Fetichismo literario
[ABC] ¿Es ud. un fetichista literario? ¿Le gusta visitar casas de escritores célebres, admirar sus objetos domésticos, devorar manuscritos y primeras ediciones, calibrar las alzadas y descensos de su caligrafía? Pues si es así no puede dejar de leer el especial que ABCD Las letras ha preparado, de la mano de Jesús Marchamalo, para gente como nosotros, bajo el título de "El botón de Larra y otras delicias de escritores" que se inicia con un biógrafo y coleccionista de esos objetos, llamado Mauricio Wiesenthal, quien se niega a llevarse de la casa natal de Franz Liszt un bastón con el puño verde de cristal de bohemia, y luego, arrepentido, empieza a coleccionar cuanto souvenir artístico se cruza por su camino. También se mencionan a otros coleccionistas: "Se sabe que la editora Beatriz de Moura conserva una de las pipas del inmortal Simenon, que Javier Marías tiene una pitillera que perteneció a Conan Doyle, y que el actor Johnny Deep pagó una pequeña fortuna (casi siete millones de las antiguas pesetas) por una gabardina que había pertenecido a Jack Kerouac. Es algo que posiblemente tenga que ver con el poder evocador de los objetos. Paul Celan conservó durante toda su vida un guijarro donde René Char había escrito unos versos, y Truman Capote, un pisapapeles que había pertenecido a Colette. Mauricio Wiesenthal ha recorrido gran parte del mundo buscando estas reliquias paganas. En su colección no está el bastón de Liszt desaparecido de su casa de Weimar, pero sí otros muchos tesoros: un manuscrito autógrafo de Byron donde reniega de la autoría de una obra de vampiros, y otro de Pierre Louis en el que se refiere a las dificultades de una amante argelina para encontrar alojamiento en París".
Al final de la nota se da un catálogo de objetos y, además, se explica qué es aquello del botón de Larra: "La navaja de afeitar de Beethoven, el abrigo de cuello de astracán de Proust, los tirantes de Donizetti, una silla desfondada que perteneció a Paul Léautaud, la pistola con la que Larra se voló la cabeza... Los grandes hombres han dejado su rastro por museos, casas y colecciones particulares. Cuentan, por cierto, que cuando se desenterraron los restos de Larra para trasladarlos a la sacramental de San Justo, Azorín, que acudió a hacer los honores y que anduvo un rato mareando con la calavera, acabó distrayendo uno de los botones de la levita que vestía el cadáver y que guardó de por vida. Aunque, para éxito, la magdalena de Proust en casa de su tía en Illiers. Los visitantes se llevaban tantas -no sabemos si para saciar su mitomanía o su hambre-, que debieron poner una campana de cristal para protegerla".