ellas. He pasado mucho tiempo pensando acerca de las llamadas seudo-relaciones a las que se llama coincidencias. ¿Y qué tal si algunas de ellas no fueran coincidencias?". No era un coleccionista de rarezas, como Ripley, sino alguien interesado en encontrar el sentido profundo que las justifica. Si se han quedado intrigados por Charles Fort, no dejen de leer el artículo de Daniel González Dueñas en el suplemento "Confabulario" del periódico mexicano El Universal.
Dice el artículo: "Del mismo modo en que la razón cuestiona sus aplicaciones pero nunca su entretela, la ciencia se concede un margen de duda en cuanto a sistemas particulares y verificación de teorías, pero no entran ahí sus más básicos paradigmas (como la concepción del método científico o la razón primera del ser de la ciencia). Fort ataca precisamente a lo que queda fuera de ese margen. Casi podría decirse que ha escrito sus libros para ofrecer un termómetro utilizable en cualquier época: niega los más elementales presupuestos de la ciencia e incluye ideas que no pueden sino parecernos delirantes, con objeto de que podamos estudiar las ideas contrapuestas por medio de las cuales cualquier modernidad descalifica y excluye las formas no autorizadas del pensamiento. Fort parte de un monismo: todas las cosas están interconectadas. La ciencia moderna, el más nocivo de los exclusionismos, “ha intentado ser real, verdadera, concluyente, completa y absoluta. Si aquí, en nuestro cuasi-estado, la apariencia de ser es producto de una exclusión siempre falsa y arbitraria, y si siempre son continuos lo incluido y lo excluido, todo el sistema de la ciencia moderna no es más que un cuasi-sistema, una cuasi-entidad obtenida por medio del mismo proceso falso y arbitrario gracias al cual el sistema —aún menos positivo— que la precedió, o incluso el sistema teológico, obtuvieron la ilusión de su existencia”. Y afirma, con ecos muy antiguos: “Nada ha sido probado jamás. Porque no hay nada que probar”.
También escribe: "Si Fort hubiera optado por la novela, se le recordaría como precursor y se le colocaría en el rango de autores como Olaf Stapledon, o incluso como “clásico” en la línea de Lovecraft o, en última instancia, como un “gran marginal” celebrado por cofradías de lectores a la manera de un Fredric Brown o un Cordwainer Smith. Nadie ridiculiza a cualquiera de esos escritores por haber imaginado otros mundos, pero si ellos hubieran optado por el ensayo, y además en una prosa agresiva y lúdica (y, para colmo, dando nombres y citando fuentes), es muy probable que se les habría puesto, como a Fort, en la ominosa lista de los “ejemplos negativos”. Por lo pronto, su intuición intermediarista lo vuelve precursor de todos esos temas de realidad virtual que obsesionan al siglo XXI (cf. la trilogía fílmica The Matrix), pero hay algo más de fondo, una actitud espiritual, una antigua intuición que se las arregla para retornar, de tanto en tanto, en las voces más inesperadas. Fort no lo supo, pero desde su muy particular sensibilidad compartía la intuición de otro gran solitario, Fernando Pessoa, que bajo la firma de Bernardo Soares escribía por las mismas fechas: “Soy el intervalo entre lo que soy y lo que no soy, entre el sueño y lo que la vida hizo de mí, el promedio abstracto y carnal entre cosas que no son nada, siendo yo nada también”.
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Fort llegó a la conclusión de que la Tierra era una especie de granja cultivada por seres extraterrestres, que de cuando en cuando venían a recolectar lo que pudiera interesarles (animales, plantas, humanos). Lovecraft desarrolló esto en sus narraciones, con sus Dioses Primigenios y sus razas exteriores, para quienes la humanidad no tendría mayor trascendencia.
3:29 p. m.
Recuerdo que un amigo aficionado a las historietas me metió a los temas forteanos y me comentaba como una frase típica de los montañeses en los EE. UU.: "Están lloviendo vacas y caballos" había sido asociada con la hipótesis de Fort que cada cierto tiempo naves extraterrestres cargaban con especímenes de este planeta. ¿Cómo se explicaban esas extrañas lluvias de la frase anterior? Pues como las especies sobrantes o que ya no cabían en las naves.
En el tiempo de esta conversación, se dio inicio a los "X Files" y uno de sus capítulos comenzó con una lluvia de ranas... Extraño personaje Fort y digno de la criptozoología, que él mismo desarrolló.
Raschid
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